Camposanto del narco
Francisco Rodríguez miércoles 21, Sep 2016Índice político
Francisco Rodríguez
Por fin, una manifestación sobre un tema justificado se escenificó en las calles de la Ciudad de México: la expresión de productores agropecuarios de varios rumbos del país, exigiendo un alto a la rapiña presupuestal, a la sangría de nuestros impuestos para favorecer a coyotes del campo y para definir el rumbo del país, en una lucha seria contra la miseria.
No es un tema menor. Constituye el punto medular del proyecto de nación. La reivindicación de los fundamentos constitucionales sobre el desarrollo agropecuario debe ser la piedra angular, el lugar de partida para saber por dónde se tiene que empezar a reconstruir todo el tiradero que nos dejó el vendaval de corrupción.
No se sabe si el cadáver es civil, militar o levantado
Es de la mayor importancia que los timoneles que deseen encabezar al país, a partir de diciembre de 2018, comprendan que el torbellino que no tiene medida, brújula, rumbo y mucho menos definición, causado por los capos yanquis que manejan el mercado global y el trasiego de droga, la monumental corrupción de sus compinches regionales…… y la complicidad de los mentecatos que se sientan frente a los escritorios de la alta burocracia, han hecho de nuestra Patria un cementerio común donde no se sabe si el cadáver que yace es militar o civil, “levantado” o sicario, mercenario, traficante o guerrillero, amigo o enemigo… peor que un camposanto de guerra civil.
La famosa República no ha podido convocar a los interesados, menos a los interlocutores, en este urgente debate nacional, para definir los términos de esta urgente negociación; hay demasiados intereses encontrados en juego. Las enormes cantidades de dinero que se manejan en ese único negocio productivo de estas tierras, ha llevado al país al precipicio.
Nadie pone reglas, porque todos están adentro
El régimen priísta que llegó hace cuatro años ufanándose de saber cómo hacerlo y despertando las expectativas ciudadanas sobre el tema, ha fracasado en toda la línea, pues en vez de llegar a dirigir y a conciliar intereses, se involucró de cabeza en el asunto. No produjo una sola solución; añadió un problema, gracias a su codicia desquiciante.
Ahora, nadie sabe en qué acaba el juego. Nadie identifica sus extremos, porque no saben a cambio de qué se negocia —y si todavía se tienen canicas para jugar—; mucho menos han identificado las fórmulas que sean útiles para desenredar este nudo de putrefacción. Como todos están adentro, nadie tiene cara para poner las reglas.
Ya no quieren droga aquí, tronó los cerebros de sus hijos
Como en los peores momentos de nuestra historia, estamos arrinconados. Lo único que se sabe es la rendición que exige el adversario y lo que manda el patrón: que pase la frontera sólo la cantidad de precursores, producto, hoja o flor de sicotrópicos que alcance para su consumo.
Que sigamos consumiendo lo suficiente. Ya no quieren la inundación de años pasados que llegó a reventar los cerebros de los hijos de sus clanes y clases políticas y grupos empresariales, que hoy vegetan y convalecen en clínicas psiquiátricas y centros de rehabilitación para adictos empedernidos.
Usted, sabe, todo Imperio que se precie de serlo, tiene el recuerdo que le otorga el archivo británico de la guerra del opio, a través de la cual quiso reventar a los cachorros del viejo mandarinato. Esto no fue posible porque los sabios chinos se mostraron habilidosos para no permitir que penetrara hasta allá la estrategia de la pérfida Albión.
Guerra al narco, en lugar de reglamentar el consumo
Pero como México no hay dos, Pepe Guízar dixit, nosotros sí embestimos con el cogote por delante y nos tragamos todo el trapo de que la guerra contra el narcotráfico, empezada por los esposos Calderón Hinojosa, era “para que la droga no llegara a nuestros hijos”, una falacia rampante que nos ubicó en el ojo del huracán.
Fueron muy machos. A cambio de una gran tajada económica y del reconocimiento político, la parejita de marras le presumió al patrón de la bandera de huesos y calaveras quién era el que se moría en la raya y a quién le arrastraban más los atributos, aunque la dignidad nacional estuviera en juego.
¿Por qué, en lugar de reglamentar el consumo, la distribución y venta de enervantes y barbitúricos, como se hace en cualquier país que se respete, nos andamos asesinando como locos, invocando el nombre de la patria con advocaciones y banderas que no entendemos? ¿Las ganancias de la clase en el poder justifican la sarracina?
Hoy, estamos hasta el queque. Por ese camino se va a la locura y se incrementa exponencialmente la devastación. No es posible que el Estado —de alguna forma hay que llamarle— esté metido hasta el tuétano en una aventura muy redituable, pero insensata, que nos ha traído hasta donde estamos.
Redefinir el arcaico concepto del crecimiento económico
En contraparte, la lucha de la dirigencia campesina independiente, iniciada en días pasados, aporta un aire fresco a esta debacle. Convoca a la opinión pública pensante a centrar la atención en algo que debimos haber hecho hace mucho tiempo: redefinir el concepto del modelo anacrónico de crecimiento.
Centrar las baterías en un asunto nodal. Dejar de subsidiar con nuestros impuestos al gobierno, a los delincuentes organizados, su pareja ideal, a los intermediarios, a los miles de concesionarios improductivos y zapadores de nuestra riqueza, a industriales y comerciantes inútiles, a las petroleras gabachas y sus lacayos locales y, en verdad, limpiar la casa.
Han provocado un grave daño a los cimientos de la nación
Nuestra preocupación esencial debe ser el campo. Cualquier modelo de crecimiento que se haya respetado en el mundo, ha partido de esa premisa: inyectar recursos a todas las cadenas productivas y comerciales agropecuarias, para hacer posible que sólo sus excedentes, después de abastecer el autoconsumo, puedan dedicarse a actividades secundarias, como las industriales o terciarias, como los servicios.
Ya basta de seguir financiando a multimillonarios parásitos y zánganos que se han enriquecido a costillas de las millones de familias campesinas, verdaderos hambreadores que no tienen vergüenza ni sentido de país, promotores de campañas de difamación y distracción de los empeños colectivos.
Cualquier otra medida es irracional y destructiva en grado sumo. El que llegue, tendrá que hacer de inmediato dos cosas que le urgen al país: ajustar cuentas con los corruptos y redefinir a México en este sentido urgente e irremisible.
Sepultar las engañifas de los Videgaray -quien sigue hablando al oído a EPN-, Osorios, Meades, Calderones o Zavalas, Morenos Valle, Anayas, “independientes” salinistas, cómplices del estropicio delincuencial y la masacre. Arrasar con todas las que provengan de esas raleas que tanto daño le han hecho a los cimientos de la nación. ¿No cree usted?
Índice Flamígero: Lapidario, en dos líneas, desde Torreón, Coahuila, don Miguel Ramírez define: “Tal para cual: A un presidente corresponde el premio de una organización patito. Tal para cual”.
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