El capitalismo neoliberal
Francisco Rodríguez jueves 22, Oct 2015Índice político
Francisco Rodríguez
Cuando se impusieron los totalitarismos nacionalsocialistas y fascistas en la vieja Europa fueron detectados y combatidos por un nutrido grupo de pensadores, maestros e investigadores universitarios que alertaron al mundo sobre cómo se estaba empollando el famoso huevo de la serpiente.
Una brillante generación de científicos sociales, entre los que se encontraba gente de la talla de Fromm, Levinson, Eysenck, Greene, Loewenstein, Adorno, Frenkel y Rokeach, entre otros, llegaron a tierras estadounidenses con las valijas llenas de ideas.
Habían sufrido en carne propia los psicóticos proyectos políticos del autoritarismo en sus países de origen, implantados en medio de violentas revueltas y tensiones. La excesiva ideologización de las tendencias en boga, generaba reyertas, protestas e inconformidades en todos los grupos de avanzada.
Los estudiosos formaron parte de la corriente de inmigrados, filósofos, sociólogos y artistas europeos expulsados por la Guerra Mundial y llegados a Estados Unidos hace más de 70 años para refugiarse del odio y la intolerancia, la persecución y el hambre.
En el seno de las universidades y centros de investigación estadunidenses conformaron una enorme masa de pensamiento crítico para que ese país, centro de todos los agravios y rencores, no se despedazara ni adoptara proyectos que podrían despertar a la bestia totalitaria. Habría sido tan fácil sin su ayuda.
Creían que el imperio había nacido para tragárselas todas
La mayor aportación que hizo el grupo de pensamiento crítico fue haber puesto orden en las variables del desarrollo político, empezando por rechazar el proverbial funcionalismo yanqui, que creía que el imperio había nacido para tragárselas crudas.
Impidiendo que la supuesta bandera contra el anarquismo revolucionario, implicara meter a todos los inmigrados a la cárcel, desde Sacco y Vanzetti para abajo. Igual que detener la felonía de los cacareados espionajes de las “brujas” culturales, en el teatro, los libros y la cinematografía. Los jóvenes Nixon y Kennedy, republicanos y demócratas, ayudando al feroz macarthismo en esa empresa represiva.
Deteniendo el asomo del excesivo militarismo de cualquier ralea o las intentonas en el ámbito laboral y sindical del corporativismo falangista, jefaturado por la American Federation of Labour y sus operadores y golpeadores del transporte, la construcción, los casinos, el turismo, los muelles y los mercados de abasto, entre otros.
La sensatez para combatir la soberbia imperial
Imponiendo sensatos puntos de vista ante la ausencia de árbitros experimentados e inteligentes entre la clase política, para moderar los excesos que se gestaban entre las corrientes de opinión, demasiado influenciadas por criterios dogmáticos religiosos y publicitarios de baja estofa.
Impidiendo que se desbordara la soberbia de un aparato bélico y económico terrorífico que, desde la Conferencia de Yalta y las mesas financieras del Congreso de Bretton Woods ya había enseñado sus fauces, para amenazar al mundo devastado.
En el proceso regresivo del estado de Derecho al predominio del Ejecutivo sobre los demás poderes, el autoritarismo se hizo una “realidad política moderna”, típica en la transición del absolutismo monárquico hacia el incipiente constitucionalismo. Hacían falta mentes lúcidas.
La invocación que hacían los teóricos norteamericanos Padget, Lipset y otros funcionalistas, para defender hasta donde topara el sistema presidencialista de la Constitución de Filadelfia, apoyaba la existencia de un Ejecutivo fuerte, y relegaba los sistemas parlamentarios y judiciales para controlar el poder.
Parlamentarismo, contrario al autoritarismo y totalitarismo
Nunca llegaron a dimensionar que, en las consecuencias de ese empeño, se empollaba el carácter autoritario fuera de control y mesura de los regímenes presidencialistas, cuyo modelo adoptamos a ciegas, con una fe de cataros medievales. Como todas las modas y tendencias vintage que nos llegan desde allá. La burocracia política impidió ejercitar otros caminos. Nos lo advirtieron en todos los tonos, desde todos los registros teóricos. Carl J. Friedrich, en El hombre y el gobierno, predecía: “El parlamentarismo, en efecto, podrá ser malo o bueno en sí mismo, pero no cabe duda que es lo contrario, tanto del autoritarismo, como del totalitarismo”.
Aún más: “… la elección entre un orden democrático y otro autocrático, no radica en un argumento de utilidad o eficacia —como sostienen los funcionalistas— sino en un juicio de valor que se decide por una actitud de confianza hacia el pueblo o hacia líderes calificados en uno u otro caso”.
Era una cuestión de saber acomodar los frenos y contrapesos a un Ejecutivo sin ataduras, aunque sea muy voluntarioso o “tenga muchas ganas”.
