“Avenida de las Pompas”
¬ Salvador Estrada jueves 3, Mar 2016Folclor urbano
Salvador Estrada
Ahora que el Distrito Federal ya desapareció y nace la Ciudad de México (Cedemex), surgen los recuerdos de lo que fueron las avenidas Juárez, Insurgentes, Reforma y Eje Lázaro Cárdenas en las noches defeñas, con sus atractivos visuales, su jolgorio y su bohemia, pero hay que sugerir que las calles de Sullivan, por lo que tenían y tienen, se conozcan como “Avenida de las Pompas”.
Reforma es ahora “Paseo de las Fortunas”, de los abundantes capitales y de las grandes torres. Millones de dólares se han invertido en su construcción y todavía faltan tres, que pasarán de los 40 pisos. Se acabó el romance de los novios, que paseaban por esa avenida y asistían a los cines y cafés, para dar paso a bancos, aseguradoras, grandes oficinas, hoteles de cinco estrellas y departamentos de lujo, que se han instalado en esas elevadas torres, que retan a las nubes a bajarse a su altura para tomarse un cafecito en sus terrazas de lujo.
En Insurgentes, cuando se apagaba la luz celestial y también la de las conciencias, se encendían las luces de la fiesta y la farra para ir a los centros nocturnos en busca de alegría. Ahora llegan los suspiros y la nostalgia por Avenida Insurgentes Sur, que era “el paseo de las vedettes”. Centros nocturnos las exhibían como sus grandes estrellas. Ahí estaban La Fuente, El Terraza Casino, Los Globos, donde las vedettes cantaban, bailaban y lucían su palmito. Güeras, morenas, exuberantes, delgadas, de todos tipos y sabores estaba ahí para festejar a los parroquianos.
Avenida Juárez era, antes del temblor del ‘85, “la calle de los antros y el paseo de los noctívagos”. Caminabas de un antro a otro, sin temor alguno. Del Capri bajabas a la Taberna del Greco y seguías al Impala. Del hotel Del Prado seguías al Alameda, donde los bares te esperaban para seguir la fiesta.
El actual Eje Lázaro Cárdenas era una gran avenida con diversos nombres. San Juan de Letrán, Niño Perdido, Santa María la Redonda y en todas esas calles existían cabarés: Tío Sam, Siglo XX, Dandy, Casa Blanca y Bombay.
Pero sin ser avenida, en las calles de Sullivan continúa la vida nocturna y debe cambiar a “Paseo de las Pompas”. Ahí están las “pompas”, curvilíneas, encantadoras, deseadas. “Pompas” que te cuestan porque te acuestas y te levantas antes de salir el sol. Y pegaditas a esas “pompas”, están las “pompas” tristes, dolorosas. Las pompas fúnebres de Gayosso, que también te cuestan y te cuestan caro, donde el que se acuesta ya no se levanta y se va para siempre ya sin ver el sol.
Y entre estas “pompas”, las del placer y las del dolor, que se conectan en la misma calle; ves, en tu itinerario parrandero, las “pompas de jabón”, “pompas de la reflexión” y escuchas como truenan… Tuc, tac, tac tuc, se van, se desvanecen y no queda nada, nadita de nada. Y la poesía te brincará en la memoria de etílica bohemia: “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo y más la dura roca, porque ella ya no siente, que no hay dolor más grande que la vida consciente y la muerte que aguarda con sus fúnebres ramos y la vida que tienta con sus frescos racimos y no saber a dónde vamos ni de dónde vinimos”.