Un pueblo con tradición
Francisco Rodríguez jueves 10, Sep 2015Índice político
Francisco Rodríguez
Platicando con un hombre sabio de la Huasteca, me preguntaba extrañado cómo siendo un país tan pleno de hombres y mujeres de carácter, una tierra tan feraz y una ubicación geográfica tan favorable, México pasaba por estos momentos tan desastrados.
Buen conocedor del país, el charlista hacía un preciso retrato del territorio nacional: La Frailesca y los montes chiapanecos, la deslumbrante belleza turística del Caribe peninsular, las tierras ganaderas tabasqueñas, la tupida y virginal sierra guerrerense, los valles e istmos oaxaqueños, los parajes de ensueño michoacanos…
…los valles productivos chihuahuenses, las enormes superficies de los regadíos de Sinaloa y Sonora, las cañadas zacatecanas, los generosos deltas tamaulipecos del Cacalilao y el Tamesí, la increíble biodiversidad veracruzana…
… las mágicas tierras hidalguenses, el granero del Bajío y su gran potencial de corredores industriales, las maquiladoras de la franja norteña del país, la diversidad topográfica potosina, duranguense, nayarita y coahuilense, los caudalosos ríos orientales y occidentales…
… los prodigiosos Altos de Jalisco, la incomparable belleza de los rincones colimenses, las enormes reservas de la biosfera campechana de Calakmul, el hermoso Valle de México, la pujanza queretana, los oasis morelenses, y la vasta profundidad cultural y productiva de todo el mosaico natural.
México, continuaba, es una tierra de hombres y mujeres bragados, 25 millones de los cuales han sido expulsados de su país, por falta de oportunidades de empleo, para ir a hacerse cargo de la autosuficiencia alimentaria de otro, cuyas franjas intolerantes y discriminatorias nos desprecian, no obstante ser un país levantado por migrantes.
A pesar de que 20 millones de indocumentados furtivos les han demostrado que su tozudez laboral, disciplina y entrega, ha podido más que todos sus expertos, fracasados en las industrias de tecnología de punta, supuestamente construidas para ser ejemplares en el mundo.
Somos un pueblo con tradición de honor y respeto
Las mujeres y hombres mexicanos han habitado durante siglos sobre una tierra que, a contrapelo de constituir la cuarta región más accidentada en términos topográficos del planeta, después de Nepal, Bután y Suiza, producía los alimentos y la riqueza necesaria para sostener a México, uno de los once países más poblados del mundo.
Han generado su propia cultura, la belleza de su variedad musical, influenciada por la tercera parte de su población de origen africano, el colorido de sus artesanías, razas ganaderas premiadas por los catálogos más altos de los rankings genéticos, costumbres seculares vernáculas que pocos pueblos tienen.
Un pueblo con tradición de honor y respeto, donde han nacido personas que han demostrado su gran valía internacional, en todos los campos de la ciencia, la tecnología, el arte y el pensamiento cultural, artístico, científico y político. Un verdadero inventario de grandeza, precisión y aportes a la humanidad.
Grupos empresariales serios, alguna vez llamados “la iniciativa privada mexicana”, que han logrado excelencias en términos productivos en las industrias extractivas, manufactureras, turísticas, mercantiles, comerciales y agropecuarias.
Pintores, poetas, pensadores de gran calado, diplomáticos de altos vuelos, escritores de relieve internacional, maestros respetables, músicos reconocidos, grupos folclóricos regionales aplaudidos , gastronomía de nivel planetario, actores teatrales y cinematográficos, toreros, líderes de valía y agallas, legislación de avanzada en el terreno social.
Regiones macizas, de gran respeto a la dignidad de la persona y la palabra empeñada. Gente proclive al trabajo y al progreso, conocedora al primer vistazo de las engañifas.
