El nuevo cambio social
Francisco Rodríguez martes 21, Jun 2016Índice político
Francisco Rodríguez
¿De qué material extraterrestre están hechos los llamados “gobernantes”? ¿En qué se apoyan para pensar que todos sus desmanes de vulgares quincalleros podrán pasar de rositas ante la historia y ante la brava opinión política de este país?
Si observamos con un mínimo de atención alrededor de nuestro mundo, comprobamos que estamos a la cola de casi todos los sistemas políticos moribundos e impugnados. Que el único lugar que nos hacen creer que es Jauja, es precisamente éste.
Existen órdenes políticos antiguos, sistemas de convivencia avejentados que ya no tienen razón de ser en el mundo moderno, como las seculares dinastías borbonas unifamiliares europeas, los oligopólicos emiratos petroleros, los sistemas personales africanos, las dinastías asiáticas descendientes de líderes emblemáticos…
… el Papado vaticano, los países agrupados en torno de la corona británica, que renuncian voluntariamente a su autonomía política, atenidos al mecenazgo de la Commonwealth, los sistemas corporativos de gobierno construidos alrededor de creencias religiosas muy arraigadas entre la población, como el caso japonés y los tigres de los mares del sur.
¡Y sin embargo, funcionan! Tienen óptimos resultados, en algunos casos por la pulcritud o la prudencia de sus dirigentes, que conocen su lugar en el mundo, otros, porque administran abundantes recursos y tienen alguna idea de redistribución de los beneficios, otros porque, de plano, son asumidos y obedecidos por sus gobernados, conscientes de los beneficios que reciben, a cargo de su esforzada disciplina.
Regímenes que sí funcionan
Otros más, porque manejan enormes cantidades de recursos financieros, a través de purpurados que controlan dinero de las limosnas y diezmos provenientes de millones de católicos o porque ofrecen canales adecuados de colocación de materias primas, o porque sus aparatos corporativos se han ganado su propio sistema de lealtades.
Todos ellos: las monarquías borbonas, repudiadas por grupos cada vez mayores de contestatarios; los emiratos árabes, que ofrecen trabajo y nulas cargas fiscales a su población vulnerable; los emergentes africanos, apoyados por el gran capital multinacional; las dinastías asiáticas, soportadas por ejércitos disciplinados e intolerantes… los administradores del dinero público puesto bajo el solio del Vaticano; los principados africanos que se sostienen de comisiones ultramarinas; los cacicazgos asiáticos, creadores constantes de tecnologías de punta, conocimientos científicos de avanzada y modos de vivir equiparables y dignos, tienen todavía mucha vida por delante.
El mundo contempla, azorado, cómo el viejo orden político y el nuevo cambio social avanzan en sentido contrario, pero de alguna manera, avanzan, no son estáticos. Aunque sufren algunos problemas de corrupción no han naufragado ni perdido un rumbo secular, a veces sanguinario, en menor medida de lo que aquí constatamos todos los días, allá, casi siempre controlado.
¡Sin embargo, se sostienen! Tienen un gran secreto: nunca juntan todos los bueyes en la misma yunta. Pese a lo que se pueda decir, en ellos, la estulticia y la impericia, nunca van de la mano. Nunca se revuelven las paridas con las preñadas, a menos que los grandes financieros del planeta así lo decidan.
Actúan siempre a tiempo para sacrificar a los agentes nocivos. Extraen con todo sigilo las manzanas podridas y las someten al escrutinio de la opinión o del ludibrio público. Castigan más el escándalo que la posible culpa. Están siempre atentos a todo aquello que pueda lastimar su credibilidad o su prestigio, bien o mal ganado.
Castigan sin piedad a los corruptos que se pasan de la raya. No toleran el desafío a las instituciones y menos el descaro. Los tiempos de las dinastías y las castas doradas yuppies, que florecieron hasta los sesenta en aquellas latitudes, pagaron con cárcel, muerte o destierro sus atrevimientos. Aquí, siguen reinando y saqueando a mansalva.
Todo tiene un precio ante la opinión política mundial
El movimiento cultural de los sesentas logró un propósito, que no perseguía, de afianzar los seculares sistemas políticos que se dieron cuenta a tiempo que ya no era tiempo de tirar cuetes sino recoger varas. Todo tenía un precio ante la opinión política internacional, que buscaba su propia supervivencia.
Los constantes enfrentamientos entre poderes civiles, militares y religiosos que marcaron esa década convulsa, prendieron con intermitencia los semáforos peligrosos que anunciaban persistentemente la inminencia de catástrofes internacionales, porque el mundo se estaba poniendo de acuerdo en administrar las posesiones de las potencias , con el telón de fondo de la Guerra Fría.
Y ante eso, nadie se podía excusar. Todos los dirigentes del planeta, vamos, hasta los mexicanos, se tuvieron que poner las pilas. Aquí, inventaron el retintín de la sustitución de importaciones, la Ley de industrias nuevas y necesarias, el control de precios y salarios… y hasta el desarrollo estabilizador, que siempre fue un sueño de opio, con tal de encubrir, de no revelar inopinadamente, el verdadero rostro de la alineación financiera internacional al lado de los gabachos y de los inclementes dueños del garrote, los financieros de Wall Street.
