El Nobel, los libros y las carcajadas
Francisco Rodríguez miércoles 14, Oct 2015Índice político
Francisco Rodríguez
A muchos latinoamericanos nos causó extrañeza que el Premio Nobel de Literatura, en los años posteriores a la caída del Muro de Berlín, hubiera sido repartido con tanta ligereza entre nuestras plumas criollas.
Estábamos acostumbrados a las decisiones que tomaba la Academia sueca, en base a merecimientos ostensibles, donde nunca se confundió la erudición con la cultura. Donde nunca influyeron las predilecciones burocráticas y financieras.
Vimos desfilar en esa pasarela de Estocolmo, a escritores que justipreciaban la lucha de los débiles del mundo, por razones de pobreza, de marginación, de colonización, pero jamás vimos la manera tan grotesca de confundir la sola acumulación…… de datos y conocimientos generales de los libros —erudición—, con la necesaria disección y asimilación de esos datos y conocimientos a la contribución del entendimiento, la paz y la justicia entre los contemporáneos y coetáneos —lo que significa la cultura.
Sartre lo desdeñó; Pasternak hasta la séptima
Antes de la gran hazaña —Juan Pablo II dixit— de apoyar a la “Solidaridad” polaca, vimos distinguir a hombres verdaderamente cultos, como Tagore, Romain Rolland, Anatole France, Gabriela Mistral, Asturias, Steinbeck, Hesse, Hemingway, Cela y Saramago, por citar a los más destacados.
Incluso, supimos que un hombre verdaderamente culto, no sólo erudito, como Jean Paul Sartre, se había dado la licencia de ser nominado y desdeñarlo —como había hecho con todos los reconocimientos en vida— porque pretendían juzgar su posición frente a la liberación argelina, que siempre fue afirmativa, sin necesidad de premios y zarandajas.
O la negativa de la Unión Soviética de la “guerra fría” a permitir que Boris Pasternack recibiera el famoso galardón, en vista de sus actividades antiestalinistas. Para ellos, Pasternak, un hombre asombrosamente culto, era sólo un indigno.
De hecho, desde 1946 la candidatura de Pasternak fue discutida seis veces por el Comité del Premio Nobel de literatura. Lo ganó hasta 1958, en el séptimo intento, cuando Doctor Zhivago fuera publicada en italiano por Giangiacomo Feltrinello y en ruso, merced al apoyo de la CIA.
García Márquez, “su abuelito ya se murió”
Luego, sólo nos faltaba ver a Gabriel García Márquez obtener el codiciado galardón, a base de retintines insulsos de supuesto “realismo mágico “, que no eran sino expresiones de la pobreza, que otros, sin la habilidad de la escritura, le habían contado que sucedieron en el pueblo donde nació, pero al cual nunca había regresado desde su infancia.
Cuando los ávidos reporteros de rotativos internacionales fueron a entrevistar a los coetáneos de Aracataca, preguntaron si García Márquez volvería a escribir. La respuesta fue: “no sabemos, porque su abuelito, que le contaba todo, ya se murió…”. Simplemente, vergonzoso.
Álvaro Mutis, un culto escritor colombiano, siempre desdeñado por las dichosas “academias” de pacatos, sostuvo —con justa razón—- que un hombre que escribía lo que había vivido, era solamente un eco aprovechado, con cierta habilidad. Si usted quiere, representaba la portavocia, pero nunca la vivencia cultural.
Octavio Paz y sus chantajes diplomáticos
Igual sucedió cuando los latinoamericanos nos enteramos que le iban a dar el Nobel a Octavio Paz, y nuca faltó quien recordara que toda su “laureada” carrera había sido hecha a base de chantajes diplomáticos y el apoyo desmedido de la gandalla televisiva oficial.
Inevitablemente —usted sabe, siempre se impone la genética aldeana— entre muchos “maldicientes” se recordó la pomposa celebración de los regímenes priístas el Día de la Libertad de Prensa, cuando el Presidente en turno… … galardonaba públicamente, entre los invitados preferidos, a los columnistas y reporteros más agachados al “establecimiento”, y en una ocasión, ejemplar, cuando Margarita López Portillo, “la única que había hablado con Dios” —la “escritora” Emma Godoy, dixit—. coronó la cabeza de “El Tigre” Emilio Azcárraga Milmo, como un adalid de la comunicación social, y la declaración infame del premiado: “yo soy sólo un soldado del Presidente, y me dedico a hacer televisión para los pobres”, léperas joyas de la inmundicia.
Vargas Llosa con la Preysler, de carcajada
O cuando recibió el Nobel un escritor peruano de tercer talón como Mario Vargas Llosa, que enseñó todo el cobre como ser humano, en su “affaire” rosa con la ostentosa Isabel Presley, la “reina de corazones” de la “prestigiada” revista Hola!…… escondiéndose de las cámaras y reporteros, que lo inquirían sobre su amor, y desdeñando cualquier obligación con su esposa de 50 años, hija de la “tía Julia”, provocando una risotada internacional que francamente avergonzó a los escritores latinoamericanos.
El gran ignorado de la Academia sueca, Jorge Luis Borges, es parte de una historia que en el contexto de los infames sucesos de la dictadura argentina no debemos dejar de rememorar. Se emparenta con el caso del chileno Pablo Neruda.
