Por qué no vino Francisco
Francisco Rodríguez miércoles 30, Sep 2015Índice político
Francisco Rodríguez
Robert Stephenson Smith, mejor conocido por el segundo apellido materno como Baden Powell, típico aventurero inglés del siglo XIX, es el creador del escultismo, una forma de ejercicios de brigada que caló hondo en México.
Entre el celibato de las órdenes de hermanos de todo tipo de compañías católicas profesando en la educación media de paga, se adoptó el escultismo de fin de semana, a través del movimiento boy scouts o el campismo.
Con el disfraz de actividades extraescolares, los “hermanos” abrazaron el campismo con una fe desatada, pues se trataba de enseñar a los adolescentes de pantalón corto actividades de autodefensa a la intemperie.
Avituallados con incipientes herramientas, navajas, cuchillos y pequeñas hachas, los hermanos se daban a la tarea de que conocieran el entorno citadino de los bosques, los animalillos silvestres, los cantos de las aves y el sentido gregario de sus miembros.
Asimismo, los jóvenes compartían pequeños sentimientos con los solterones mayores de edad que vivían, como anacoretas reprimidos, en los cuartos improvisados de las escuelas de las compañías de religiosos. Por algún lugar tenían que sacar sus impulsos de baja estofa.
Nadie se quejó jamás. Aunque en todos lados se presentía de estos desvaríos y desmanes antinatura, los padres de familia asimilaban estas puñaladas, mientras no fueran públicas.
O porque ellos también las habían sufrido, tal vez porque los rectores, “santos varones” laicos de los institutos, enseñaban que, como en el Vaticano, no se castigaban las culpas, lo que debía señalarlos públicamente eran los escándalos.
Claro, todo esto con palabras más bonitas y ojos lacrimosos, como las de las efigies de los santos que adornaban las capillas del colegio, amurallado ante el escarnio y el ludibrio social.
Maciel, depravado financista del Vaticano
Estas actitudes hipócritas reventaron hasta finales del siglo XX, cuando se revelaron las aficiones pederastas del fundador de la mayoría de escuelas confesionales de la capital nacional, el “Titán de la Pederastia”, Marcial Maciel.
Amasó una fortuna descomunal el fundador del Instituto Cumbres y de la Universidad Anáhuac, entre muchos otros centros confesionales. Fue una de las mayores fuentes de financiamiento mundial del Vaticano con Juan Pablo II.
Confesor de purpurados y altísimo consejero de portadores del báculo de San Pedro, el michoacano Maciel era intocable, hasta que algunos mexicanos cincuentones que habían estudiado en los “colegios de María” lo acusaron violentamente.
En medios televisivos, posteriormente empeñados por el concesionario, Maciel fue acusado de violador, degenerado y abusador de la fe pastoral de los ingenuos adolescentes, que tardaron más de 40 años para salir del clóset y denunciarlo.
Delataron las villanías y depravaciones del santo varón fundador de Los Legionarios de Cristo y de la Universidad Anáhuac, alma mater de una enorme cantidad de egresados que se unieron al cabús de la tecnocracia para acabar de romperle la madre a su pobre país.
No era una condición propia de México, sino una línea general de conducta que adoptaban casi todos los profes “hermanos”, reducidos desde Inocencio III al celibato.
Reñían entre ellos para encargarse de las caravanas del campismo y de los ingenuos boy scouts, carne de cañón de sus bajos instintos y, por qué no decirlo, a sus necesidades hormonales, como seres vivos, comunes y corrientes.
El escándalo de Maciel, que desató una infamia mundial, no pudo pararlo la Iglesia, menos cuando ésta perdió credibilidad y se ubicó como protectora de la pederastia, al encubrir a Norberto Rivera Carrera.
Cardenal, según él en turno para sustituir a Juan Pablo II —los dos, protegidos de Maciel— encubrió a un pederasta criollo, mandándoselo al obispo de Los Ángeles para que lo escondiera “entre la grey de sus pastores”.