Castigo a los luchadores sociales
Pero así lo hicieron, así nos fue, y el costo de los platos rotos tuvo que ser pagado con el ajusticiamiento de cientos de inocentes en el fondo de las bahías, en las profundidades de la Barranca de Oblatos, en los patíbulos de las escarpadas sierras, o en las mazmorras del viejo Palacio Negro de Lecumberri, entre otras, muchísimas más cavernas de nuestros gorilas.
Se castigó a los luchadores sociales emblemáticos, a los que siempre protestaron por la entrega del patrimonio soberano, a los que reclamaban justicia, o a los que siempre pugnaron por abrir el ostión de las masacradas libertades civiles.
Carnes de patíbulo que cargaron con el costo de una sociedad política que se avejentaba ostensiblemente. Ellos y nadie más, nos precavieron del alto costo social, económico y político que habrían de pagar las generaciones subsiguientes, si no se atendían sus protestas sociales, hechas al borde de un sacrificio extremo, en el real límite del riesgo.
Indiferencia, indolencia, armas de los caciques
Los grandes hombres de México, en el terreno intelectual, artístico, ideológico. Los enormes exponentes de lo mejor de nosotros mismos, fueron cegados de la vida, o violentados en grado sumo por los pontífices del sistema. Sí, los mismos que decían en cuanta ocasión se les presentara, con un hipócrita y desmesurado patrioterismo que “contra México, nunca tendremos razón”.
Y lo que ocultaban es que sus gobiernos estaban pensados y adocenados para defender un grupo de privilegiados que se enriquecieron hasta la enésima generación, gracias a las concesiones y prebendas de un sistema de ignorantes que no sabían ni dónde estaban sus narices.
La indiferencia, la indolencia, la ignorancia y el engaño burlón, son las únicas armas que les quedan a los caciques, cómplices del narco para reprimir, una vez que el sistema y sus grupos de asalto se quedaron sin muelas ni dientes. Cuando lo anterior no tiene efecto, acude a las ejecuciones extrajudiciales, al secuestro de sus pandillas rancheras de matacuaces y al estado de sitio.
Sus premios son: las concesiones remuneradas, las franquicias para entrar al club de los grandes lavadores, las gubernaturas arregladas a modo con dóciles oposiciones y la entrega del país a los prestanombres de los financieros extranjeros. ¡Aquí no pasa nada!
De verdad, ¿aquí no pasará nada? ¿Alguien apostará un quinto? ¿Seremos la tierra de nunca jamás, donde todos se resisten a crecer? ¿Aunque el sistema ya avejentado sea caduco? Terrible paradoja: niños que se niegan a ser adultos en un patio de juegos decadente. ¿Usted lo cree?
Índice Flamígero: Vale la pena leer lo que envía don Alfredo Álvarez Barrón, a ver si entienden los que no entienden: “Umberto Eco hacía alusión a la rebelión de los necios; Jaime Sabines los llamaba imbéciles de buena voluntad; la sabiduría popular los ha bautizado, simple y llanamente, como tontejos con iniciativa. Sirva esta pequeña introducción para responder, puntualmente, a un pequeño grupo de intelectuales de bolsillo que por medio de las redes sociales y con su retorcida sintaxis critican ferozmente mi supuesta afinidad con Andrés Manuel López Obrador, a quien dicho sea de paso, tratan de culpar, sin prueba alguna, de todo lo malo que ocurre en México. Lo voy a repetir por última vez: no soy lopezobradorista, jamás he acudido a ninguno de sus mítines y no comulgo con muchas de sus bravatas y excesos verbales, de lo cual he dejado incluso testimonio por escrito; en cuanto a mis modestos epigramas, al parecer origen y motivo de toda esta controversia, debo insistir en que sólo son rudimentarios juegos de palabras escritos por un autodidacta que a duras penas ha leído las obras completas de Corín Tellado y dos o tres libros de Carlos Cuauhtémoc Sánchez; son, por lo tanto, un material absolutamente prescindible. Si a alguien le molesta lo que escribo no debería perder el tiempo en leerlo; a mí tampoco me gusta, por ejemplo, como escriben algunos periodistas milenarios o ciertos defensores de verdades históricas, de tal manera que ni los leo ni los oigo y así evito que me den aserrín por afrecho, como en el caso de las famosas encuestas cuchareadas. Por último, si tanto los obsesiona el Peje, como despectivamente lo llaman, ¿por qué no lo encaran personalmente?; o mejor aún, sería bueno que con argumentos y datos fidedignos, sin las burlas e insultos de costumbre, nos indicaran cuál ha sido el grado de responsabilidad del Sr. López Obrador en la debacle de éste país.” E, inmediatamente, El Poeta del Nopal dispara certero: “Alejado de utópicas banderas / y en medio de una crisis galopante / me niego a debatir con atorrantes / que acostumbran salir por peteneras; / porque la educación, buenas maneras, / no se adquieren con cursos a distancia, / el autismo, soberbia y arrogancia / distorsionan sus ondas cerebrales / y ante razonamientos tan banales / lo mejor es guardar sana distancia… Y como dijo Forrest Gump: no tengo absolutamente nada más que agregar al respecto”.
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