Cuando fracasa el liberalismo sobreviene el totalitarismo
La opción autoritaria se ha justificado por la necesidad de afrontar las crisis que imponen los tiempos desconocidos. Esos modelos políticos emergieron al desvanecerse los antiguos regímenes. Nadie ignora que el emblemático fue impuesto por Napoleón, al situar su personal dictadura para resolver el terror burgués de la Revolución francesa.
El ejemplo del corso fue imitado por muchos: la historia de Francia hasta la tercera República es la de regímenes autoritarios, revividos por la quinta República gaullista, cuando el general puso como condición que sólo predominara su partido y su clase burocrática.
En Alemania, cuando fracasó definitivamente el liberalismo desatado de 1848, dio paso a un feroz autoritarismo del Reich de Bismarck, que camuflaba, bajo una fachada de instituciones y técnicas democráticas, esta forma de neoabsolutismo.
Otros regímenes contemporáneos fueron el de Kemal Ataturk, en Turquía; el de Pilduski en Polonia; del de Perón, en Argentina; Getulio Vargas, en Brasil; Nasser, en Egipto; Pinochet, en Chile y los Bush, en Estados Unidos.
La “autoridad”, opuesta a la natural libertad humana
Por principio, la “autoridad” está enfrentada a su opuesta dicotómica: la libertad. La tendencia a ser libre es una constante en la naturaleza humana. El ser ha logrado, a partir de la triada característica de los homínidos (posición erecta, mano prensil y capacidad cerebral) y la conjunción entre cerebro y capacidad fonadora del lenguaje, emanciparse de onerosas servidumbres.
La libertad se consagra en las leyes positivas, y debe tender hacia el infinito, en tanto que la autoridad ideal es sólo la estrictamente necesaria. El ideal del desarrollo humano es liberarse de toda traba que no sea necesaria. Cualquier tiranía, aunque sea la del proletariado, es aberrante.
Todo régimen que no pueda defender su legitimidad en la arena política, ante las reglas legales y morales es despótico, así tenga un origen supuestamente aprobado por los electores en las urnas. Si el despotismo es ilustrado, puede ser un atributo del mandato. Pero, ¿y si el despotismo es ignorante?
Y Campa desautoriza al general Cienfuegos
A todo el mundo le parece ridículo que se hayan empeñado en reformar la Constitución para poner en el mismo nivel de obligatoriedad el respeto a los derechos humanos, las firmas de tratados internacionales en esa materia y las garantías individuales…
… para que ahora aparezca el general secretario de la Defensa, vociferando que no dejará a su” soldados declarar ante investigadores y cortes internacionales… ¡para que luego lo desautorice “en público de la gente” –y en el extranjero— un subsecretario de Gobernación!…… o que toda la claque burocrática se oponga a que se revele al público contribuyente el verdadero estado de salud del “Jefe de las Instituciones Nacionales”, una realidad verdaderamente aciaga… … o que la gandalla burocrática de la economía reventada, se resista a hacer público el contenido ya firmado sobre los supuestos “beneficios” que traerá para el escarnecido pueblo mexicano el Acuerdo Transpacífico de relaciones comerciales, un tratado multilateral entre osos y puercoespines, diría aquel procónsul.
Se trata de ejercer una moral política que no se encierre en sí misma, que no se amuralle en el santuario de la conciencia individual, que asista a la plaza pública, socialice sus valores, si es que alguna vez los ha tenido.
Que se haga presente en la acción colectiva, sin caer en las prácticas que, en nombre del secreto de Estado, destruya los límites morales; que ofrezca una alternativa válida al injusto capitalismo neoliberal y agonizante que trata de imponernos en nuestro tiempo.
Cuando el despotismo es ignorante, cerril, obnubilado y cerrado, se ubica en los peores rangos del totalitarismo.
Cada día que pasa es un día que obliga a cancelar la presencia de los poderes extralegales, las prácticas abusivas de corrupción, nepotismo e injusticia, la tentación de poner al frente de los poderes formales generaciones dinásticas. De apoyar a ciegas la sistemática destrucción del país.
La tentación totalitaria no pasará. Llegó la hora de la fuga hacia atrás del presidencialismo monocorde y de los privilegios de unos cuantos. Ha sonado la hora del regreso de un nacionalismo democrático moderno que, tomando en cuenta todas las variables de gobernabilidad, recupere el tiempo perdido.
Que proteja y utilice para el desarrollo general los recursos naturales y del subsuelo, la generación de energía eléctrica y de la aplicación puntual de las leyes agrarias, urbanas, laborales y electorales en un plano de igualdad y equidad, de acceso a la civilización y a la cultura.
Ha llegado la hora de que el gobierno se redima ante la inmensa mayoría de desvalidos. ¡Que pase al juicio de la opinión pública la ética despótica de la ignorancia rampante!
Índice Flamígero: A mi buzón llegó ayer a las 9:59 AM un correo electrónico, cuyo remitente es Mariano Escobedo López (escobedolopezmariano@gmail.com) con el asunto “Chunga (sic) tu puta madre”. En el cuerpo del texto una lacónica línea: “Cuidate (sic) sólo eso”. Si es consejo, lo agradezco. Si es amenaza… lo pongo a consideración de usted, estimado lector.