En el litigio de marras, el obispado y la iglesia angelina, declarada encubridora, tuvo que pagar la indemnización de 700 millones de dólares a las víctimas. Aquí en México se puede todo. La Iglesia no pagó nada.
Todo mundo sabía que el famoso purpurado, junto con un obispo de la zona metropolitana, aficionado a los toros, eran surtidos a manos llenas con mozalbetes de diversos orígenes, vaciados cómo pescadillos en sus albercas acapulqueñas por conocidos publirrelacionistas y levantacejas del comercio de las carnes frescas.
Ratzinger, primero en decir “ya me cansé”
Desde el Vaticano, el papa Ratzinger que había sido algo así como el inquisidor de las costumbres raras entre los jerarcas del Vaticano, castigó con “extrema rudeza” los excesos de Maciel, condenándolo a no ejercer su oficio durante un veranillo, necesario para que el mundo se olvidara de sus procacidades.
Según ellos, eso era más importante que recluirlo en una mazmorra. La contribución “generosa” del jalisciense a los caudales de los bancos vaticanos y del Opus Dei; la coronación de su obra beatifica, consistente en llenar los altares de cristeros, era el manto de su impunidad.
El arribo al poder de los escapularios panistas. Más de 20 cristeros jalisciense y michoacanos pasaron a adornar los retablos de los santos mexicanos en la Catedral Metropolitana.
El resguardo de la labor pontificia y pastoral de Los Legionarios de Cristo, para seguir financiando la destrucción de los estados americanos, a través de la Democracia Cristiana y el aseguramiento del triunfo total de la rapiña, “bien valían una misa”.
Otro purpurado de poca estofa, identificado con la represión de los militares argentinos del carnicero Videla, obispo de Buenos Aires durante esa noche negra, Francisco, subió al trono de Pedro, en lugar del fastidiado Ratzinger.
En un arrebato de buenas conciencias, Francisco llegó a decir a sus colegas que jamás vendría a México, para no legitimar a Norberto, un pillo de siete suelas de fama internacional. La pederastia y la corrupción enmarcaban la negativa.
Norberto… y la pederastia de sacristía
En honor a la verdad, no tardará en llegar el día en que tenga que reconocerse a los cuatro vientos y entre tirios y troyanos que la iglesia mexicana ha perdido peso específico ante el Vaticano. Ha sido grande la vergüenza ante la capacidad de movilización de los ecuatorianos, pero también de bolivianos y paraguayos.
La ausencia de Maciel ha dejado un hueco que nadie de ellos puede llenar. No somos nadie. Los registros de caudales acaso apenas sirven para seguir ordenando el ritmo al que han de bailar los politicastros del rancho o la firma de los contratos o concesiones de obras faraónicas que no hay dinero para llevar a cabo.
Algo se ha ganado para la posteridad. Los helicópteros de todos tan temidos, cuyo uso privado causó la desgracia de un judío venido a más en Conagua, sí pueden aterrizar con todos sus aspavientos cualquier día en la universidad consagrada.
¡Faltaba más! Eso, eso sí, no se castiga, pues no se ha demostrado ni corrupción, ni mal uso, ni peculado, ni conflicto de intereses, ni si existen los helicópteros. Todo es la ilusión del periodista o de las redes sociales. No se ha demostrado que la Universidad Anáhuac haya sido fundada por un pederasta de apellido Maciel. Las congregaciones de María niegan a voz en cuello haberlo conocido.
No existen en ningún lado, ni en las cámaras del Congreso, ni en las factorías de la industria textil. Es pura mala voluntad. Marcial Maciel no existió. Ni Norberto. Sólo habla su ánima fustigando desde el púlpito a quien se opone a su moralina de conveniencia. Es la pederastia de sacristía.
Por eso, el Papa no vino a México. Ni vendrá.