La batalla perdida por México
¬ Augusto Corro miércoles 21, Dic 2016Punto por punto
Augusto Corro
La guerra contra la delincuencia organizada fue un rotundo fracaso de Felipe Calderón Hinojosa. Hace 10 años sin una estrategia y presionado por su controvertido triunfo electoral, el recién ungido como presidente de México decidió enfrentar a los cárteles de la droga que operaban en el territorio nacional. Esa “cruzada” la inició el 11 de diciembre de 2006 en Michoacán. Desde esa fecha se incrementó la espiral de violencia en el país. Como resultado total se registraron en lo que va de la década 150 mil asesinatos y sus repercusiones en la sociedad con miles de desaparecidos, viudas y huérfanos.
Además se ampliaron las actividades delictivas con extorsiones y secuestros. La herencia de Calderón Hinojosa fue la proliferación de grupos delincuenciales y sus luchas entre ellos y contra las autoridades. Además, floreció el contrabando de armas. Calderón decidió lanzarse contra los criminales, sin calcular los resultados de su iniciativa bélica, que no tenía ni pies ni cabeza, sólo el ímpetu de sus intereses: es decir, que no contaba con una estrategia que le asegurara la victoria.
Para empezar, las policías municipales ya se encontraban en franca colaboración con los cárteles de la droga en diferentes entidades, principalmente en algunas zonas del norte del país. En el mismo caso se encontraban alcaldes y hasta gobernadores. La producción, trasiego, venta de drogas, así como la disputa de plazas trajo como consecuencia el incremento de muertes violentas.
En la “cruzada” de Calderón participó la fuerza pública que incluyó al Ejército, la Armada y las diferentes fuerzas policiacas de todos los niveles. No funcionó como se esperaba y la delincuencia creció. Los cárteles se dividieron, surgieron nuevos grupos que multiplicaron los crímenes y angustiaron más a una sociedad indefensa y afectada por las conductas criminales. Pueblos enteros fueron diezmados por los sicarios. Sus habitantes tuvieron que abandonar sus hogares y huir. Así ocurrió en algunas poblaciones de Coahuila. Lo más grave de esas situaciones de peligro, las autoridades no aparecían por ningún lado: nadie para defender a las víctimas.
La palabra seguridad desapareció del vocabulario de miles de mexicanos que presenciaron el avance de la narcodelincuencia representada por los cárteles de Sinaloa, del Golfo, de Los Zetas, La Familia Michoacana, Los Caballeros Templarios, Los Viagra, y el de moda Cártel de Jalisco Nueva Generación, etc., por señalar unas cuantas pandillas de las que más se comenta.
Las policías, infiltradas por los criminales, y sin la preparación adecuada para esa nueva plaga de violencia, vieron como sus esfuerzos eran inútiles para acabar con las organizaciones criminales. Luego de constantes embates contra las organizaciones criminales y la captura de sus capos, se pensaba que el problema estaba erradicado. No era así. Al poco tiempo resurgía la actividad de la narcodelincuencia, como en Tamaulipas, donde la violencia va y viene sin tregua para la sociedad que vive el hartazgo de la inseguridad. Igual situación ocurre en Guerrero, Veracruz, Michoacán, etc.
De la guerra contra la delincuencia organizada los mexicanos empezaron a ver que los instrumentos de procuración de justicia eran insuficientes para aplicar la ley. De los miles de delitos cometidos por los criminales, más del 90 por ciento no son investigados. Las fosas clandestinas usadas por enterrar a las víctimas son innumerables y se encuentran por todas partes, en Guerrero, Coahuila, Nuevo León, Veracruz, Michoacán, etc. Las caravanas de los familiares de los desaparecidos peregrinan en todo el territorio nacional en búsquedas sin resultados.
De la lucha fallida de Calderón se derivó el torbellino de corrupción, impunidad y violencia que agobia a México. El presidente panista responsable de la debacle nunca fue llamado a rendir cuentas de su rotundo fracaso. Alguien por ahí intentó llevarlo ante un tribunal internacional para ser juzgado como criminal de guerra, pero no tuvo éxito. Esa condición de impunidad le permitió vivir en México, tras un sexenio cruento que llevó a colocar a nuestro país en uno de los más peligrosos del mundo.
En los tiempos que corren, la familia Calderón-Zavala continúa en la política activa. Ella, Margarita, se promueve en busca de la candidatura presidencial para el 2018, sin importarle los destrozos que hizo su marido en una sociedad mexicana que vivía tranquila, segura, muy lejos de las tragedias. ¿Dónde estaba Margarita cuando la violencia enlutó miles de hogares? Calderón le apuesta al olvido. ¿Ocurrirá lo mismo con los miles de viudas y huérfanos de la guerra fallida del panista? Ahí le dejo el tema para una reflexión.