Las fanfarronadas de Trump
Francisco Rodríguez jueves 3, Mar 2016Índice político
Francisco Rodríguez
Un engendro como Donald Trump no surge por generación espontánea.
Es el último eslabón de una cadena de filibusteros republicanos que encuentran en él a un exponente natural de sus afanes de piratería antillana, de sus sueños frustrados de ser “los policías del mundo”, de la melancolía del “gran garrote” y de todas esas lindezas de carroña.
Lo realmente preocupante no son sus declaraciones ridículas y vergonzosas en grado sumo para los migrantes. Lo espeluznante es que ningún miembro de la jerarquía tenga el mínimo decoro, los esenciales arrestos para contestar sus fanfarronadas.
Para poner un alto a sus insultos y convocar al sentimiento patriótico a cerrar filas aquí y en el extranjero contra sus afanes intervencionistas, para poner un valladar contra sus dislates esquizofrénicos, para responder con energía a sus insultos a la nación. Alguien que le haga ver lo que han significado los mexicanos, su fuerza laboral, en Estados Unidos para que no haya zozobrado la economía de ese país.
Como ninguno tiene idea de lo que pasa aquí, menos se puede esperar que conozcan un gramo de lo que ha sido la leyenda republicana en el gabacho y sus principales adefesios, que hoy quieren convertir en adalides de la democracia representativa.
Un gringo, ¿presidente de los nicaragüenses?
Basta recordar la apropiación de Cuba, colonia española hasta 1898, esgrimiendo como vulgar pretexto el supuesto ataque a un acorazado gringo anclado en la bahía de La Habana, que quisieron utilizar como coraza de proa para hacer del Caribe su Mare Nostrum.
Igual Nicaragua, que vivía a mediados del siglo XIX, como casi todas las naciones caribeñas, en medio de continuas e interminables guerras civiles, entre federalistas y centralistas, progresistas y reaccionarios, yorkinos y escoceses, como casi toda Latinoamérica.
En 1854, una disputa entre liberales y conservadores nicaragüenses degeneró en un conflicto internacional. Los liberales llamaron entonces en su ayuda a mercenarios yankis. La hora de los filibusteros había llegado.
Entre ellos, William Walker, acérrimo partidario de la esclavitud y de su extensión a América Central, quien trató de apoderarse de Nicaragua, autoproclamándose presidente, reconocido en automático por la potencia imperial, que proclamaba una inaudita “neutralidad oficial”.
El presidente estadunidense, Franklin Pierce, jamás quiso poner fin a esa aventura que abrió las puertas de Nicaragua a casi todas las compañías transnacionales exportadoras de materias primas, que a partir de ello sentaron sus reales en la región.
Gringos y británicos pelearon por América Central
Gran Bretaña trataba de resistir a la influencia yanki en la región, aferrándose a un debilucho Estado, creado en las oficinas londinenses del Foreign & Commonwealth Office: el fantasmal Reino de Mosquitía. De contornos imprecisos, poblado por los indios miskitos, en un lugar desconocido.
El reino se encontraba supuestamente en algún punto de la costa oriental del Caribe, entre Nicaragua y Honduras. Se trataba, por cierto, de una impostura y ficción. La pérfida Albión, mediante este reino imaginario, no quería perder ante Estados Unidos sus derechos sobre un futuro canal interoceánico.
La Guerra de Secesión abrió un paréntesis en el expansionismo yanki. Sin embargo, una vez que terminó, exigieron con firmeza la partida de los reductos ingleses que quedaban en los archipiélagos del Caribe.
Los republicanos se consideraron los únicos dueños de América Central, amparados por el derecho de posesión que enarbolaba la Doctrina Monroe. A finales del siglo XIX, los Estados Unidos aparecieron en la escena internacional, sustituyendo en América Latina a Inglaterra, en el papel hegemónico que antes habían tenido los británicos.
Naciones débiles, pero con enormes riquezas
Para la psiquiatría política es una verdadera joya la redacción del proyecto presentado al Senado de su país por el afiebrado presidente Ulises Grant, expresando sus argumentos para hacerse de Dominicana: “La nación es débil, pero sus territorios son inmensamente ricos, los más ricos que existen bajo el sol…… capaces de albergar diez millones de seres humanos en el lujo… la adquisición de Santo Domingo es una medida de seguridad nacional… puede asegurar el control del tráfico comercial en el océano Atlántico… y resolver de una vez por todas la desgraciada situación en que se encuentra Cuba…”.
José Martí, contra los anexionistas cubanos
Asilado en Nueva York, José Martí hacía un llamado a los cubanos sin dignidad que pedían lisa y llanamente a los Estados Unidos que anexionara la isla.
Decía el libertador: “Ningún cubano que tenga en alto su decoro puede ver su país unido a otro… los que han peleado la guerra y han aprendido en los destierros…… los que han levantado con el trabajo de sus manos un hogar virtuoso… los científicos y comerciantes, los ingenieros, los maestros, abogados, los periodistas y poetas, no desean la anexión de Cuba, pero desconfían de los elementos funestos que, como gusanos en la sangre, han comenzado su obra de destrucción…”.
Pretexto, proteger a los residentes estadunidenses
Bajo el pretexto de proteger a los residentes estadunidenses, los republicanos transformaron banales reyertas y disputas intestinas en verdaderos conflictos internacionales latinoamericanos, adoptando actitudes arrogantes e intervencionistas.
Mismas que México, Venezuela, Guyana Británica y Chile consideraron inaceptables en todos los tonos. Ante cualquier preparativo bélico inglés, Estados Unidos advertía a Gran Bretaña que “no toleraría una sola intervención de su parte en ese patio trasero”.
El presidente Grover Cleveland llegó a decir, en 1895, que los derechos de su país sobre Latinoamérica “eran inmanentes y arrancaban de sus infinitos recursos”.
A finales de ese siglo, los filibusteros republicanos multiplicaron sus intervenciones en el Caribe y en las islas del Pacífico: invadieron Hawai, Puerto Rico, Filipinas, Cuba, Guam, Samoa, los puertos de China y Panamá.
Consternado, el novelista Mark Twain, quien en su juventud había saqueado minas mexicanas, escribió: “Que se pinten de negro las franjas blancas y que se agreguen las tibias y las calaveras en lugar de las estrellas a la bandera de Estados Unidos”.
Ninguno alza la voz. Prefieren que lo haga —más vergüenzas veremos si seguimos así— el lenguaraz Fox y el beodo Calderón.
¿Y los próceres mexicanos? Bien, gracias. Escondidos en los bajos tugurios.
¡Clamando intervención, exigiendo su parte, vendiendo la soberanía, pidiendo a gritos la anexión!
Índice Flamígero: Que alguien le explique al secretario ¿de Educación? Aurelio Nuño la diferencia entre los vocablos “original” y “originario”. Hace un par de días, en entrevista radiofónica dijo, mutatis mutandi, que habría que tomar en cuenta “las fechas originarias”. + + + Y para redondear, con fino humor y talento, también sobre Donald Trump, El Poeta del Nopal nos dice: “Cada feroz reprimenda / le suma nuevos adeptos / y con sus grandes defectos / sigue en caballo de hacienda; / no hay freno, bozal ni rienda / que atempere sus embates / y en el calor del debate / reitera su convicción: / conmigo, la inmigración, / ¡está fuera de combate!”.
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