El suicidio político de Peña y el PRI
¬ Armando Sepúlveda Ibarra martes 6, Sep 2016Deslindes
Armando Sepúlveda Ibarra*
Víctima de una ignorancia crónica e incurable, el señor Peña volvió a enfurecer a los mexicanos en su contra y a escandalizar al mundo y asombrarlo, pero esta vez, en el límite de la tolerancia, se erigió junto con su distinguido huésped, el señor Donald Trump, en una verdadera amenaza a la nación con la insensata osadía de abrir las puertas de Los Pinos al principal enemigo de México, recibirlo con gran honor, regalarle un maravilloso trato de jefe de Estado con toda la pompa, consentirle con que le llamara mi amigo y, de remate, sobarle el lomo con un discurso tímido, sumiso y humillante. Mientras el pueblo esperaba frente a los televisores con ansiedad e indignación, por el vergonzoso error de haberlo traído a reírse de todos, que la depreciada figura presidencial saltara en su defensa durante la insólita ceremonia conjunta del 31 de agosto y encarara al locuaz y demagogo candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica, con coraje y dignidad, para descalificarlo, guardó un cobarde silencio.
Ante el azoro y enojo de todo México y, para acabarla de fastidiar, también del presidente estadounidense Barack Obama y su candidata demócrata Hillary Clinton, a quien dañó por igual, restándole puntos, el señor Peña oxigenó con su descocada invitación la hasta entonces declinante campaña de su “nuevo amigo” el señor Trump y, gracias a la visita y sus circunstancias, emparejó allá las preferencias electorales. Cándido y encogido ante el intruso, salió a flote como su espontáneo e ingenuo impulsor y portavoz de su proselitismo, al presentarlo como una sencilla y mansa paloma con la formalidad y protocolo de un estadista. Guiado por la traidora mano de sus asesores que patrocinaron la visita, el Presidente de México (¡sí: el Primer Mandatario!) aprovechó otro momento fatal de la ceremonia, acaso inconsciente, para restregarle a los mexicanos en sus rostros que los dichos de este hitleriano racista, que viene tildando a los connacionales inmigrantes de asesinos, corruptos y narcotraficantes, han sido “mal interpretados” por todos nosotros, en una pose de servidumbre innecesaria y de poca vergüenza que, sumada a las demás barbaridades de la funesta víspera del “Día del Presidente”, suena a traición a la patria según el sentir nacional.
NI EL PEOR APRENDIZ
En las semanas cruciales para el futuro de los Estados Unidos y la tranquilidad del mundo, en que Trump iba en picada en el ánimo de los electores entre el regocijo internacional y, a la par, resurgía la señora Clinton con una cómoda ventaja en las preferencias que hasta allí parecía definitiva, surgió la ocurrencia de tecnócratas neoliberales improvisados en la política y la diplomacia de traer al candidato republicano para que con su encantadora presencia en Los Pinos al lado del señor Peña, para tomarse juntos la foto (incómoda y aberrante) que recorrería el mundo, arropara la economía nacional e infundiera confianza hacia México entre los inversionistas y los organismos internacionales, por si aquel tipo –pensaban los genios de la corte peñista– gana la elección y arriba a la Presidencia del Imperio. ¡Vaya idiotez! ¡Qué ignorancia y estupidez! Ni al peor aprendiz de político y diplomático se le hubiera ocurrido invitarlo para evitar entrometerse en las elecciones del vecino país y crear un conflicto de Estado con alto riesgo para la nación y sus relaciones con los Estados Unidos, más cuando se supone que existe una convivencia plena y cordial con la administración de Obama, correligionario de Hillary. Allá, los protagonistas del gobierno han de guardar los tiempos para hacer las cuentas, para infortunio de México, si al final de la contienda domina el rencor; pero lo cierto es que, contra la visión errónea y absurda de los malos gobernantes mexicanos, Trump es el enemigo a vencer en el mundo: un desquiciado que, como paradoja, el señor Peña en un raro instante de lucidez, atinó a compararlo hará unos meses con Hitler y Mussolini, antes de hacer la temeraria y fugaz amistad con el magnate.
