Las dinastías borbonas
Francisco Rodríguez jueves 28, Abr 2016Índice político
Francisco Rodríguez
¿De qué material extraterrestre están hechos los llamados “gobernantes”? ¿De dónde viene su intolerancia exagerada? ¿En qué se apoyan para pensar que todos sus desmanes de vulgares quincalleros podrán pasar de rositas ante la historia y ante la brava opinión política de este país? ¿Por qué viven miedosos y amurallados, supervigilados?
¿Con qué morro se deshacen del patrimonio nacional como si actuaran en bien de la nación y, todavía mandan forrados de dinero a sus viejos loros a engañar a la población?
¿Por qué no observan los mínimos de pudor, precaución, recato, autoconservación y prudencia que en todo el mundo se guardan, mientras aquí se pisotean sin la mínima contemplación?
¿Por qué actúan como si mandaran sobre manadas de adocenados y complacientes? ¿Por qué nos tenemos que tragar todas las ruedas de un molino desvencijado?
Creen que nos engañan
Si observamos con un mínimo de atención alrededor de nuestro mundo, comprobamos que estamos a la cola de casi todos los sistemas políticos moribundos e impugnados. Que el único lugar que nos hacen creer que es Jauja, es precisamente éste, nuestro desastrado país. El mismo que ocupa el último lugar en educación, productividad y distribución del ingreso, entre otras muchas variables.
Existen órdenes políticos antiguos, sistemas de convivencia avejentados que ya no tienen razón de ser en el mundo moderno, como las seculares dinastías borbonas unifamiliares europeas, los oligopólicos emiratos petroleros, los sistemas personales africanos, las dinastías asiáticas descendientes de líderes emblemáticos…… el Papado vaticano, los países agrupados en torno de la corona británica, que renuncian voluntariamente a su autonomía política, atenidos al mecenazgo de la Commonwealth, los sistemas corporativos de gobierno construidos alrededor de creencias religiosas muy arraigadas entre la población, como el caso japonés y los tigres de los mares del sur.
¡Y sin embargo, funcionan! Tienen óptimos resultados, en algunos casos por la pulcritud o la prudencia de sus dirigentes, que conocen su lugar en el mundo, otros, porque administran abundantes recursos y tienen alguna idea de redistribución de los beneficios, otros porque, de plano, son asumidos y obedecidos por sus gobernados, conscientes de los beneficios que reciben, a cargo de su esforzada disciplina.
Regímenes caducos que sí funcionan
Otros más, porque manejan enormes cantidades de recursos financieros, a través de purpurados que controlan dinero de las limosnas y diezmos provenientes de millones de católicos o porque ofrecen canales adecuados de colocación de materias primas, o porque sus aparatos corporativos se han ganado su propio sistema de lealtades.
Todos ellos: las monarquías borbonas, repudiadas por grupos cada vez mayores de contestatarios; los emiratos árabes, que ofrecen trabajo y nulas cargas fiscales a su población vulnerable; los emergentes africanos, apoyados por el gran capital multinacional; las dinastías asiáticas, soportadas por ejércitos disciplinados e intolerantes… los administradores del dinero público puesto bajo el solio del Vaticano; los principados africanos que se sostienen de comisiones ultramarinas; los cacicazgos asiáticos, creadores constantes de tecnologías de punta, conocimientos científicos de avanzada y modos de vivir equiparables y dignos, tienen todavía mucha vida por delante.
El mundo contempla, azorado, cómo el viejo orden político y el nuevo cambio social avanzan en sentido contrario, pero de alguna manera, avanzan, no son estáticos. Aunque sufren algunos problemas de corrupción no han naufragado ni perdido un rumbo secular, a veces sanguinario, en menor medida de lo que aquí constatamos todos los días, allá, casi siempre controlado.
¡Sin embargo, se sostienen! Tienen un gran secreto: nunca juntan todos los bueyes en la misma yunta. Pese a lo que se pueda decir, en ellos, la estulticia y la impericia, nunca van de la mano. Nunca se revuelven las paridas con las preñadas, a menos que los grandes financieros del planeta así lo decidan.
Actúan siempre a tiempo para sacrificar a los agentes nocivos. Extraen con todo sigilo las manzanas podridas y las someten al escrutinio de la opinión o del ludibrio público. Castigan más el escándalo que la posible culpa. Están siempre atentos a todo aquello que pueda lastimar su credibilidad o su prestigio, bien o mal ganado.
