Rumbo al 2018
Freddy Sánchez jueves 21, Ene 2016Precios y desprecios
Freddy Sánchez
La estrategia electoral para la sucesión presidencial está definida.
Con alianzas partidistas y el apoyo de partidos satélite PRI, PAN y PRD se aprestan a lograr dos objetivos primordiales: anular a Morena como factor de decisión para el relevo de Enrique Peña Nieto y obviamente mantener o hacerse nuevamente de la primera magistratura.
En esto último, naturalmente el Partido Revolucionario Institucional o Acción Nacional cuentan con mayores posibilidades de éxito que el perredismo.
Salvo que las izquierdas y grupos de la sociedad civil se aglutinen en torno al partido del sol azteca con un candidato de unidad que logre lo que parece imposible: el reagrupamiento en un solo frente de quienes desde la sociedad y los partidos opositores al PRI y el PAN aspiran a ver llegar a Los Pinos a alguien que promueva un cambio sustantivo en diversos aspectos de la vida nacional.
Claro que algo como eso francamente se ve difícil, considerando que las reformas estructurales impulsadas por la presente administración con el aval de panistas y perredistas están en pleno curso y podría ser descabellado dar marcha atrás a no ser que en los próximos dos años se diera una severa crisis económica en detrimento de la población en general.
Pero en ese caso, la opción del partido de López Obrador estaría cobrando fuerza en el ánimo electoral y los perredistas inclusive quedarían expuestos a perder el registro por falta suficiente de votantes a su favor.
De ahí que el propio ex líder nacional perredista, Jesús Zambrano haya dicho sin tapujos que sin alianzas partidistas el PRD se estaría extinguiendo paulatinamente, lo cual puede empezar a ocurrir en las elecciones a realizarse este año y hacerse más notorio cuando llegue el momento de la sucesión presidencial.
Las alianzas, por lo tanto en los asuntos del poder político constituyen una estrategia obligada para los grandes partidos que como en el caso del PRI aparte de favorecerlas, según afirman sus críticos se ha dedicado en los últimos años a promover el surgimiento de nuevos minipartidos para utilizarlos en favor de sus propios fines electorales.
La idea parece estar clara: dividir el voto de los opositores para restarles cargos de elección popular y particularmente en actividades legislativas contar con futuros aliados como los del Verde o Nueva Alianza, aunque ahora con nuevos partidos locales en distintas regiones del país.
Algo que sucedió recurrentemente en el pasado, dado que el priísmo fomentó la aparición en la política de supuestos partidos opositores al PRI que en realidad de un modo o de otro se lo podía manipular.
Los tiempos actuales, por supuesto han dado un giro en la forma de afrontar los comicios electorales, particularmente por el nuevo éxito de las candidaturas independientes, que sin duda habrán de ser el gran “dolor de cabeza” para los partidos tradicionales, aunque todo indica que sus estrategias ya definidas igual están pensadas en restarle capacidad de influencia a quienes desde la sociedad civil o con el apoyo de algunos partidos de menor tamaño se propongan acceder a los cargos de elección popular y sobre todo a la primera magistratura del país.
Así que la partidocracia tradicional como bien puede uno imaginarse está pensando en echar mano de toda clase de estratagemas que le permitan la permanencia en el poder en las elecciones que se realizarán este año y obviamente rumbo al 2018.