Reconciliación y no divorcio
Freddy Sánchez martes 31, Ene 2017Precios y desprecios
Freddy Sánchez
La cancelación de la reunión entre el Presidente Enrique Peña Nieto y su homólogo norteamericano Donald Trump equivale a un auténtico “parteaguas” en la relación bilateral de ambas naciones.
De modo que encuentros o futuros desencuentros, es preciso resolver las cuestiones comunes de la única manera sensata en la que dos partes obligadas a una relación deciden restaurar sus vínculos de unión o separarse y tomar caminos distintos.
Exactamente igual que un matrimonio que requiere ajustes para no desbaratarse o arreglos prudentes para hacer menos daño a los terceros perjudicados en caso de ser imposible una reconciliación.
En ese tenor hay que pensar que no sólo la vecindad territorial sino un sinnúmero de intereses compartidos entre la Unión Americana y México aconsejan limar asperezas para restituir una relación de entendimiento con respeto y consideraciones mutuas.
Eso que fortalece las uniones matrimoniales y les permite a sus integrantes (no sólo la pareja sino también a su parentela), afrontar los retos y avatares de una vida azarosa y muchas veces inestable y expuesta a las eventualidades y golpes externos causantes de graves crisis y trastornos mayores a causa de la confrontación.
De ahí que tanto el gobierno mexicano como el de los Estados Unidos deben esmerarse en replantear las condiciones de su relación bilateral con el ánimo de evitar conflictos que repercutan en perjuicio de sus respetivas sociedades.
Los altercados que desembocan en enfrentamientos en una sociedad conyugal como entre dos países, terminan por perjudicar a los hijos y a sus pueblos, cosa que Peña Nieto y Donald Trump no tienen ningún derecho de provocar.
Por el contrario, es su deber moral y patriótico propiciar que las relaciones sean las óptimas para enderezar entuertos, pavimentar futuros acuerdos en beneficio de los países a los que sirven como representantes populares, y para eso tienen la obligación de forjar un clima de cooperación en los temas de interés común, obrando con prudencia y buena voluntad como depositarios de la confianza de sus respectivos pueblos.
Eso no significa ceder en todo y darlo todo.
Porque tanto los norteamericanos y su presidente están en su derecho de ejercer con independencia y autonomía la toma de decisiones que juzguen indispensables para salvaguardar sus intereses, como México debe hacer lo propio, en ambos casos reconociendo la soberanía de ambos países y evitando actuar unilateralmente con decisiones prepotentes y arbitrarias.
Un clima de hostigamiento y agresividad suele ser la causa de las grandes crisis matrimoniales en una pareja al grado de no poder sostener más una relación y llegar a confrontaciones destructivas y también es el caldo de cultivo que propicia el deterioro en las relaciones políticas y diplomáticas entre las naciones.
Dado pues que México y Estados Unidos son como un matrimonio con muchos hijos a los que tienen que procurar y defender no pueden ni deben incurrir en conductas que afecten a los que están bajo su amparo y protección.
Trabajadores, empresarios, estudiantes, amas de casa, hombres y mujeres, (jóvenes, niños y ancianos de ambos países), serían los más dañados en caso de un abrupto rompimiento en las relaciones entre nuestro gobierno y el del señor Trump. Más vale pues una prudente reconciliación y no divorcio.