Borges: “…la clara espada a la furtiva dinamita”
Hace algún tiempo se relató que un escritor del diario argentino de Córdoba, La Voz, el justamente reconocido Angel Stival, éste rememoró que el gran Volodia Teitelboim, ministro del régimen allendista….sostuvo que Jorge Luis Borges “se ató la última soga al cuello del Premio Nobel de Literatura, al aceptar una condecoración del sanguinario Augusto Pinochet”, el “estadista” más preciado de los golpistas estadounidenses, formados en la tenebrosa universidad gringa de Notre Dame.
Claro, dijo Stival, “era visitante y le pusieron enfrente a Neruda, autor de Confieso que he vivido, un vademécum de lo que hay qué hacer para pasarla bien en esta vida, sea como embajador en la India… o como melancólico enamorado que se encierra en su castillo de la Isla Negra, a rumiar penas y a escribir versos de amor de vetusto, episodio recreado por el genial director Storaro, en la película Il Postino.
Dicen que el inmortal Borges, cuyo apellido fue vergonzosamente mal balbuceado por el inefable Fox, al recibir la condecoración del dictador chileno, expresó: “Prefiero la clara espada a la furtiva dinamita”, y es creíble, aunque no haya sido sino la manifestación de la prosa borgeana.
Carlos Fuentes: “O Echeverría o el fascismo”
Una competencia de gracejadas, como la que se le ocurrió decir a otro “despreciado”, Carlos Fuentes, quien al ser nombrado Embajador de México en Francia, se le ocurrió decir: “ O Echeverría o el fascismo”. Un despropósito total, ¡y todavía se quejan!
Pero el hecho es que la frase de Borges quedó registrada , como varias ocurrencias del escritor argentino, el mismo que decía, con toda razón que “Carlos Gardel canta mejor, aún después de muerto”.
Gracias a lo dicho ante Pinochet, a Borges se le vinieron encima todas las expresiones críticas de la puntillosa opinión argentina, hasta aquélla de tildarlo con el remoquete de “viejo reaccionario”. Sin embargo, Stival lo defendió:
“Los que así piensan, dijo el de Córdoba, omiten otras de sus frases, como la memorable: ‘nuestros militares mueren sin haber escuchado nunca el silbido de una bala’, expresada en plena dictadura militar del infame Videla.
Sin embargo, nadie puede negar las aportaciones monumentales de Borges al espíritu latinoamericano. La Biblioteca de Babel, donde sostiene que el universo —la biblioteca— se compone de un número infinito de galerías hexagonales, repletas de libros.
O la influencia, que con todo y sus ausencias de lamentables ejemplos en nuestro terruño, ejerció la maravillosa Historia universal de la infamia.
Gobernantes aldeanos mascu- llan títulos que no han leído
Creo firmemente que los dos libros, inspiraron a Umberto Eco, otro de los “olvidados”, para redactar El nombre de la rosa, que concluye con el pavoroso incendio de una biblioteca, custodiada por un monje ciego —igual a Borges—, premonitorio del fin del Medioevo oscurantista.
Un país moderno, actualizado, justo, requiere de grandes escritores, aunque nunca sean premiados ni laureados por la Academia sueca, tan influida por los imperios, que pudo tener el morro de otorgarle el Nobel de la Paz al belicista Kissinger o a Obama.
Pero, bueno, aunque esto no se dé, un país no puede darse jamás el lujo de que sus gobernantes aldeanos, no puedan mascullar ni el nombre de algún libro que hayan leído, simplemente porque nunca han leído alguno en su ingrata vida.
Menos, que por este derrape de alguna “cruda moral”, se abstengan de aparecer en las ferias de libros, en conferencias universitarias… o hasta ¡en ruedas de prensa o en entrevistas con reporteros serios, ausentes en tres largos años de esta tenebrosa y macabra noche mexicana!
Esto es un baldón. No me imagino cómo pueda llamársele en otros países. Por lo pronto, indudablemente, de todos nosotros se carcajean.
Índice Flamígero: En “El País”, Alberto Manguel justifica el Nobel de Literatura 2015 otorgado este año a Svetlana Alexiévich: “muy merecido si aceptamos el primer sentido. Todo dictador necesita una voz que lo denuncie, y frente a Vladimir Putin, quien se considera quizás a justo título el Napoleón de este miserable siglo, entre las varias valientes voces que no le permiten cometer sus atrocidades en silencio, la de Alexievich es una de las más pertinentes, agudas y audaces. Las infamias competidas por el incompetente gobierno ruso anterior y posterior a Putin en Chernóbil son denunciadas en Voces de Chernobil (el único de sus libros traducido al castellano); las crónicas de la infernal guerra del ejército ruso en Afganistán componen su libro Muchachos de zinc; la política de Putin y sus trágicas consecuencias son reveladas en El fin del hombre rojo, un ensayo esencial para entender la Rusia de hoy.” El Nobel de Literatura, pues, debería ser el Nobel de la Política Internacional. + + + Y sobre la colaboración intitulada Hispanidad, ¡corrupción superada!, El Poeta del Nopal hace “una observación: me parece que Iñaqui Urdangarín no fue basquetbolista sino mas bien miembro del equipo español de handball o balonmano.” Y al respecto rima: “Poca afición al trabajo, / pero su guapura es tanta, / que tuvo a suerte, carajo, / ¡casarse con una infanta!”. Agradezco la inteligente y puntual observación, don Alfredo Álvarez Barrón, y hago recíprocos los saludos.