“Las águilas caídas’’
¬ Salvador Estrada martes 28, Jun 2016Folclor urbano
Salvador Estrada
La explanada del Teatro Blanquita se ha convertido en el “campamento” de las “águilas caídas”, jóvenes de 14 a 25 años, quienes han abandonado su hogar por escasez de dinero, de cariño, por mal trato, alcoholismo y violencia familiar, y ahí tirados en el suelo pasan la vida, sucios y drogados.
Ver a los jóvenes “tirados al vicio” es doloroso para los vecinos de la zona que piden a gritos ayuda para esos seres abandonados por las autoridades, que no tienen una política definida para sacarlos del arroyo.
El Blanquita, que fue la catedral de los teatros de revista, está cerrado desde noviembre del año pasado. El Grupo Carso lo compró y aún no se sabe si lo remozará para que siga funcionando o lo derruirá para construir un edificio. Otro campamento de “águilas” estaba en la calle de Artículo 123, donde cerca de 30 chavos, hombres, mujeres y algunos adultos, permanecieron unos meses en casas hechas de cartón, plástico, lonas y muchos se dormían en el suelo y se cubrían con cobijas sucias y algunos se echaban en sillones viejos a “dormir la mona”. Todos mugrosos y siempre con la mano entre la boca y nariz, tal vez para inhalar “activo”, se levantaban a pedir monedas. Fueron retirados de ese lugar por petición de los vecinos que ya no soportaban el olor de los orines, el excremento y la mariguana, según dijeron.
Estos campamentos de los “desarraigados” se han convertido en vergüenza capitalina, porque en ellos los “chavos copulan” en la mugre y a la luz del día e inhalan solventes; en sus rostros se refleja el dolor, la tristeza y la falta de “cariñoterapìa”, la medicina que recomendó el papa Francisco. El gobierno capitalino no los puede obligar a que dejen esa vida, “porque los indigentes también tienen derechos”. Los convencen de abandonar el lugar, pero aparecen en otras calles de la ciudad.
El gobierno capitalino, tratando de quitar esa “vergüenza” ha llevado a los chavos adictos a diversos Centros de Asistencia e Integración Social, pero no permanecen. Se salen y buscan nuevos “campamentos”. Deben darles un albergue permanente para rehabilitarlos, donde tengan baño, atención médica y puedan dormir en camas y darles la oportunidad de estudiar y aprender un oficio. Las “águilas caídas” dejaron sus nidos y cayeron en la “indigencia”, pero la droga los atrapó y en ella encuentran “el olvido del hambre” y sueñan sus fantasías y hablan con Dios y con el diablo, y en la medida en que inhalan droga sus neuronas se van destruyendo.
Los capitalinos que se cruzan en el camino de esta población callejera les dan la vuelta. No tienen consideración. Los ven tirados o sentados en la banqueta, idos, perdidos en su inhalación, y son muy reacios a darles dinero. Les dan lástima y sólo comentan ¡pobres muchachos!