EL SUICIDIO POLÍTICO
Por la misma época en que los genios que merodean y susurran al oído del huésped de Los Pinos, a imitación de los oráculos de Delfos, sus sabios consejos de filósofos y pensadores a la Platón y Cicerón, idearon oxigenarlo a él y su decadente gobierno con la salvadora presencia del señor Trump en el Salón López Mateos de la residencia presidencial, como si este neofascista fuera Dios, al señor Peña le faltaba aliento para llegar arañando con un poco de aire al incierto 2018 con la pesada losa de arrastrar un repudio de 77 por ciento de la población hasta antes del encuentro suicida con el abanderado republicano. Un atisbo de inteligencia, una pizca de sentido común, o la simple consulta a quienes sí saben de política y diplomacia hubiera cancelado la inconcebible intención de que viniera el señor Trump –“sería un gran honor entrevistarme con usted” (¡¡¡!!!), dice sin vergüenza la carta de invitación rubricada por el señor Peña que, para colmo, llevó y entregó en Washington la canciller Claudia Ruiz Massieu Salinas en las oficinas del candidato, en un suceso que de seguro apenaría a Don Benito Juárez y Don Genaro Estrada, gigantes de la diplomacia mexicana, o así de simple a cualquier diplomático de carrera– y hubiera además ahorrado el ridículo del Presidente de la República y su hazmerreír internacional, la irritación y el coraje de los mexicanos y el peligro en que de un día para otro han puesto a la nación. Un estratega incluso pueblerino antes valoraría la situación y las opciones para enfrentarla, sopesaría eventuales resultados de la acción y la reacción y, cuando encontrara la seguridad, volvería a repensarla y entonces tomaría las decisiones pertinentes lejos de aventarse “a la mexicana” con el consejo de los ignorantes. La burda sutileza de intentar hoy culpar del nuevo desastre político y diplomático sólo a los consejeros que recomendaron la visita, por el incidente y su fracaso, han de saber que tratan al señor Peña como si fuera un tonto, o algo así: pero quién decide es el inquilino de Los Pinos y si es el jefe de Estado debe saber gobernar, o si ignora las reglas mínimas, escuchar a los especialistas.
Después de haber asistido toda la nación, con la visita indeseable, al suicidio político del Presidente y su nuevo PRI, mucho tiempo antes de las elecciones presidenciales de 2018, sólo unos cuantos empleados del señor Peña ofrecen la cara en su defensa y justifican los increíbles apapachos al señor Trump sin poder argumentarlos. Por allí, entre la tormenta, a fuerzas, Luis Videgaray —cerebro de la invitación al indeseable republicano—, Miguel Ángel Osorio Chong y Claudia Ruiz Masieu, del gabinete, así como los pastores priístas Enrique Ochoa Reza, el líder del Senado, Emilio Ganboa Patrón y su prima Carolina Monroy, han esbozado un estribillo que repiten como loros sin convicción en apoyo a la aberrante entrada del señor Trump a Los Pinos, con que mancillaron a la nación y ofendieron a los mexicanos de aquí y de allá.
Alguien debería poner un freno a las ocurrencias idiotas de los gobernantes y, si en realidad existen y valen para algo los supuestos contrapesos, el Congreso de la Unión tiene la facultad de llamar a cuentas al Ejecutivo e incluso juzgarlo porque, como se comenta con furia a voz en cuello en la nación, hubo con la invitación y cálida bienvenida al señor Trump traición a la patria. Actúen —es el clamor nacional— antes de que, para ensayar una milagrosa e imposible resucitación, se les ocurra algo más grave aún…
*Premio Nacional de Periodismo de 1996