Zozobra el país y nada cambian
¬ Armando Sepúlveda Ibarra martes 13, Sep 2016Deslindes
Armando Sepúlveda Ibarra*
A su paso jubiloso por Los Pinos, como un huracán devastador de honras políticas, el señor Trump exhibió a todo color la ignorancia del clan en el poder, descobijó la cadena de errores y mentiras oficiales con el espontáneo debate sobre su indeseable visita y sacó a la luz pública la inútil y costosa trama de simulación del gobierno para con los mexicanos, con verborrea y mercadotecnia barata, para ocultarles la grave situación económica, política y social de un país que zozobra entre manos inexpertas y, sin embargo, nada cambian desde la impávida cúpula para remediarse frente al comienzo otra tempestad.
Una semana antes del cese del señor Luis Videgaray (El Soberbio) de secretario de Hacienda, con todo y su nefasto equipo, los aires remanentes del fatídico encuentro entre el señor Peña y el señor Trump ventilaron la amenaza de una nueva crisis de dimensión inimaginable, esta vez por el tamaño de la deuda externa que este grupito, experto en maromas financieras, disparó a 50 por ciento del Producto Interno Bruto, en buena parte sin autorización del Congreso de la Unión y para destinarla a la irreverencia de completar el gasto corriente y amortizar intereses a la banca mundial durante este sexenio de arrogancia y despotismo de los frustrados salvadores de México. Por fin, se conoce que en otra actitud deshonesta, falsearon los datos de la recaudación fiscal, contrataron créditos sin aval legislativo, escondieron los montos del endeudamiento y dejaron a la economía prendida sólo de alfileres con esas impunes truculencias, a la espera de desenlaces que pudieran ser fatales para la nación.
Confiado en la amistad con el señor Peña y en la discreción de ciertos asuntos de interés común, forjados en este andar de unos diez años por la enjabonada y torcida política a la mexicana, el señor Luis El Soberbio, prepotente e inflado de importancia, rebasó fronteras de responsabilidad y, al pisar algunos callos sensibles, alimentó intrigas subterráneas en su contra que aguardaban verlo tropezarse con su lengua y sus actos de alto riesgo. En un momento debió sentirse un sabelotodo infalible, porque manejó a su antojo los pormenores y temas críticos del sexenio, encarnó con la vanidad de la condición humana la imagen de un casi seguro candidato neopriísta a la Presidencia, desplazó a colegas del gabinete en negociaciones que muchos calificaban de metiches e imprudentes, acarició la idea de codearse con el señor Trump, estrecharle su racista mano y contagiarse de su poder, e inventó cirugías (fuera del meticuloso implante de cabello contra su calvicie) para ausentarse unos días de la vida pública e ir corriendo a Nueva York, antes y durante agosto, a la caza de una cita con el hitleriano candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica, para traerlo a un pomposo reality circus con el señor Peña, en un vasto y resbaladizo escenario político, diplomático y confidencial de grandes ligas, para el cual creía sentirse preparado o, al menos, encontrarse bajo la indiscutible protección del mandamás en calidad de su alter ego que, en su creencia, iba a palomearlo como su sucesor.
Ya se les fue el tren
Igual de ingenuo e inepto que su jefe, como en su momento lo advirtiera en 2012 el escritor Carlos Fuentes antes de las elecciones, a propósito de que el candidato del PRI a la Presidencia derrochaba ignorancia, Luis El Soberbio salvó el pellejo de exponerse a otro encontronazo con los diputados y la opinión pública, cuando su amigo ofreció con la afrentosa destitución su vapuleada figura a los hambrientos leones del circo, para que, según apuesta del gobierno, alcanzara a calmar el trueno de la furia nacional contra la siniestra visita del señor Trump a la ultrajada casa presidencial y su tambaleante anfitrión, porque su presupuesto para 2017 viene a ser un atentado más contra la población, con recortes por 239 mil millones de pesos, en especial a los programas de desarrollo social, infraestructura y salud y con la absurda idea de destinar una escandalosa suma de dinero al pago del servicio de la deuda, es decir, los intereses.
Como si fuera poco el daño por venir, el gobierno –a sugerencia del cesante– también liberará a partir de enero de 2017 el precio de las gasolinas y volverán las alzas con la tendencia de la recuperación de los precios del petróleo.
Seducido por el encanto de volver a ser el secretario de Hacienda, un honor para el elegido, el señor José Antonio Meade, un todólogo sin pena ni gloria y de inocultable ideología camaleónica, que ha sido secretario de Energía y de Hacienda en el gobierno panista de Felipe Calderón y secretario de Relaciones Exteriores, de Desarrollo Rural y otra vez de Hacienda en el sexenio del priísta Peña, con el desempeño de la medianía que concede la improvisación, fue traicionado por su entusiasmo personal y tal vez de ambición política al espontanearse para la foto con una monumental y ofensiva sonrisa en la entrega del lesivo presupuesto a la legislatura, como si llevara buenas noticias para los mexicanos, algo de pan después de haberlo atiborrado con circo, teatro y pantomima por más de tres décadas de sexenios manipulados por políticos corruptos e incapaces. Da risa el recorte al gasto social también entre la robusta y onerosa alta burocracia que, con alegría, ve incrementarse sus ingresos hasta alcanzar sueldos inmorales de 4.5 millones de pesos anuales, como los de los ministros de la desprestigiada Suprema Corte de Justicia de la Nación, aquella que condecoró al ilustre delincuente Arturo El Negro Durazo en el gobierno de López Portillo, con toga y birrete, aprobó el anatocismo (cobro de intereses sobre intereses) para beneficiar a la banca y lesionar al deudor y convalidó fraudes electorales, entre otras curiosidades de la justicia mexicana.
De vuelta a la tormenta que viene, nadie con un poco de talento en las alturas del clan en el poder calculó o impuso el criterio de que el señor Trump, astuto y oportunista para servirse de los errores del contrario, desencadenaría la crisis de gobierno como corolario de las torpezas del clan en el poder y destronaría a Luis Videgaray, cuya repulsa popular a su figura recuerda la caída en el año 509 antes de Cristo del último rey de Roma, Tarquinio El Soberbio, arrasado por sus dislates como su tocayo de hechura nacional. Ni saben o ni quieren saber, después de entregarse a su harakiri de manera inocente y voluntaria, que la salida del señor Videgaray nada resuelve, que ni la renuncia inclusive de todo el gabinete o continuar negando los problemas sacará al país de la profunda crisis de gobernabilidad y del vacío de poder, pero a su interior predomina el apetito de alabanza y la terquedad de alejarse más de la realidad.
Al señor Peña, frente a la bomba de tiempo, se le va el último tramo del sexenio en necedades, como el frívolo escenario del encuentro con jóvenes por el IV Informe y la pequeñez del auditorio y el anfitrión al momento de instalarse en un México irreal que sólo estaba en sus mentes, mientras fuera el país hierve y exige un cambio de rumbo y de forma de hacer política, con la participación de la sociedad, para dejar de simular la democracia. Es la última llamada…pero ya se les fue el tren.
*Premio Nacional de Periodismo de 1996