Una maldita cultura
Alberto Vieyra G. jueves 20, Oct 2016De pe a pa
Alberto Vieyra G.
Dos ex virreyes pertenecientes al prianismo están en capilla por sendos casos de corrupción y abuso del poder: Javier Duarte, del PRI, y Guillermo Padrés Elías, del PAN.
En apariencia, ambos casos de inmoralidad ya no asombran a nadie, porque la corrupción se ha convertido en algo cotidiano que está prácticamente en todas las capas sociales, pero preponderantemente en el quehacer político donde la inmoral clase política se disputa rabiosamente nuestros dineros públicos, a través de sueldazos y del robo a las arcas.
¿Qué ocurre? ¿Qué nos está pasando? ¿Hemos perdido la capacidad de asombro los mexicanos? ¿Ya no nos indigna que los dineros que deberían ser destinados a obras públicas y sociales, terminen en otros bolsillos o en los paraísos fiscales en el extranjero, en lugar de ser canalizados a la educación, la ciencia, la cultura, la salud, etc.?
Los casos de Duarte y Padrés Elías han sido utilizados por sus partidos políticos para intentar hipócritamente lavarse la cara que los pinta como dos partidos corruptos que conocen la impunidad y simulan hacer que todo cambie para que todo siga igual.
Todos apuestan a la impunidad porque saben que entre la ponzoñosa partidocracia se practica la máxima de tapaos los unos a los otros, porque todos están en el ajo, y sólo cuando hay casos emblemáticos en los que se intentan tapar el Sol con un dedo, entonces los partidos optan por las venganzas políticas como una forma de resarcir sus culpas ante el electorado mexicano, que seguramente los habrá de castigar en la elección siguiente.
Permanentemente y ante la opinión pública, el sistema político mexicano y la clase gobernante, se caracterizan por el sello de la inmoralidad y la corrupción.
Sí, ese cáncer de la corrupción comenzó en la época colonial cuando los virreyes y el Santo Oficio de la Iglesia católica permitían que los poderosos hicieran lo que quisieran sobre los indígenas, a sabiendas de que no tendrían castigo alguno, pues imperaba la impunidad que dio lugar al nacimiento de la corrupción.
La palabra impunidad procede del sustantivo latino impunitas-atis, cuyo significado literal es sin castigo, mientras que la palabra corrupción procede del verbo latino corrumpo-is-ere-rupi-ruptum, que significa corromper, descomponer, sobornar.
Sí, esa maldita cultura y las pestes nos llegaron con la conquista española, y con ella se crearon dos repúblicas: una para indios y otra para españoles.
Los frailes franciscanos, principalmente los milenaristas, concebían a la sociedad española corrompida en sus costumbres y a los indígenas como “el buen salvaje”, infantil e ingenuo que debían aislarse lo más posible de la nefasta influencia de los españoles.
A los indígenas se les denigró al valor de animales e incluso se les asesinaba para que fueran el festín de los perros, no contaban con derecho alguno y menos podían tomar decisiones.
Es entonces cuando la impunidad y la corrupción sentaron sus reales y tomaron carta de naturalización en territorio azteca. Se formó una nefasta cultura de corrupción e impunidad que impera hasta nuestros días y lacera a la sociedad mexicana.
Pareciera que la clase política y la sociedad mexicana en lugar de evolucionar va como el cangrejo, en momentos en que la nación azteca presenta peligrosas malformaciones sociales que nos están llevando a la ruina.