“The Illusionists 1903”, un viaje mágico al alma del pasado
Espectáculos viernes 15, Jul 2016- Por una noche el Auditorio Nacional se fue un siglo atrás, para recordar a magos como Howard Thurston y escapistas como Harry Houdini
Arturo Arellano
¿Qué sería del espectáculo sin la magia?, ¿qué sería de la vida misma sin la ilusión?, tal vez algo muy monótono y aburrido. Se pretende que con la llegada del cine, la época de oro de la magia murió y que quizá las generaciones que nacieron después jamás tendrían la experiencia de estar frente a un show con estas características, sin embargo, “The Illusionists 1903” lo han logrado y ¿con qué más iba a ser?, sino con magia e ilusión, que llevaron a un Auditorio Nacional repleto a un siglo atrás para sumergirnos en el asombro, el nerviosismo y el gozo de un acto bien ejecutado.
De entrada, hay que entender que no es lo mismo magia que ilusionismo, prestidigitación que mentalismo o escapismo, cada uno tiene sus características particulares y escuelas, como es el caso del escapismo, con el maestro de maestros, el húngaro Harry Houdini, que fue recordado en las pantallas del inmueble, lo mismo Jean Eugène Robert-Houdin y Howard Thurston, en el caso de los magos, todas las técnicas y exponentes, inspiración de este elenco que se encargó de sorprender a todos con sus habilidades durante poco más de dos horas y que se conformó por “Los clarividentes” Thommy Diez y Amelie Van Tass; “El charlatán” Gaetan Bloom; “El amo de armas” Ben Blaque; “El excéntrico” Charlie Frye; “El escapista” Andrew Bassi, “El showman” Mark Kalin; “La presdigitadora” Jinger Leigh y “El Gran Carlini” Justo Thaus.
El show arrancó con el francés Gaetan Bloom en el escenario, encargado de poner en tono a los presentes, no sin antes presenciar una semblanza con la historia de la magia en el mundo por allá de 1900. “Estamos aquí no para hacer magia, sino para hacer milagros”, dijo el divertido personaje, que luego asombró a todos con una rutina de pequeños trucos, cuyo remate fue justamente milagroso, pues al partir una toronja por la mitad, le sacó una naranja, a su vez de la naranja sacó un kiwi y de este último una carta que previamente había vuelto pedazos ante la mirada atónita de los presentes.
Siguieron con un acto de mentalismo de parte de “Los clarividentes” Thommy Diez y Amelie Van Tass, que consitió en que la dama con los ojos vendados adivinaba objetos que estaban en la mano de su compañero muy a la distancia, luego repitieron el número con objetos que el público proporcionaba y tal es la habilidad de esta dama que adivinaba la fecha impresa en las monedas o la serie en los billetes, sin haber tenido nunca contacto con éstos.
Cada personaje tuvo su turno en el escenario, demostrando sus capacidades no sólo en la magia, sino en el clown, malabarismo y quizá como uno de los actos más entrañables el de “El Gran Carlini” Justo Thaus, titiritero que llenó el inmueble de nostalgia, incertidumbre, de esa que en un punto puede llegar a dar miedo por lo oscuro de su arranque, pero que con el paso de la escena enternecía a cualquier corazón, pues su títere realizó algunos trucos básicos en el escenario, pero ¿qué más se puede pedir?, si estás viendo a un títere hacer magia, como hacer flotar una esfera por los aires o aparecer cinta brillante de un sombrero vacío. Más que lo mágico es lo emocional y tierno del acto, pues la capacidad de Justo Thaus para transmitir con su títere es impresionante.
Luego vendría uno de los actos más asombrosos de la noche, el de Andrew Bassi, que emuló el gran escape de Houdini, denominado “La caja de agua de la muerte”, donde el escapista es sumergido en un cubo de agua, esposado de pies y manos. Bassi, antes de entrar se hincó a hacer una plegaria y pidió silencio, luego del suspenso de 2:25 minutos dentro del agua, logró liberarse ante el aplauso de la gente.
Se podría pensar que éste era el sujeto más loco de la compañía, pero cuando llegó el turno de “El amo de armas”, Ben Blaque, ya no se podría estar tan seguro, pues el hombre es capaz de atinar a cualquier punto con las dianas de su ballesta, desde un globo sobre la cabeza de una dama, pasando por los hilos de globos con helio y hasta lo que dejó mudos a todos, además de atónitos, pues con los ojos vendados y una reacción en cadena, sincronizó seis ballestas, la última apuntando a una manzana sobre su cabeza, lo cual es garantía de que a cualquier impresicion, por más diminuta que sea, podría costarle la vida o por lo menos un ojo, lo cual representaría el fin de su carrera. ¿Qué detonaría este efecto dominó? Nada más que un disparo del arma en sus manos guiado apenas por una campana. Afortunadamente el hombre salió ileso y exitoso de este acto, recibiendo el reconocimiento en forma de aplausos y silbidos de parte del público.
Así transcurrio este mágico viaje al pasado, donde el asombro era más puro, donde los corazones estaban más limpios y las mentes eran orgánicas, donde había cabida para la ilusión, donde habitaron esos magos, alquimistas, locos, talentosos, desquiciados con la capacidad de hallar ese punto de equilibrio sobre la delgada línea entre lo real, lo fantástico y lo milagroso.