Identidad nacional
Francisco Rodríguez lunes 14, Dic 2015Índice político
Francisco Rodríguez
Entre el 94% de mexicanos que —destaca Lorenzo Meyer, en su más reciente colaboración para Reforma— está orgulloso de su nacionalidad, revelando el contenido de la “Encuesta sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas” y el 11% de los mexicanos que creen todavía en lo que dice el gobierno, según desnuda el estudio “México: política, sociedad y cambio.
Son cifras insalvables entre ellas mismas. Por un lado, el hecho de que un intelecualcomo Meyer, emblemático portavoz de una institución de cargo, celebre que haya un altísimo porcentaje de mexicanos que se sienten muy o sólo orgullosos de serlo, y el bajísimo número de ellos que ya no cree en nada, queda un inmenso páramo.
Ensalzando las cifras presentadas en 2012 por la encuesta de la revista Este país (así, con ese despectivo título con el que los hijitos de Reyes Heroles, beneficiados desde chiquitos con el botín de contratos petroleros, bautizaron a la revista que confiaron al “académico Miguel Basáñez”, antiguo representante en México de consorcios petroleros neoyorkinos y hoy embajador en Washington), el intelectual Lorenzo Meyer llega a la conclusión que “lo único que hace falta es ponerse a trabajar”.
Se ve, se confirma que el intelectual nunca lo ha hecho. Nunca ha trabajado. Sus jugosas remuneraciones siempre han corrido a cargo de las fundaciones gabachas que fondean al Colegio de México, y por lo que se ve, nada bueno puede resultar de análisis pretendidamente independientes, porque no se puede mamar y dar de topes, al menos simultáneamente.
Desde el cubículo financiado por fundaciones imperialistas
Si de verdad tratara de ponerse a trabajar, se daría cuenta que esto no es “enchílame otra”. Los mercados laborales están absolutamente cerrados para los de abajo, que son precisamente los que no creen en nada, ni en nadie. Y los que opinan que es fácil hacerlo, como es su caso, son los mismos que han ayudado a que esto se haya complicado a tal extremo.
Estamos encerrados en un círculo cuadrado, que no se resuelve ni con voluntarismos de analistas de postín, ni con sus befas desquiciantes, de gente exquisita, de altas plumas, que siempre han tenido miedo de abandonar el cubículo, financiado y protegido por el dinero de fundaciones imperialistas, para enfrentarse a la vida en las calles y en los trabajos de tres al cuarto, que son los únicos que a lo mejor encuentran. Nada a la altura de su vida.
Que la nación sea la que conforme un Estado a su medida
La gente seria coincide en que somos un conglomerado que, a lo largo de su historia, ha andado en búsqueda de su identidad nacional. Como siempre ha sido el aparato estatal el que ha creado y definido a la nación a su modo, nunca hemos encontrado la fórmula para que esta formación sea de verdad: que la nación sea la que conforme un Estado a su medida.
La ocasión, como país, en la que estuvimos más cerca de lograrlo, fue en el Constituyente de 1917. Ahí se sentaron bases que urgían al pueblo de México a atender, sin hostilidades ni exclusivismos, la comprensión de nuestros problemas, el aprovechamiento integral de nuestros recursos humanos, naturales, financieros y tecnológicos, enfocándolos a la defensa de la independencia política y la preservación de la soberanía.
Acatar la voluntad mayoritaria para la toma de decisiones, disminuir efectivamente los índices de pobreza, desempleo, desigualdad material y lograr un reparto equitativo de la riqueza pública. La única medida para tasar el desarrollo socialmente justo del país.
Arrasar al adversario hasta reducirlo a su mínima expresión
Pero no: se echó a andar una maquinaria de totalitarismo político para arrasar al adversario, hasta reducirlo a su mínima expresión; en función de engrandecer el aparato estatal multiplicaron burocracias parasitarias —a lo mejor las que forman el 11% de los que todavía creen en sus dirigentes, porque no les queda otra que apechugar y dar pa’lante—; nunca reconocieron a los rostros que exigían que el Estado se adecuara a la nación.
