El síndrome de Tlaxcala
Ramón Zurita Sahagún lunes 20, Jun 2016De frente y de perfil
Ramón Zurita Sahagún
Solamente fue que pasaran los comicios del pasado 5 de junio, cuando se iniciaron los aceleres de varios de los prospectos que se sienten con posibilidades de competir por la Presidencia de la República.
Varios de ellos estuvieron inmiscuidos en los resultados obtenidos en las urnas, por lo que podrían convertirse en sus avales para respaldarlos en su intención de ser candidatos presidenciales.
Unos más y otros menos, se vieron beneficiados por los votos de electores que no corresponden directamente a sus pretensiones, pero que podrían convertirse en su respaldo.
Los principales beneficiados son los panistas aspirantes, ya que su partido resultó el gran triunfador en dichos comicios, en algunos casos con candidatos propios y en otros con ayuda de un partido que, aparentemente, dejó de ser competitivo.
El PAN ganó sin ayuda de aliados en Aguascalientes, Chihuahua y Tamaulipas y mediante alianzas en Durango, Puebla, Quintana Roo y Veracruz.
De esos siete estados Martín Orozco (Aguascalientes), Javier Corral (Chihuahua), José Rosas Aispuro (Durango), José Antonio Gali (Puebla), Francisco García Cabeza de Vaca (Tamaulipas) y Miguel Ángel Yunes (Veracruz), son militantes de Acción Nacional, mientras que Carlos Joaquín González (Quinta Roo) no ha decidió si opta por el PAN, PRD o se queda como independiente.
Lógicamente, estos resultados electorales tienden a beneficiar, primeramente, al presidente del Comité Ejecutivo Nacional de ese partido, Ricardo Anaya Cortés, quien validó las alianzas con el PRD en Veracruz, Quintana Roo y Durango y con Nueva Alianza en Puebla.
En segundo lugar, al gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, toda vez que su candidato a sucederlo (Tony Gali) ganó con amplitud y sin problemas el proceso electoral.
La tercera beneficiada, aunque no tanto como aquellos es Margarita Zavala, sentada en la ola de los resultados. Margarita, y su esposo, Felipe Calderón Hinojosa, se convirtieron en activistas en los procesos electorales, yendo a la mayoría de los mismos, en apoyo de los candidatos de Acción Nacional.
Claro que su presencia en esos estados fue con la esperanza de refrendar su marca ante el electorado de esas entidades y ahora se ostenta como ganadora de los comicios.
Sin embargo, Margarita salió afectada con el síndrome de Tlaxcala, toda vez que la candidata panista al gobierno estatal, Adriana Dávila Fernández, fue la gran perdedora, por su empecinamiento en ser candidata de su partido a gobernadora.
Dávila Fernández echó abajo la alianza establecida entre su partido y el PRD, donde el segundo pondría al candidato, que, por ende, no sería la senadora panista.
Adriana que ya había competido, sin éxito, dos veces por un cargo de elección popular en Tlaxcala, amenazó con presentarse como independiente o ser postulada por otro partido, con lo que rompería la estructura de su partido en esa entidad.
Su amago de estar en la boleta como fuese tuvo éxito y su partido no concretó la anhelada alianza, con la que hubiesen ganado sin problemas un octavo estado.
La advertencia para Margarita quedó ahí, en el síndrome Tlaxcala, toda vez que los métodos y estrategias de la esposa de Felipe Calderón Hinojosa, son similares a las de Adriana Dávila.
Margarita está empecinada en ser candidata presidencial sea como sea o “haiga sido como haiga sido” y declara que pretende ser la abanderada de Acción Nacional, pero si no lo consigue buscará otras opciones, pero ella estará en la boleta del 2018 como candidata presidencial, con o sin su partido.
Ese fue el mismo amago de la tlaxcalteca que ya había competido como candidata a gobernadora y después a senadora, quedando en ambos comicios en segundo lugar. El 5 de junio de 2016, fue enviada hasta un lejano tercer lugar en las preferencias electorales.
La lección está ahí y depende de Margarita Zavala y su promotor y esposo, Felipe Calderón Hinojosa, si la quieren entender.
El otro que intenta montarse en la ola de los resultados electoral, con todo y que no le fue nada bien en los resultados de sus aliados en la Ciudad de México, es Miguel Ángel Mancera, el jefe de gobierno.
Mancera refrendó su intención de competir por la Presidencia de la República, aunque sin aclarar si lo hará como independiente o como abanderado del partido que lo llevó al su actual cago de gobierno, el Partido de la Revolución Democrática.
El jefe de gobierno se mantiene como político independiente, sin afiliarse al PRD, como se pensó en un inicio, por lo que pronto fue recriminado por sus aliados de adoptar la militancia partidista, si es que quiere que este partido lo respalde.
La realidad es que la petición realizada por Silvano Aureoles, gobernador de Michoacán, y Jesús Ortega, el líder de los frágiles “Chuchos”, no inquietó a Mancera, por ser el PRD un partido resquebrajado.
Con todo y que sus alianzas con el PAN les permitió ganar en tres estados (Durango, Quintana Roo y Veracruz) la cuota de votos del partido del sol azteca fue mínima.
Es más en aquellos estados en que puso el candidato para la alianza no pudo ganar, Oaxaca y Zacatecas, fueron franquicias para el PRI.
Y en la Ciudad de México, encomendada precisamente a Miguel Ángel Mancera, los perredistas fueron desplazados hacia la segunda fuerza.
Para terminar de ablandar sus pretensiones presidenciales, la popularidad de Mancera en la CDMX va a la baja por los constantes errores de administración y política de su gobierno, mientras que en el resto del país es un personaje político anodino.
Mientras panistas y perredistas se encuentran alebrestados en la ruta presidencial, los priistas grandes perdedores de la contienda del cinco ce junio, guardan silencio y afilan sus armas para el momento oportuno.