Acechan a López Obrador por miedo
¬ Armando Sepúlveda Ibarra martes 22, Nov 2016Deslindes
Armando Sepúlveda Ibarra*
La tácita alianza entre el PRI y el PAN para zarandear a partir de ahora la sólida figura del puntero Andrés Manuel López Obrador y mañana a quien atraiga las miradas de los electores, si surge una fuerza moral novedosa que reúna en torno suyo voluntades y sentimientos de cambio, sólo revela en sí la desesperada confusión y el miedo de esta clase política en decadencia vertiginosa, a perder las elecciones presidenciales en 2018 ante un candidato distinto a lo tradicional y una sociedad inconforme con la misma receta de los últimos 30 años, como aconteció el 8 de noviembre anterior en los Estados Unidos con el increíble derrumbe de los partidos, los ídolos neoliberales y su antiguo régimen.
A la cabeza de la cruzada por salvar el gigantesco obstáculo de 2018, armados de un arsenal demagógico y la ya típica guerra sucia, se hallan un par de multimillonarios confesos, Enrique Ochoa y Ricardo Anaya, farsantes líderes de papel de los priístas y los panistas — ambos cuestionados por la opinión pública por sus inusitadas y poco transparentes fortunas — que lanzan alaridos y, temerarios al fin, retan a debatir al adversario sobre aquello que más conocen, sirven y solapan: la corrupción y la impunidad entre las burocracias.
En medio de la paranoia mientras encaminan sus pasos hacia el desfiladero, las gargantas nerviosas de la pareja en maridaje incestuoso PRI-PAN reviven viejas mentiras como etiquetar otra vez al contrario de “ser un peligro para México”, entonan eslóganes con voces falsas que su inconsciente distorsiona y delata, simulan combatir a los gobernadores y funcionarios corruptos con frases huecas sin tono convincente y, sin embargo, a ninguno de sus correligionarios han puesto a disposición de la justicia, ni a los que ayudaron a escapar con medios y pasaportes alterados ni a los autores de saqueos a la finanzas de infinidad de estados del país, ni a los traficantes de influencias e intereses desde las alturas del poder.
Desde que sobrevino igual a una pesadilla el triunfo del demagogo y racista señor Trump, con su arrastre popular entre grupos marginados por el progreso capitalisa del neoliberalismo depredador, las mentes brillantes de la desprestigiada “clase política” mexicana han quedado pasmadas, más por su virtual destino fuera del presupuesto y de la corrupción y los salpiques que por las amenazas del locuaz Presidente Electo del vecino país del norte. Nada les asegura a esos tipos de los distintos clanes que contarán con los ríos de dineros y los costales de mañas, o con la dócil y servil autoridad electoral de siempre, o la paciencia indolente de los mexicanos, para cohabitar a perpetuidad en la corte de los milagros donde manosearían una vez más los tesoros de la nación. Y allí nace la taquicardia entre los cabecillas de ambos partidos de la derecha neoliberal con sólo pensar que el señor López Obrador, si dejara de ser belicoso y radical y, al mismo tiempo, serena, centra y moderniza su labia, despeñaría al sistema, o que en el camino hacia junio de 2018 apareciera entre nosotros un personaje con el perfil de una concentrada fuerza moral y sumara y reuniera con perseverancia al pueblo, sobre todo a los estratos que repudian los desvíos y abandono de los políticos tradicionales a las necesidades de la sociedad y estuvieran dispuestos a encantarse con alguien que sepa hablarles al oído con pasión y sentimiento, para encumbrarlo, aun a riesgo de equivocarse.
Mucha gente con oficio político o impostores analistas de procesos electorales, incluyendo a los asesores tecnócratas del gobierno, se preguntan a estas alturas, con ingenuidad, qué pasó allende la frontera y una síntesis, para enajenar más al variopinto grupo en el poder, sería bastante sencilla y serviría de lección y de mensaje para hallarse preparados al momento en que el barco comience a zozobrar: La decadencia y caída de los partidos en Estados Unidos luego de rendirse ante un candidato improvisado y amenazador y los votos de la mitad de un pueblo descontento con la oferta política de más de lo mismo, junto con su previsible influencia en el mundo, contagió de pánico o pavor a la tradicional clase política mexicana, una angustia a derrumbarse por el mismo precipicio en el proceso electoral de 2018, en un escenario inédito con nuevos electores y peores condiciones económicas y sociales, otros ingredientes y circunstancias novedosas que alimentan esperanzas y desilusiones entre los bandos opuestos y prometen sorpresas a todos hasta a los más incrédulos o escépticos que sueñan con perseverar expoliando a la nación con su encantadora impunidad.
