Rumbo al 2018
Ramón Zurita Sahagún miércoles 9, Sep 2015De frente y de perfil
Ramón Zurita Sahagún
Desde que se popularizó la figura del “tapado”, pasando por el fiel de la balanza, hasta el presente que los priístas viven una etapa de presunta democracia, el juego de la sucesión presidencial es sumamente atrayente.
La modernidad, donde las redes sociales y las encuestas juegan un papel importante, convierte el tema en algo de sumo interés.
Es cierto que no somos un país politizado y que la curiosidad e incertidumbre que provocan las discusiones sobre la sucesión es lo que lo convierte en atractivo, aunque finalmente los ciudadanos no acudan a las urnas a sufragar por su favorito.
La danza de los nombres que se mencionan para participar en la llamada fiesta de la democracia es amplia, principalmente por la distancia que existe entre la actualidad y los comicios del 2018.
Para muchos, especialmente, para aquellos que tienen militancia o preferencia partidista, los nombres no son tantos, ya que consideran que algunos de ellos son simplemente de relleno.
La presencia de ocho partidos políticos con registro, hace que la baraja se presente como amplia, aunque varios de ellos, es sabido que irán en alianza con alguno de los organismos políticos considerados como nacionales.
Durante muchos años, los partidos contendientes en la carrera presidencial esperaban con prudencia los tiempos de la contienda y hasta unos pocos meses antes del pronunciamiento en favor de alguno de sus militantes era cuando mencionaban el tema.
Ahora no sucede así y solamente esperan la elección federal intermedia, para dar rienda suelta a las especulaciones, movimientos y ajustes en sus filas, para comenzar los movimientos y acomodos de sus principales fichas.
Recientemente, los priístas sacaron nuevos elementos participativos en este juego, con la incorporación de los nuevos secretarios de Educación Pública, Aurelio Nuño Mayer, y de Desarrollo Social, José Antonio Meade. Ellos se suman a los ya se encontraban en la lista de prospectos tricolores, aunque no tan amplia como en otras ocasiones: Miguel Ángel Osorio, secretario de Gobernación; Luis Videgaray Caso, secretario de Hacienda y Manlio Fabio Beltrones Rivera, presidente nacional del PRI.
De los gobernadores, solamente el mexiquense Eruviel Ávila Villegas, es considerado en esta corta baraja priísta, que dista mucho de la que este partido tuviera en el pasado.
Es verdad que en la pasada contienda presidencial, el nombre de Enrique Peña Nieto, ya para entonces ex gobernador del Estado de México refulgía por encima de los otros aspirantes del tricolor, donde solamente tímidamente se asomaba Manlio Fabio Beltrones, pero antes de eso, los tricolores llenaban el firmamento sucesorio con nombres al por mayor.
Casi siempre, los favoritos se quedaban en el camino, desde que el partido mutó su nombre al de Revolucionario Institucional. Fernando Casas Alemán fue rebasado por Adolfo Ruiz Cortines; Gilberto Flores Muñoz por Adolfo López Mateos; Antonio Ortiz Mena por Gustavo Díaz Ordaz; Emilio Martínez Manatou por Luis Echeverría Álvarez; Mario Moya Palencia por José López Portillo; Pedro Ojeda Paullada por Miguel de la Madrid Hurtado; Manuel Bartlett Díaz por Carlos Salinas de Gortari, y Manuel Camacho Solís por Luis Donaldo Colosio (asesinado en campaña y relevado por Ernesto Zedillo Ponce de León).
Hasta 1993, los priístas tenían bien definido su método de selección de su candidato presidencial, jugando en algunas ocasiones con varias cartas, aunque teniendo como destino final la decisión del Presidente de la República en turno.
El arribo de Ernesto Zedillo Ponce de León al Ejecutivo federal y la sana distancia hicieron que los priístas perdieran el rumbo y con ello la Presidencia de la República.
Desde las altas esferas gubernamentales se decidió que había que darle un toque de democracia a la postulación de su candidato presidencial y se optó porque los ciudadanos, sin importar si militaban o no en el PRI decidieran el nombre del candidato tricolor.
Varios priístas con currícula abundante aceptaron la propuesta y se registraron como aspirantes: el secretario de Gobernación, Francisco Labastida Ochoa; el ex gobernador de Puebla, Manuel Bartlett Díaz; el ex presidente nacional del PRI, Humberto Roque Villanueva, y el gobernador de Tabasco, Roberto Madrazo Pintado.
Los cuatro se dieron con todo en la etapa de campañas internas, donde prevaleció algo que se sabía ocurriría, el uso de la maquinaria gubernamental en favor del candidato presidencial.
Francisco Labastida Ochoa resultó el ganador de la contienda interna, aunque ya en la constitucional participó seriamente dañado por los efectos de la preliminar.
El resultado obtenido fue que perdió la contienda presidencial y por vez primera, un partido ajeno al PRI conquistó la Presidencia de la República, con su candidato Vicente Fox Quesada.
Seis años después la historia se repitió, aunque fue peor. Roberto Madrazo Pintado, dirigente nacional del PRI se enfrentó a la furia de los gobernadores de su partido que buscaban que uno de sus pares fuese el ungido como candidato.
El mexiquense Arturo Montiel Rojas resultó el favorecido y estaba listo para enfrentar en una interna a Madrazo Pintado, cuando salieron a relucir una serie de corruptelas que lo anuló y dejó seriamente lesionado al ahora favorito Madrazo que enfrentó a Everardo Moreno Cruz en las urnas del partido.
El daño ya estaba hecho y el partido de Madrazo fue enviado el tercer lugar en los resultados electorales.
Con Enrique Peña Nieto, las cosas fueron distintas, era el favorito no solamente entre los priístas, sino entre la población en general y ganó con cierta holgura la contienda presidencial del 2012.
Ahora habrá que ver el método de selección de los priístas, ya que ninguno de sus prospectos despunta como favorito hacia el 2018.