Circo Atayde, manzanas y emociones
* Especiales, Espectáculos viernes 27, Ago 2010Cuando aprendí a tragar fuego, el circo ya se había ido…
Joaquín Sabina
Humberto Matalí Hernández
Hola señor director, José Luis Montañez Aguilar esto debería ser una crónica formal, pero la verdad después de las emociones de acudir a una función al Circo Atayde y saborear las manzanas cubiertas de dulce y chamoy, la verdad mejor te voy a platicar mis emociones de ver un espectáculo, que desde mi infancia —y nada de hacer uuuyy— me emocionaron provocándome sueños de fugarme y viajar en compañía de los trapecistas y los payasos, de caminar sobre un alambre o de hacer malabares.
Eso es lo mejor del circo, retornarnos a tiempos olvidados, quizás por eso gran parte del público son parejas, sin niños, porque ellos son los infantes que aplauden, ríen, sufren, gritan y se emocionan, como la guapérrima mujer joven que a mi lado, gritaba y soltaba exclamaciones, algunas bastante léperas, aterrorizada y divertida ante los trucos de un varonil trapecista que en las alturas vence a la Ley de Gravedad, con una imagen vampiresca, bastante dark como dicen los chavos. Para ello utiliza unas cadenas de gruesos eslabones y gira, sin ningún sostén sobre el trapecio. Entendí las emociones de mi vecina. Para divertirme con ella.
Después, amigo José Luis el encanto femenino significado en curvas y contorciones de la colombiana Aresa, cuya silueta femenina ya la quisieran muchas de las anoréxicas estrellitas de telenovelas, que parecen desbaratarse al caminar. Erotismo y armonía, encanto y emoción, pero sobre todo la maravillosa transformación en dobleces, figuras geométricas y armonías del cuerpo humano.
En las alturas un ballet aéreo de Natalia, nacida en Rusia, esbelta rubia que distribuye las armonías en lo alto de la carpa pendiente de cuerdas, después señor director, el payaso Pinito y su compañero arrancan chistes, sin vulgaridades, para causar risas, más de adultos que de niños, a los que emocionan saludándolos en sus lugares.
Mientras comía la segunda de las manzanas, de las que ya te dije son exquisitas, aparecieron dos mentalistas chilenos, Carlos y Fernando que con asombrosa velocidad adivina uno de ellos, la verdad no recuerdo cual, mientras está de espaldas lo que le pide su hermano, leer las credenciales de elector, esas del IFE sin la que uno deja de existir como ciudadano de México, como si lo esfumara un mago. El truco de estos dos hermanos es asombroso, en alguna parte debe estar la comunicación entre ellos, pero son tan hábiles que no se puede adivinar, por más especulaciones que haga el espectador.
Y en esos números transcurrió una hora del espectáculo circense, tiempo para salir a comprar otra manzana. Por cierto José Luis el Atayde cumple 122 años de montar su espectáculo, lo que quiere decir que durante gran parte de ellos este mal cronista, que ni los apellidos y varios nombres no apuntó para este encargo tuyo, pero deberás entender que como dicen no se puede chiflar y comer pinole, igual en el circo no se puede trabajar y emocionarse, así que confórmate, al igual que los lectores con los datos que logré apuntar entre los números, emociones y trucos.
Y después de un intermedio, las luces se apagan y surgen las estrellas del espectáculo, por lo menos para mí lo son, los trapecistas la Familia Milla, de Brasil, que con sus vuelos cruzan entre ellos, caen sobre la red cuando fallan, pero como profesionales que son, intentan y logran de nuevo el difícil vuelo. Por lo menos de este grupo logré apuntar el apellido.
Después de otro número, bastante original de Pinito y su compañero, en donde ya no sabe uno cuál es el patiño, los trabajadores levantan alfombra y bajo la monta de Celeste Atayde acompañada de otra bella morena, realizan trucos y movimientos sobre el lomo de los colosales animales, que la verdad se lucen sanos y bien comidos, no como dicen esos extremistas y violentos defensores de los grupos de protección de animales. Esos que valoran más la vida de un canino que la de un niño de la calle. La hipocresía en su apogeo. Falsas sensibilidades.
También hay un grupo de bailarinas, las más encantadoras y bellas que con sus danzas alegran el espectáculo y llenan los huecos entre los números. Desde luego a los hombres la mirada se nos fuga entre ellas.
Para completar, ahora es un algodón de azúcar, rosa como sueño, lo que acompaña a este cronista que mañana deberá hacer el doble de ejercicio si no quiere sumarse al ejército de obesos nacional, mientras la rubia malabaristas rusa, llamada Helena y sus dandys cruzan bolos y otros objetos por los aires a velocidades inusitadas. Y no hay que olvidar que los malabaristas son desde la Edad Media, antes del Renacimiento, el atractivo de los espectáculos por excelencia.
Y espero comprendas que esta crónica no da para más porque las emociones cortaron el profesionalismo, así que te pido que para el año próximo o no me pides la crónica circense o me envías varias veces a ver a los artistas del circo, hasta que me aprenda todos los números, pero corres el riesgo de perder un reportero que se una, aunque sea de barrendero y acomodador de utensilios y utilería —sospecho que son lo mismo, pero se escucha muy profesional— al Circo Atayde Hermanos.
José Luis, al menos que como dice la canción de Joaquín Sabina, si aprendo un truco o a tragar fuego tardaré tanto, que el circo se habrá ido. Un sueño perdido más. Pero que cada año renace y con él las manzanas y los algodones.