El Papa Francisco encabeza misa en la Basílica de Guadalupe
Nacional sábado 13, Feb 2016- Su Santidad, el Papa Francisco, ofició la ceremonia eucarística a la que acudieron cerca de 30 mil fieles
El Obispo de Roma aseguró que la Virgen de Guadalupe dice a todos que no se dejen vencer por sus dolores y sus tristezas, durante una emotiva misa en la Basílica del Cerro del Tepeyac.
“¿Acaso no soy yo tu madre? ¿No estoy aquí?”, repitió el pontífice recordando las palabras de María al indígena Juan Diego, durante la homilía de la misa en la cual participaron unas 30 mil personas.
Agregó que la Virgen sigue diciéndole a los católicos que sean sus embajadores para acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas, caminando las calles del propio vecindario, comunidad y parroquias.
“Sé mi embajador, nos dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, perdona al que te lastimó, consuela al que está triste, ten paciencia con los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro Dios”, apuntó el Papa.
Recordó que en el amanecer de diciembre de 1531, cuando se produjo la primera aparición de la Virgen, se despertó la esperanza en Juan Diego y en todo su pueblo.
Señaló que en ese amanecer, Dios despertó y despierta también hoy la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras.
En ese amanecer –siguió- Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos.
En ese encuentro, Juanito, como llamó a Juan Diego, experimentó en su propia vida la esperanza y la misericordia, y aunque le dijo varias veces a la Virgen que él no era el adecuado para vigilar la construcción de un santuario para ella, la Virgen lo había elegido porque no era ilustrado, letrado o perteneciente al grupo de los que podrían hacerlo.
“María, empecinada —con el empecinamiento que nace del corazón misericordioso del Padre— le dice: no, que él sería su embajador”, señaló Francisco.
De esa manera, indicó el pontífice, él logró impulsar una bandera de amor y justicia: la construcción de un santuario, no de cemento, sino el santuario de la vida, de las comunidades, sociedades y culturas, en el cual nadie puede quedar afuera.
“Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la ‘altura de las circunstancias’ o por no ‘aportar el capital necesario’ para la construcción de las mismas”, continuó.
“El Santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condiciones, especialmente de los jóvenes sin futuro, expuestos a un sinfín de situaciones dolorosas, riesgosas, y la de los ancianos sin reconocimiento, olvidados en tantos rincones”, abundó el Papa.