Un “penoso lastre”
Luis Muñoz viernes 6, May 2016Segunda vuelta
Luis Muñoz
El “robo” de gasolina es un problema de difícil solución, pero no imposible.
En él convergen distintas instancias, desde Pemex hasta la Secretaría de Economía y la Profeco. No obstante, este “penoso lastre” se mantiene en muchos de expendios de combustible del país.
¿Por qué es tan complicado meter en orden estos establecimientos?
Por varias razones, pero fundamentalmente por “influencias” que parece ser el denominador común; la cercanía de los propietarios con funcionarios los “blinda” ante cualquier intento de sanción: la evitan o la minimizan.
Desde hace años se sigue planteando la misma pregunta: ¿Qué hacer para evitar que en las gasolineras cometan impunemente fraude en la venta de combustible?
El asunto de los litros incompletos aqueja desde siempre a todos
los conductores de México, dice la Profeco.
A falta de una regulación moderna y mecanismos veraces de detección en casos de trampa, concede a estos concesionarios condiciones favorables para expender combustible prácticamente al precio que se les antoja.
El Senado aprobó, incluso, la nueva Ley para prevenir y sancionar delitos cometidos en materia de hidrocarburos, que establece sanciones más severas a la llamada “ordeña”, robo, tráfico y venta de combustibles.
Dicha Ley contempla de seis a 10 años de cárcel a los dueños y administradores de gasolineras cuando alteren los productos que expendan o no despachen bien los litros del combustible o las demás especificaciones que para estos productos establezca la Comisión Reguladora de Energía.
Sin embargo, la situación no solo se mantiene, sino que ha ido en aumento. La lista de expendios de combustible que cometen estos abusos es cada vez más abrumadora.
El diputado federal, Roberto Alejandro Cañedo Jiménez, sostiene que mientras haya impunidad, el problema continuará. Por ello plantea la necesidad de que tanto la Secretaría de Economía como la Profeco incrementen las verificaciones y apliquen sanciones con mayor rigor, pues no se puede seguir tolerando este “penoso lastre” en que está convertido el manejo desaseado del combustible.
Identificar a las gasolineras más notoriamente abusivas fue un esfuerzo truncado que debe retomarse de inmediato.
Sobre este tema, se presentó un punto de acuerdo, remitido a la Comisión de Economía de la Cámara de Diputados, mediante el cual se pide aplicar las sanciones correspondientes a quienes no entreguen la cantidad exacta o impidan la revisión, así como aumentar las medidas preventivas a fin de erradicar este ilícito.
Cañedo Jiménez recordó que en 2014, la Profeco realizó mil 800 revisiones a gasolineras de todo el país; en 70 por ciento de los casos, encontró anomalías o resistencias a la inspección.
Robo de combustible, sellos rotos y alteraciones en el sistema de despacho del carburante fueron algunas de las fallas más comunes. Además, 227 gasolineras se negaron a ser verificadas y mejor pagaron una multa, “lo que resulta inaudito”.
La Profeco, la Dirección General de Normas y los proveedores de dispensarios de gasolina han detectado tres maneras de robo de combustible: dilatar el despacho para que no caiga una gota de carburante; modificaciones remotas a los despachadores, y apagar la corriente eléctrica para reiniciar en ceros.
Explicó que en el caso de la dilatación del despacho se observó que en la jarra de medición que los verificadores llevaban no caía el combustible hasta después de 11 segundos de que inició el conteo del dispensario.
Cañedo Jiménez agregó que respecto a la alteración de los equipos por vía remota, la Profeco sólo tiene facultad de revisar los componentes dentro del dispensario, pero “no pueden hacerlo si el transmisor se encuentra en las oficinas y ahí es cuando los dispensarios reciben una señal a distancia vía electrónica”.
En conclusión, todo está orquestado para seguir operando de manera impune.
EL METRO, DE MAL EN PEOR
Qué tiempos aquellos, cuando los directores en turno del Sistema de Transporte Colectivo realizaban recorridos en línea para detectar fallas tanto en las instalaciones fijas como en los trenes, para luego corregirlas sin pretexto y de inmediato.
Eso era antes. Hoy, el Metro, que moviliza diariamente a más de 4.5 millones de usuarios al día en toda su red, es, literalmente, un desastre: escaleras fuera de servicio; retrasos cada vez más frecuentes y prolongados; presencia de “vagoneros” (que según autoridades del STC habían quitado); taquilleras de comportamiento soez (por fortuna no todas); vigilantes que no vigilan (frente a sus barbas deambulan rateros y depravados que todo mundo distingue, menos ellos), personal de seguridad vestidos de civil que portan chalecos de color llamativo y que efectivamente llaman la atención porque o se dedican a “chacotear” entre ellos o a gritar como locos, sin idea de cómo poner orden en las horas pico.
La verdad: si el Metro en sus inicios fue orgullo de esta ciudad y del país, por su comodidad, seguridad, rapidez; por ser uno de los más baratos del mundo, ahora, simple y llanamente, es una vergüenza.