¿Nuevos Tratados de Bucareli?
Francisco Rodríguez viernes 13, Nov 2015Índice político
Francisco Rodríguez
Uno de los escándalos sociales más sonados del callismo fue el affaire entre la catalana Gloria Faure, bailarina de teatro de revista, con el poderoso secretario de Hacienda y Crédito Público de Plutarco Elías Calles, Alberto J. Pani.
El asunto nunca hubiera pasado a mayores, de no haber sido por el empecinamiento del financiero hidrocálido, poseedor de múltiples talentos económicos y diplomáticos, por conseguir un favor de la empresa impresora de billetes American Bank Note, de Nueva York.
Al arrebatado Pani se le ocurrió que la escultural tiple española posara a efecto de que su rostro, engalanado con un collar de monedas como diadema en la frente, apareciera en los billetes de cinco pesos.
Como se hizo acompañar de dicha vedette a la Urbe de Hierro, las autoridades migratorias de aquel lado le aplicaron a Pani el Acta Mann de Tráfico de Blancas de 1910, pues al catear el departamento de los mancebos, encontraron ahí a Gloria Faure.
No hace falta ser adivino para saber qué turco le haya hecho “el favor” de la denuncia al prestigiado Pani. El asunto es que él no era tan cínico como los funcionarios de hoy y, al regresar de la estancia en Manhattan, le presentó su renuncia al caudillo de Agua Prieta.
Calles no deseaba tener “eunucos en su gabinete”
Calles nunca la aceptó y por toda respuesta argumentó ante los periodistas que él “no deseaba tener eunucos en su gabinete”. La malicia popular sospechaba que la catalana también le había brindado sus favores al presidente Calles. Que el sonorense y el hidrocálido eran colegas y rivales de catre.
The American Bank Note difundió la versión oficial de esa empresa, en el sentido que la foto correspondía al “retrato de una mujer de Argelia de 1910, sacada de entre sus archivos”. El detalle es que la famosa foto era más antigua que la existencia de “Gloria la gitana”.
Alberto J. Pani, creador del sistema financiero mexicano
La vida de Pani refleja el talento de un hombre acomodaticio. Miembro del gabinete, como secretario de Hacienda de cuatro presidentes revolucionarios, amigo de John Maynard Keynes, fundador del Banco de México, de Banobras y embajador de México en Francia y España.
Pani es el creador del sistema financiero mexicano. Aparte, fue el negociador en jefe de los Tratados de Bucareli, aquéllos que significaron el infamante logro del “reconocimiento” yanqui al gobierno del sonorense Álvaro Obregón.
Estados Unidos, en busca de la parte del león, condicionaba el reconocimiento a Obregón como presidente legítimo al establecimiento de un tratado entre los dos países, en el cual México garantizaría los derechos de propiedad a particulares y a las compañías petroleras de los estadounidenses en nuestro país.
Los gabachos querían que la Corte dictara “no retroactividad”
No era para menos. El artículo 27 constitucional, inspirado en la tradición románica, establecía la propiedad originaria de la nación, “desde el infierno hasta el cielo”. Es decir, el subsuelo, sus bitúmenes y el espacio comprendido sobre el territorio nacional.
Jamás habló de tiempos de aplicación. Desde el momento de ser aprobado en la Convención Constituyente de Querétaro, constituía derecho positivo y vigente, obligando a su estricta observancia erga omnes.
Por eso, el petróleo nunca fue expropiado. Siempre fue nuestro. Se expropiaron sólo las instalaciones de las empresas para la perforación y la distribución.
Pero los pragmáticos gabachos querían que la Suprema Corte accediera a reconocer la no retroactividad del mandato constitucional. Es decir, que de 1923 en adelante ya no se aplicaría a las empresas petroleras estadounidenses. Lo cual sucedió, sin problema, la Corte de Justicia nunca se ha distinguido por contestataria. Calles quiso desconocer los acuerdos que había firmado Obregón. Fue necesario que llegara como embajador Dwight Morrow para que se acabaran todo tipo de levantamientos, desde Adolfo de la Huerta hasta la rebelión cristera.
Los congresos de México y EU nunca aprobaron los tratados
Los famosos Tratados de Bucareli (negociados en lo que hoy se conoce como Secretaría de Gobernación) carecieron de validez legal, porque no estuvieron sujetos a la aprobación de los congresos de ambos países firmantes.
