Contra la corrupción, sólo de palabra
¬ Armando Sepúlveda Ibarra martes 4, Oct 2016Deslindes
Armando Sepúlveda Ibarra*
A nadie convence hasta el momento que exista un interés o una voluntad real de la clase política por combatir de veras la corrupción entre los gobernantes, sus burocracias y compinches y, aunque el oportunismo de los jerarcas de los partidos e incluso del gobierno federal aspire a robarse esta bandera de la sociedad, la cruzada contra los corruptos avanza sólo en los discursos, en unas dos o tres denuncias y en el simple intercambio cotidiano de acusaciones entre unos y otros bandos con fuero e impunidad que usufructúan y desasean los erarios y recursos de la nación en beneficio propio y de los suyos, engolosinados aún con el dinero ajeno y fácil de embolsárselo.
Desde que el voto de castigo contra gobernantes bribones estremeciera a la jerarquía neopriísta con el dolor de las siete derrotas de junio pasado a manos de la oposición, recinto también rebosante de corruptos, todos los días surgen en los medios voces de políticos de distinta filiación para empeñar sus honras —es un decir— en la promesa de limpiar de pillos al sistema político mexicano y sus legiones de cómplices, toman distancia de los malosos, ponen caras de almas de la caridad y, con la hipocresía y el cinismo habituales, protegen por debajo del agua a sus correligionarios que se hallan en apuros judiciales o sujetos al escrutinio público o en la mira de las investigaciones, para frenar al débil y sobornable brazo de la justicia mexicana.
Por lo pronto, andan activos y desafiantes, con nuevo ropaje de caudillos o zares anticorrupción, ciertos personajes de distintas raleas y varia estatura moral o virtuosa, fogosos e invencibles en sus consignas de charlatán, como Ricardo Anaya, líder del PAN; Enrique Ochoa Reza, presidente del PRI; Andrés Manuel López Obrador, de Morena; una comitiva del PRD y hasta el señor Peña con todo y su nuevo desliz verbal (¿mea culpa?) y ofensivo de sugerir que todos los 120 millones de mexicanos son corruptos, con su audacia de parafrasear a Jesucristo acerca de que quien esté libre de culpa —en este tema— que tire la primera piedra. Abundan entre los merolicos de la política el tono locuaz y el embuste de quienes buscan confundir a la ciudadanía para ganársela en la perversa intención de insinuarse como los adalides anticorrupción, nomás de palabra, cuando sus manos y cuentas bancarias han sido corrompidas con dinero público, para cruzar la tormenta de las elecciones de 2017 con una mínima credibilidad y confianza de la sociedad, hasta alcanzar las de 2018, con la mira puesta en alguna angustiosa posibilidad de encumbrarse o ganar el perdón y olvido. En cada redil, sin embargo, cuidan a sus corruptos, los blindan de ir a la cárcel y hasta los ponen de ejemplo a seguir, como Ochoa Reza cobija a Rubén Moreira, acusado por panistas de corruptelas en su gobierno de Coahuila.
AMLO PERDONA Y TRAICIONA
Al panista Anaya, arrogante y vigoroso contra gobernadores corruptos de filiación priísta y, al mismo tiempo, encubridor de panistas rapaces, como Guillermo Padrés, ex mandatario de Sonora, habría que refrescarle su flaca memoria de que entre sus políticos muchos sobresalen por corruptos, como los clanes de Vicente Fox y Felipe Calderón y una larga lista de gobernadores y burócratas. Para contestar al neopriísta Ochoa Reza, sobraría con recordarle que alardea con un farsante estribillo anticorrupción y arropa con descaro a gobernadores y ex gobernadores de la alta escuela de la corrupción, como los hermanitos Moreira, Rubén y Humberto, de Coahuila; Rodrigo Medina, de Nuevo León, y César Duarte, de Chihuahua, por citar algunos nombres quemantes. El ex director de la CFE borra por omisión los saqueos de los aciagos y depredadores sexenios de sus presidentes de la República y ofrece, sin acusarlo ante la autoridad como debería, que uno de su rebaño, Javier Duarte, des-gobernador de Veracruz, pase a la piedra de los sacrificios con todo y sus raterías, con la intención malévola de satisfacer al moderno circo romano que clama sangre y robarse así las banderas contra la corrupción, asesorados con la amplia experiencia de su partido en estas lides.
En su desesperación por ganar simpatías y confianza de sus enemigos de “la mafia en el poder” y sus huestes, el señor López Obrador ataca sus propias banderas y garantiza amnistía a todos los corruptos de las administraciones priístas y panistas, incluyendo a la actual, en una actitud infantil e incongruente que ofende a sus seguidores, a los principios de su partido y a la sociedad que impulsa la lucha anticorrupción y, sin cohibirse de su más reciente bandazo, sepulta de plumazo sus bravuconadas de antaño de poner tras las rejas a los ladrones de la política mexicana, para lo cual la gente supone que faltarían muchas cárceles donde hospedarlos. Fue otra extravagancia pueril del ex candidato presidencial perredista su increíble declaración “3 de 3”, al decir que no posee ni un alfiler o, para ser exactos, ni en qué caerse muerto: si justifica su hoja en blanco con la salida premeditada de que testó a favor de sus hijos, debió para ser honesto enlistar las propiedades que usufructuó con el esfuerzo de su trabajo. Sería de importancia para el nativo de Nacajuca que dejara de sentirse un iluminado, escogiera como práctica diaria las lecciones de humildad de los santones del Tíbet y buscara el consejo de personas de su corte sobre el sentido común y los efectos negativos de apartarse de la lógica elemental y pretender burlarse de sus escuchas, como el día en que se le ocurrió lanzar a “Juanito” de candidato a la delegación Iztapalapa, para vomitarse en la ley.
La sentencia de Séneca de que “nadie puede llevar una máscara por mucho tiempo”, concebida quizá a propósito de los tiempos atroces y lujuriosos del Imperio Romano bajo las dictaduras de Tiberio y de su jefe Nerón, encajaría a la perfección entre los políticos que disputan la tutela del combate a la corrupción, armados sólo de verborrea, para recuperar espacios entre una sociedad harta de su amor por el dinero mal habido, proveniente de las arcas públicas o de los contratos con empresarios asociados en la componenda.
Cuando los políticos comiencen a encarcelar a sus pares como gobernadores y secretarios de gabinete y otros corruptos de niveles varios, entonces podrán jactarse de que merecen encabezar esta cruzada contra la corrupción, aunque pudiera revertírseles en un harakiri.
*Premio Nacional de Periodismo de 1996