Más de lo mismo frena el cambio
¬ Armando Sepúlveda Ibarra martes 11, Oct 2016Deslindes
Armando Sepúlveda Ibarra*
A 16 años de haberse iniciado con ilusión y esperanza entre los mexicanos la ensoñada transición hacia la democracia, todavía inconclusa o frustrada por la perversidad y los intereses oscuros de la clase política de siempre, nada nuevo hay bajo el sol, a excepción de una guerra sangrienta e insensata, mucha protesta social impotente por dispersa y egoísta, más camadas de debutantes ricos entre los políticos y sus amigos empresarios a la sombra del poder, más pobreza y desigualdad y más de lo mismo del siglo pasado: autoritarismo, violación de los derechos humanos, corrupción, saqueo, cinismo e impunidad de los gobernantes, justicia para unos cuantos privilegiados o, para los demás, al mejor postor; compra abierta de votos y fraudes electorales consentidos por la autoridad, arraigo de partidos decadentes y corrompidos y marasmo de instituciones inútiles a la sociedad y, sin duda ni pena, al servicio de los poderosos.
Con el derrumbe del viejo PRI en 2000 y el ascenso de otro partido, su primo el PAN, a la Presidencia de la República, después de que pasaran casi cien años de que el dictador Porfirio Díaz consintiera en que “los mexicanos ya están preparados para votar”, hubo un tiempo de gracia para que el presidente Vicente Fox emprendiera el cambio del sistema político mexicano antes de que la confianza del pueblo descubriera que había dado su aval nada menos que a un charlatán que dejó sueltos todos los cabos y amarres de la política, en lugar de reformarlos con la creación o refuerzo de instituciones para asentar este tránsito del país en contrapesos entre los poderes y otras instancias autónomas conque la sociedad hubiera podido garantizar el arribo a la democracia.
Para quienes ilusionaron un cambio de rumbo con un Partido Acción Nacional contaminado por el viejo PRI con sus mañas y corruptelas, bastante tarde les llegó la verdad de las correrías de los personajes y, al final de la corta luna de miel con Foxilandia, arruinaron sus expectativas de alcanzar la grandeza del país: Fox, un tránsfuga del priísmo como su padrino político Manuel J. Clouthier del Rincón, otro orgulloso militante tricolor en el Culiacán de los años setentas, había brillado en el gobierno de Guanajuato y daba talla de grande en política sólo en el papel a base de una estrategia de publicidad a su persona que vendió el producto como si fuera Coca-Cola, con mentiras, ataques al inconsciente colectivo para engañarlo y trucos de vendedores deshonestos. Y la gente se tragó los anzuelos. Por entonces comenzaba a volverse rico con el erario guanajuatense y abría cuentas bancarias en Estados Unidos con depósitos iniciales superiores a los cien mil dólares —según testimoniamos en un extenso reportaje publicado en Excélsior en 1999— luego de años de sufrir penurias económicas que lo orillaron a marchar con El Barzón en busca de eludir sus deudas, a moverse en una camioneta chocolate con placas de Texas, a escuchar el consejo de familia que lo conminaba, tras postrar el rancho familiar en la bancarrota, a meterse a la política, al inicio de diputado federal, para recuperarse y salir de la ruina. A su paso por Los Pinos resolvió su problema económico y de muchos familiares y amigos por generaciones y enriqueció sus arcas con sus esfuerzos y, en reciprocidad, dejó temblando al país sin más cambios que soltarle las riendas a la prensa condicional de los gobiernos priístas e inaugurar una etapa de periodismo salpicado de crítica antes de volverse otra vez oficialista y servil, con sus distinguidas excepciones decanas. Un buen consejo para los aún ilusionados fue que pasaran a sentarse a esperar el cambio que vislumbraba en el año 2000 la alternancia en el poder al terminar la “dictadura perfecta”.
Más tarde, Felipe Calderón, famoso por sus borracheras de cantina en su época de politiquillo mediocre y por su explosividad de pequeño hombre de mecha corta dispuesta a estallar a la menor provocación, consolidó los errores, las omisiones, los retrocesos y la rapiña del sexenio de su correligionario antecesor, cuando los grandes intereses de la oligarquía económica y política decidieron imponerlo en la Presidencia de la República en 2006 con un escandaloso fraude electoral, para salvarse de la amenaza de un belicoso y arrogante Andrés Manuel López Obrador, que gozaba de simpatías y empatías como para irse de simple trámite a vivir a Los Pinos, pero enseñó como mal apostador su juego e intenciones: estaba dispuesto a quitarle a los más ricos de México, a someterlos incluso a Televisa y TV Azteca, para dárselo “primero a los pobres”. Con antecedentes de actos deshonestos, como aprobarse sin tener derecho un autopréstamo millonario desde la dirección de Banobras para hacerse de la residencia de Las Águilas, donde hoy vive, según denunciamos en 2003 también en Excélsior, Calderón permitió la corrupción al estilo priísta, incluso entre amigos y familiares y arrojó un interminable baño de sangre sobre la nación con su estúpida guerra contra el crimen organizado a tontas y a locas, sin más estrategia que encomendarse al cielo. A ruego de la gente ha de pagar algún día por los crímenes de lesa humanidad, junto con los continuadores de la barbarie que ha cobrado casi 200 mil vidas y 30 mil desaparecidos hasta ayer.
Al día de hoy la situación que el viejo PRI heredó en 2000 a su primo hermano el nuevo PAN y devolvió en 2012 a la voracidad de los neopriístas en la persona del señor Peña, con un fraude electoral más, todo el panorama político, económico y social ha empeorado al extremo de que nunca desde los sexenios de Díaz Ordaz y Salinas de Gortari había brotado un repudio casi general de la sociedad contra el clan en el poder, o extenderse la consigna de exigir la dimisión del Presidente de la República y su equipo de amigos bajo la sospecha de ineptitud y corrupción y todo lo demás que encorajina al grueso de los mexicanos con sólo traerlo a la memoria.
¡Cómo parar la meteórica caída de los empoderados que hoy mismo desesperan en la nostalgia y de seguro ruegan a la Virgen de Guadalupe y al cielo entero, incluyendo a San Judas Tadeo, por un milagro que vuelva a lanzarlos al estrellato, como en aquellos días de ensueño en que, arrogantes como pocos, perdonaban vidas y engolaban las voces como si los mexicanos no merecieran verlos a sus lindos rostros, si persisten en enfrentar todos sus fracasos con “más de lo mismo”, con la receta que los ha postrado en el umbral de ocaso!
Parece difícil, a simple vista, que los señores del poder sexenal, ayunos de ideas y talento, más proclives al camino tortuoso que a encontrarse con el sentir y el reclamo de los mexicanos, tomen la senda del cambio para crear contrapesos y equilibrios, consolidar instituciones autónomas y crear otras que ofrezcan certidumbre y rectitud y enrutar el tránsito a la democracia. Por allí habría un resquicio para medio salvarse del juicio de la historia que ya comenzó a cobrarles el interminable carnaval de las máscaras de quienes sabían gobernar.
*Premio Nacional de Periodismo de 1996