En los primeros escarceos rumbo al 2018 o el clásico tanteo a una realidad visible e inocultable, donde la impopularidad del señor Peña y su gobierno vienen en picada y sólo le respeta 24 por ciento de la población, según las encuestas más recientes, mientras crece al parejo el repudio a los demás partidos, el pánico al avance del señor López Obrador por lo pronto conjunta, para querer frenarlo, las miedosas voluntades de las cúpulas priístas y panistas y, por supuesto, en los entretelones de la carpa de los títeres, inquieta a quien maneja los hilos de un espectro político amplio como el señor Salinas y su empeño por seguir en cohabitación con los mandamases en turno, con su cuota de poder e influencia por debajo de la mesa.
Por ahora buena parte de la sociedad nada quisiera saber de aspirantes o candidatos a la Presidencia que olieran al grupo de Atlacomulco, al señor Peña o al salinato: entre las encuestas el mejor posicionado del “nuevo PRI”, el señor Osorio Chong, figura en un envidiable tercer lugar con un escaso porcentaje de preferencia electoral, cerca del cuarto lugar de los restos del PRD. Ni el señor reprobado por una niña de primaria, Aurelio Nuño, ni aun aprendiendo en cursos intensivos a “ler” y hablar con propiedad, ni el señor José Antonio Meade con su fortaleza verbal, de palabrería, frente a las amenazas del señor Trump contra la economía nacional, ni la señora Claudia Ruiz Massieu Salinas con su impecable y salvadora línea telefónica para apoyar a los indocumentados en los Estados Unidos, en su infantil estrategia, ni uno de esta camada del neoliberalismo neopriísta da el ancho para enfundarse en una camisa de aquella talla, una candidatura presidencial confiable y ganadora. En consecuencia algunos sabios del sistema, ante la ausencia de un personaje con cierta estatura ética y moral ni cola que se le sepa hasta hoy, el nombre del señor José Narro Robles, secretario de Salud y gris rector de la UNAM, una especie de Francisco Labastida Ochoa para los tiempos difíciles que corren para los herederos de Plutarco Elías Calles, mejoraría sus expectativas para el 2018 y hasta podría hacerlos soñar. Por el PAN, a reserva de abordar con más amplitud el tema específico, desbarrancará la señora Margarita Zavala arrastrada por su pequeñez y vacío intelectual, sus negocios familiares con el tráfico de influencias como el de la guardería ABC de Hermosillo donde murieron cerca de 50 niños y su esposo Felipillo Calderón encubrió a los autores materiales, así como por las culpas de su marido en el baño de sangre que agobia al país con la “guerra al crimen organizado”. Y del PRD, ni hablar: Miguel Angel Mancera, su mejor carta, otro multimillonario como su líder la ex aeromoza Alejandra Barrales y sus incómodos ricachones de la camarilla de “Los Chuchos”, ni en la ciudad de México ganaría un referéndum, menos la Presidencia de la República, o a lo mejor como organizador de circo sin pan.
Vienen ya tiempos de querellas, pleito y más división entre los contendientes y seguidores por la sucesión presidencial de 2018, riesgos de acercar a la nación al desfiladero con las discordias. Aquel personaje que obre con serenidad y entrega para alcanzar la unidad general y no ambicione ventajas particulares, se nutra se la antigua virtud y armonice con el pueblo, evitará el conflicto y la disputa, reunirá a la gente adicta al cambio y coronará con éxito la elección.
Antes que algo suceda ahora que arrancó la guerra sucia, los escogidos han de renovar las armas políticas para enfrentarse con lo imprevisto, defenderse de lo inesperado ante la amenaza de desbordamientos y evitar así la aflicción general, aunque como en toda contienda para otros, que se irán al ostracismo, habrá lamentos, suspiros y lágrimas a raudales cuando deban conformarse y someterse a su destino, como reza el sabio I Ching, El Libro de las Mutaciones.
*Premio Nacional de Periodismo de 1996