Estaba a punto de pedirle parar, por la vergüenza ajena y propia que me embargaba, cuando mi interlocutor remató con palabras certeras y sensatas: no es posible lo que nos está pasando. Ninguna fuerza extraña puede tener la capacidad para ser culpable de todos nuestros males, decía el huasteco. En algún lugar debe estar la falla.
México ha sido socavado sistemáticamente por regiones. Lo que es sorprendente, para el colmo de nuestra miseria, es que nunca se han alzado voces para denunciar la demolición casi milimétrica que se ha logrado del territorio.
Pequeños grupos de negociantes y teóricos que han defendido a capa y espada los “beneficios” de la inversión externa en los lugares más blandos y generosos de nuestros vientres.
Gente al servicio del gran capital que siempre justificaron el abandono y el simultáneo secuestro del campo, justificando los enormes flujos de migración hacia las que se convirtieron en macrocefalias urbanas explosivas.
Argumentando que todo “constituía un proceso sencillo de flujos de capital y de fuerza de trabajo que acude adónde es mejor retribuida o tiene mejores posibilidades de hacerlo”.
Ponderando la “superioridad natural” de las actividades de servicios mal remunerados en los centros urbanos, fabriles o turísticos, ¡sobre las primigenias labores que tenían que haberse desarrollado en los campos y la agroindustria!
Concentración del excedente económico en muy pocas manos y sectores privilegiados. Ofrecimiento de mano de obra abundante y con bajos salarios, estímulo a la importación indiscriminada de bienes de producción y de capital… que tenemos prohibido producir, desde que a los caudillos de la modernización institucional se les ocurrió la desgraciada idea de firmar los Tratados de Bucareli, a cambio del “reconocimiento” estadounidense.
Apoyos generosos para el crecimiento desigual e inequitativo. Desproporciones y desequilibrios regionales para conformar un país, presa de las ambiciones de todos los conglomerados internacionales.
Una campaña orquestada por los grandes consumidores de droga, para hacernos pelear entre hermanos contra los contrabandistas, que a lo mejor están más cerca de la visión nacionalista que quienes los combaten, en nombre de una política internacional protestante, puritana y engañosa, para el consumo de la masa votante de gabachos ignorantes.
Hay que invertir lo que nos queda en capital humano
Nunca hubo la visión necesaria para, como en los países desarrollados, sedes de las empresas trasnacionales se hizo, una verdadera estrategia de integración, no sólo asimilación, de la población campesina al conocimiento y a la participación en los procesos industriales urbanos.
Nadie fue capaz de hacer del trabajo y del estudio un auténtico objeto de culto. Sólo modelos políticos vinculados, en cuanto a su futuro, a las vidas personales de los dirigentes.
Todo, enfocado a construir el paraíso del corporativismo capitalista, a uncirse al carro de las recetas macroeconómicas, a traer a la gente del campo a las maquiladoras ajenas de exportación.
Ahora que el corporativismo está rebasado, el neoliberalismo ha fracasado, en la voz de sus mismos inventores y operadores del imperio, y la “estrategia” exportadora reventó, ¿qué debemos hacer?
Utilizar el poco parque que nos queda para invertirlo en el capital humano, a través de eficaces políticas sociales, que puedan unir los esfuerzos de los necesitados, que hoy somos todos —menos el uno por ciento de la población—, para abandonar la indolencia y el engaño de los mequetrefes, títeres de los dictados ajenos.
Rescatar la dignidad de la persona, la integridad de la familia, el interés general de la sociedad en la preservación de la igualdad de derechos y obligaciones. Superar el paternalismo, que desalienta la participación comunitaria en la toma de decisiones.
“Arréglese el Estado como se conduce a la familia, con autoridad, competencia y buen ejemplo”, decía Confucio.
Establecer, de una vez por todas, la preferencia constante de lo público sobre el interés privado, como sostenía Montesquieu hace 300 años.
Echar a la basura la frivolidad de los badulaques y tiernos que quieren continuar por la misma ruta del engaño histórico. Eso es lo que hay qué hacer. Urge.