La voz popular ha emitido su implacable veredicto
Francisco Rodríguez jueves 22, Sep 2016Índice político
Francisco Rodríguez
El lamento popular que recorre el país es inexorable. El juicio sobre el gobierno federal ha sido emitido. En la voz y la pluma de los modernos juglares y aún en la de los representantes vernáculos del sentimiento nacional, en las bandas musicales y conjuntos campiranos, en la prosa y la poesía de la montaña, el altiplano o la llanada.
La rebeldía es expresada, a pesar de todos los pesares. Hasta donde tope. Nos recuerda que aún somos un país en pie de lucha para defender nuestros valores entrañables, las conquistas ciudadanas, los principios constitucionales, la razón de existir en libertad.
A los que defienden al país no les importan las consecuencias de sus actos, demuestran un valor a toda prueba, aunque sepan que de antemano sufrirán todas las amenazas y el rigor de la fuerza pública. Mantienen en alto la esperanza por una vida mejor, la defensa de los valores primigenios de la nacionalidad.
Han puesto precio a sus vidas. Lo saben, y a pesar de ello, encabezan una verdadera cruzada por el honor y la decencia. Son los herederos de las mejores tradiciones libertarias, de lo mejor de nosotros mismos. No se arredran ante el infortunio, ni se doblegan ante los poderosos demenciales, poseídos por execrables instintos sanguinarios.
El concepto vox populi, vox dei, remonta sus orígenes a un pasado insondable. Las primeras expresiones se encuentran en el filósofo griego Hesiodo, que en el año 700 A.C., en su poema Opera et Dies, puso las bases del acatamiento de la sentencia popular, en el sentido de otorgar valor supremo a sus juicios informales.
“El trabajo es el origen de todo el bien, pues tanto hombres como dioses odian a los holgazanes, que parecen zánganos en una colmena”, afirma el poema de Hesiodo. No pasaría mucho tiempo para que Homero, en el Canto II de La Iliada, universalmente conocido, complementara su contenido, expresando tajantemente: “Los rumores provienen de Dios, o son un Dios ellos mismos”. Séneca, el martirizado asesor de Calígula, en su magistral obra De senectude, afirma: “Créeme, sagrada es la lengua del pueblo”. Aún más, el Capítulo LVIII del Discurso sobre la Primera Década de Tito Livio, de Maquiavelo, se titula: “La multitud es más sabia que el príncipe”.
Así, a través de los siglos, la expresión “la voz del pueblo es voz de Dios”, ha sido aceptada con rotundidad. Siempre en el sentido de que sean o no acertadas las creencias populares, se imponen por su fuerza irresistible, y no es prudente oponerse a ellas. ¿Quién, en su sano juicio, puede dudar del sentimiento popular?
Los últimos cuatro años han revelado la profunda inconformidad que prevalece entre la inmensa mayoría de la población por el ejercicio inverecundo, desvergonzado en grado sumo, de un poder malsano que ha derruido las bases mismas de la convivencia organizada.
Los poetas, cantantes, escritores, periodistas, comentaristas que han alzado valientemente la voz, se han topado con miserables que aplican la tortura, la persecución, el encarcelamiento e incluso la muerte, como ultima ratio de empoderados esquizoides, que frenan por estos medios la revelación de sus infamias.
Desde la cúspide del poder político se da el ejemplo de la insania. Se protege y encubre con enjundia el hurto, la corruptela, el robo, el desvío y la hecatombe asesina que platican y practican a través de autoridades federales, estatales y municipales, de todos colores partidistas.
Se castiga con una ejemplar esquizofrenia a quienes revelan y defienden, por cualquier medio, los derechos soberanos de los mexicanos sobre su patrimonio nacional, sus bolsillos, sus presupuestos públicos, su patriotismo y su honra. La integridad y dignidad personal ha pasado a último término, no existe para los gobernantes.
Las voces disidentes se aplacan, a través de la vesania, una locura generalizada entre la clase gobernante, consistente en enriquecerse rápidamente, a cualquier costa y costo. La represión asesina se ha entronizado entre los gerifaltes de turno.
Ninguna voz valiente puede atravesarse en su camino, en su codicia, en su ambición. Su credo es hacer su desenfrenada voluntad, sobre cualquier asomo de oposición al atrevimiento. Incluso, castigan a los compañeros de viaje que gobiernan con un estilo diferente. Los excluyen en automático de cualquier consideración, de toda transferencia fiscal, de todo trato justo.
La demencia de la complicidad es la primera regla que, según ellos, debe respetarse a ciegas. Complicidad con los delincuentes del trasiego, con los empresarios afines, con los poderosos caciques regionales, con los políticos. Todos caben en el mismo barco. Son la expresión de una de las peores plagas que se han sufrido en el llamado México moderno.
La comprobación de lo anterior, no requiere ya proceso formal, ni denuncia previa. Ha sido aireada a los cuatro vientos, en tiempo y forma, por quienes han sufrido el salvajismo irracional y la persecución salvaje ordenada por ignorantes de pacotilla, que no conocen el carácter insumiso de quienes arremeten contra sus ruines procederes.
De ahí, que el juicio popular sobre el sexenio es irreductible. De ahí que deba obedecerse su testimonio contra la inverecundia, contra los holgazanes y delincuentes que parecen zánganos de colmena, igual que los fustigaba Hesiodo hace 28 siglos, desde la sabiduría jónica, desde la munificencia antigua de la Hélade.
Periodistas acuden a mecanismos de protección de la CDMX
Tan sólo en la Ciudad de México, nuestra ventana más cercana, tras la publicación en agosto del 2015 de la Ley para la Protección Integral de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, se han recibido diez casos, adicionales a los 87 que se atienden desde el fatídico 2012.
De esos casos, el 30% corresponde a defensores y periodistas residentes en la Ciudad de México. La mayoría, el 70%, llegaron huyendo materialmente de ataques y amenazas en otras entidades federativas. Es bochornoso que algunos compañeros de profesión hayan declinado el acceso a otros mecanismos oficiales.
El gobierno capitalino ha refrendado la protección a las potenciales víctimas del poder, mediante un mecanismo que implica grandes retos para la coordinación interinstitucional, efectividad de los procedimientos y capacitación adecuada contra la impunidad.
Mientras, la voz popular, las exigencias acampadas de defensores y periodistas eliminados, mantiene una actualidad y vigencia, digna de un gran país.
Ha emitido su veredicto implacable. ¿No cree usted?
Índice Flamígero: Ni una línea en los diarios neoyorquinos. Ni una sola mención en los medios electrónicos mereció la presencia y el discurso ante la Asamblea de la ONU de Enrique Peña Nieto —obvio, tampoco del galardón que le confirieron—, a diferencia del caudaloso mar de tinta y la catarata verborréica con los que se inundaron los sentidos de quienes padecemos a esos medios en el país. La aldea es la aldea, ¿o no?
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