Ni amigos ni enemigos
Freddy Sánchez jueves 26, Ene 2017Precios y desprecios
Freddy Sánchez
En la política la forma es el fondo. Eso se ha dicho y suele ser verdad y si algo podría agregarse es que en la diplomacia también.
Así que en el encuentro que sostendrán los presidentes de México y Estados Unidos, cuidar las formas será un factor esencial para que la reunión aplaque las inquietudes en ambos lados de la frontera.
Aunque, lo cierto es que tanto en territorio norteamericano como en suelo azteca, un amplio sector de sus respectivas sociedades, seguramente espera que su jefe de Estado vaya a la cita con la firme convicción de poner énfasis en un mínimo de condiciones para que las relaciones bilaterales caminen en armonía.
Mucho encono entre la sociedad mexicana se han ganado las constantes aseveraciones del señor Trump, especialmente las que tienen que ver con la construcción del muro en la frontera y la deportación de indocumentados.
De modo que Peña Nieto tendrá que tratar ambos temas sin ánimo de confrontación, pero sí con puntual claridad para que el vecino del norte procure asumir una actitud mesurada y respetuosa en torno a los intereses de México.
Quizá nunca como ahora se hace indispensable abogar por una buena vecindad sustentada en la disposición para llegar a acuerdos que pavimenten el camino hacia un intercambio de apoyos, inspirados en el afán de la cordialidad como medio de evitar conflictos que afecten de una u otra manera a ambos países.
Pensar que mister Trump dará marcha atrás en sus enunciados de campaña contra la inmigración ilegal, el regreso a Estados Unidos de grandes compañías norteamericanas, una revisión y actualización de los tratados de comercio, la construcción del controvertido muro fronterizo, probablemente es un error, ya que un alto número de sus connacionales votaron a su favor deseosos de que tales acciones se lleven a cabo.
Y en ese punto precisamente, es en el que el gobierno de México se tendrá que esmerar con la finalidad de moderar cualquier tipo de acción que se proponga llevar a cabo el nuevo gobierno estadounidense.
Todo cuanto ha dicho Donald Trump, que hará durante su gestión (en opinión de muchos), tiene todo el derecho de hacerlo y nadie podrá impedir que lo haga, aunque si es posible convencerlo de que obre con cautela, abra espacios de conciliación, evite incurrir en decisiones que atenten gravemente contra los intereses de otros países y del mismo modo que está dispuesto a exigir la atención a sus demandas se muestre tolerante y transigente con las demandas del mundo.
Porque algunas de las acciones que ha postulado como su programa de gobierno el nuevo mandatario de la Unión Americana, en caso de darse de golpe y porrazo, simple y llanamente alteraría el orden mundial y estarían provocando el desatamiento del caos.
Un ejemplo: Si en Estados Unidos de un día para otro todos sus habitantes sólo comprarán productos norteamericanos y únicamente contratarán en cualquier trabajo a los nacidos Allende el Bravo y lo mismo exactamente hiciera cada nación en el mundo, una crisis económica mundial estallaría como preludio de una inevitable tercera conflagración entre las naciones.
Y eso no es mero dramatismo enloquecido, sino un grave riesgo para la estabilidad mundial si el gobierno gringo actúa arrebatadamente.
Alguien pues debe convencer a Trump de que si bien una amistad sin cortapisas es imposible entre desiguales (con ideologías políticas, creencias religiosas, capacidades económicas e intereses sociales diferentes), al menos debe intentarse un advenimiento para preservar la supervivencia humana, lo que se puede lograr en el peor de los casos al no ser ni amigos ni enemigos.