Castigan sin piedad a los corruptos que se pasan de la raya. No toleran el desafío a las instituciones y menos el descaro. Los tiempos de las dinastías y las castas doradas yuppies, que florecieron hasta los sesenta en aquellas latitudes, pagaron con cárcel, muerte o destierro sus atrevimientos. Aquí, siguen reinando y saqueando a mansalva.
Todo tiene un precio ante la opinión política mundial
El movimiento cultural de los sesentas logró un propósito, que no perseguía, de afianzar los seculares sistemas políticos que se dieron cuenta a tiempo que ya no era tiempo de tirar cuetes sin recoger varas. Que todo tenía un precio ante la opinión política internacional, que buscaba su propia supervivencia.
Los constantes enfrentamientos entre poderes civiles, militares y religiosos que marcaron esa década convulsa, prendieron con intermitencia los semáforos peligrosos que anunciaban persistentemente la inminencia de catástrofes internacionales, porque el mundo se estaba poniendo de acuerdo en administrar las posesiones de las potencias, con el telón de fondo de la Guerra Fría. Y ante eso, nadie se podía excusar. Todos los dirigentes del planeta, vamos, hasta los mexicanos, se tuvieron que poner las pilas.
Aquí, inventaron el retintín de la sustitución de importaciones, la Ley de industrias nuevas y necesarias, el control de precios y salarios… y hasta el desarrollo estabilizador, que siempre fue un sueño de opio, con tal de encubrir, de no revelar inopinadamente, el verdadero rostro de la alineación financiera internacional al lado de los gabachos y de los inclementes dueños del garrote, los financieros de Wall Street.
Castigo sin piedad a los luchadores sociales emblemáticos
Pero así lo hicieron, así nos fue, y el costo de los platos rotos tuvo que ser pagado con el ajusticiamiento de cientos de inocentes en el fondo de las bahías, en las profundidades de la Barranca de Oblatos, en los patíbulos de las escarpadas sierras, o en las mazmorras del viejo Palacio Negro de Lecumberri, entre otras, muchísimas más cavernas de nuestros gorilas.
Se castigó sin piedad a los luchadores sociales emblemáticos, a los que siempre protestaron por la entrega del patrimonio soberano, a los que reclamaban justicia, o a los que siempre pugnaron por abrir el ostión de las masacradas libertades civiles.
Carnes de patíbulo que cargaron con el costo de una sociedad política que se avejentaba ostensiblemente. Ellos y nadie más, nos precavieron del alto costo social, económico y político que habrían de pagar las generaciones subsiguientes, si no se atendían sus protestas sociales, hechas al borde de un sacrificio extremo, en el real límite del riesgo.
Indiferencia, indolencia, armas de los caciques
Los grandes hombres de México, en el terreno intelectual, artístico, ideológico. Los enormes exponentes de lo mejor de nosotros mismos, fueron cegados de la vida, o violentados en grado sumo por los pontífices del sistema. Sí, los mismos que decían en cuanta ocasión se les presentara, con un hipócrita y desmesurado patrioterismo que “contra México, nunca tendremos razón”.
Y lo que ocultaban es que sus gobiernos estaban pensados y adocenados para defender un grupo de privilegiados que se enriquecieron hasta la enésima generación, gracias a las concesiones y prebendas de un sistema de ignorantes que no sabían ni dónde estaban sus narices.
La indiferencia, la indolencia, la ignorancia y el engaño burlón, son las únicas armas que les quedan a los caciques, cómplices del narco para reprimir, una vez que el sistema y sus grupos de asalto se quedaron sin muelas ni dientes. Cuando lo anterior no tiene efecto, acude a las ejecuciones extrajudiciales, al secuestro de sus pandillas rancheras de matacuaces y al Estado de sitio.
De verdad, ¿aquí no pasará nada? ¿Alguien apostará un quinto? ¿Seremos la tierra de nunca jamás, donde todos se resisten a crecer? ¿Aunque el sistema ya avejentado sea caduco? Terrible paradoja: niños que se niegan a ser adultos en un patio de juegos decadente. ¿Usted lo cree?
www.indicepolitico.com
pacorodriguez@journalist.com
@pacorodriguez