Todo quedó en un “acuerdo de caballeros”, que comprometía a Obregón, pero no a sus sucesores. Pero como en México “todo lo provisional es siempre definitivo” —Mario Moya Palencia dixit—, el espíritu de tales “acuerdos” y sus ignotos “anexos” formaron desde entonces parte de nuestra idiosincrasia.
Para la diplomacia artillada de la Casa Blanca, siempre constituyeron un detalle inapreciable para desatar cualquier reclamación económica, bloqueo o invasión armada.
A pesar del enorme enojo gringo por la ley reglamentaria del petróleo, promovida por Calles para hacer el contrapeso, así como de la autorizada instalación de la embajada rusa allá por Tacubaya, México se engarzó a ojos cerrados a la locomotora yanqui.
En lo superficial, reclamaban indemnizaciones
Sin embargo, después de la firma de los tratados, nada fue igual. Una sombra de suspicacia cayó sobre los gobiernos “institucionales”. La malicia popular posee una grave interpretación de los hechos verdaderos. Pensaron mal y acertaron. En lo superficial, los tratados reglamentaban las reclamaciones surgidas durante las revoluciones y disturbios que existieron en México durante el período comprendido del 20 de noviembre de 1910 al 31 de mayo de 1920.
“Los disturbios y las afectaciones atribuidas a gobiernos de iure o de facto. O fuerzas revolucionarias contrarias a aquéllos. O fuerzas procedentes de disgregaciones entre ellos… … también a los promovidos por fuerzas federales disueltas, bandoleros, siempre que en cualquier caso se compruebe que las autoridades competentes omitieron tomar las medidas apropiadas para reprimir a los insurrectos…”.
Finalmente, los acuerdos que fueron dados a conocer a la opinión pública, se referían a indemnizaciones y reclamaciones. La joya de la corona fue la no retroactividad del artículo 27 a las concesiones petroleras.
Pero el fondo de los acuerdos era demasiado oscuro. Rebasaba la imaginación más febril. Reducía a nuestro país a ser para siempre una sociedad pastoril, y jamás ingresar al club de los selectos industrializados.
Se condicionó a México para que, por lo menos durante los siguientes 50 años, no pudiera desarrollar lo que en esos momentos se conocía como “industria pesada” y hoy conocemos como industria de bienes de producción, de bienes de capital.
Un estudio objetivo de la planta productiva mexicana nos hace evidente nuestro bajo desarrollo en el sector de dichas industrias. Las maquiladoras que tenemos dependen de la importación de insumos para la producción.
Sólo ensamblamos lo que se produce fuera de nuestras fronteras. Y nos hacen creer que la venta de esa producción al extranjero, que sólo beneficia los bolsillos de enormes trasnacionales, está sustituyendo lo que deja de entrar por ingresos de producción petrolera. Se disfraza con mentiras la incompetencia de los que ya acabaron con la industria, antes de entregarla a intereses extranjeros.
Simplemente hemos favorecido las inercias para que los trabajadores agrícolas abandonen sus tierras. Cuando llegamos, nos encontramos con una economía totalmente subordinada y complementaria a las necesidades de su propia metrópoli.
Nunca podremos ser una potencia agrícola, comercial, industrial
Para la Casa Blanca, los motivos económicos y los geopolíticos se mezclan. Así nuestro país no puede convertirse en una potencia agrícola, comercial, industrial, sin que se constituya automáticamente en un rival inaceptable para nuestros vecinos del norte.
Un principio inalterable de derecho internacional sigue siendo el que los derechos —territoriales, económicos, culturales— adquiridos en guerra de conquista, se pierden en la misma forma en la que se adquirieron. Este principio no admite salvedad ni prescripción alguna.
Desde la derrota emblemática de la invasión a Corea del Norte en 1953, la Casa Blanca ha expresado que ellos pactarán sólo cuando las condiciones sean propicias a sus intereses. ¡Pero intervendrán de manera unilateral cuando así lo decidan!
Índice Flamígero: El “historiador” Lorenzo Meyer —¿otro intelectual”? se refirió hace un par de días al mismo tema… pero sin tocar el fondo. Es algo a lo que siempre se han resistido los de esa casta dorada. ¿Para no perder el fondeo de fundaciones gabachas? ¿Para no perder sus becas? Chi lo sá…