Centralizaron en el Altiplano todas las decisiones, para ejercer el control presupuestal total; creyeron en que la modernización horizontal significaba cumplir con el mandato constitucional; copiaron modelitos extranjeros, creyendo que así resolvían problemas que emergían de nuestras propias raíces.
Permitieron la concentración de los recursos, menguaron el ahorro colectivo y entronizaron a un pequeño grupo social que pospuso sistemáticamente el papel y la acción de un Estado nacionalista. Quisieron acabarse el país, pero hasta esa cuenta les salió mal. Todavía hay mexicanos bien nacidos que quieren pasarles la cuenta.
Nuestro atraso, porque no distinguimos lo beneficioso
Todavía quedan mexicanos lúcidos que saben que no porque el mundo se haya hecho más pequeño por el efecto de los medios de comunicación, debemos perder el espíritu progresista, menos los símbolos de identidad y convivencia.
Que no porque la globalización de los circuitos financieros transcontinentales sean hoy un hecho indiscutible, nuestro país debe escoger el camino fácil de enganchar su destino al primer bloque que se presente a la vuelta de la esquina.
Aunque los liberales criollos han echado sus culpas a los especuladores externos, nuestro atraso se debe a la falta de discernimiento para distinguir entre lo perverso y lo beneficioso para la estrategia del país. Se quiere rebasar el paternalismo, desterrar el fracasado liberalismo y no volver a creer que la grandeza es producto de la copia.
Más policías, granaderos y soldados que maestros
Paradojas de la historia, míster Meyer: los postulados constitucionales que convocaban a la identidad nacional, son los del artículo 3o. constitucional, los mismos que ahora invocan para, con el sonsonete de una reforma educativa que nadie entiende de qué se trata, porque a nadie se lo han podido explicar, dividir aún más a los mexicanos.
No sólo en estratos sociales irreconciliables, sino en profundos intereses que atañen a la educación de los hijos, al papel de los maestros, que quieren defender sus derechos pero no saben cómo, porque nadie les ha explicado de qué se trata una evaluación magisterial sobre ningún contenido ni programa educativo, ¡porque no lo hay!
Hay más policías, granaderos, golpeadores y soldados que maestros en todas las mesas de evaluación del país. Una auténtica asonada, blindada de blietzkrieg ha tomado por sorpresa todos los rumbos y senderos educativos. El que se presenta, saca diez, aunque nunca sepa de qué se trató el ajo. El que no se presenta, pasa a engrosar las listas negras.
Índice Flamígero: ¿Conoce usted a José Murat Casab? Pues dicen que el junior Alejandro ¡es peor! Que ahora mismo anda desatado presumiendo que renunció a la dirección general del Infonavit —para postularse como precandidato priísta a la gubernatura de Oaxaca— pero que no es cierto. Que se fue por la libre. Que no lo consultó siquiera con el secretario de Gobernación, Osorio Chong, ni con el dirigente nacional del tricolor, Beltrones Rivera. Murat Jr., por lo demás, carece de residencia en la entidad que su padre contribuyó a empobrecer aún más. ¡A ver si no se autosecuestra para conseguir su propósito! + + + Y don Alfredo Álvarez Barrón comenta que “Arturo Escobar, ex dirigente del Partido Verde Ecologista de México, se declaró víctima de persecución política y anunció que demandará al titular de la Fepade, Santiago Nieto, por daño moral y violación a sus derechos humanos en la averiguación previa en su contra por presuntos delitos electorales…”. Y su alter ego, El Poeta del Nopal, nos regala una inimitable rima: “Al apelar la sentencia / exhibe toda su fobia / y con lenguaje que agobia / pide derecho de audiencia; / manipula, a conveniencia, / su estatus de perseguido / y con el ceño fruncido / a la sociedad insulta / mientras presuroso oculta / las transas de su partido”.