Gabinetes y sucesiones
Francisco Rodríguez viernes 4, Sep 2015Índice político
Francisco Rodríguez
La composición de los gabinetes en México y las respectivas sucesiones políticas constituía un rompecabezas difícil de entender, porque los representantes de los grupos emergían de auténticas necesidades del gobernante por rodearse de gente leal y confiable.
Muchas veces, por ejemplo, durante la lucha contra los intereses de la Iglesia y de los potentados agrarios, atizados por intereses externos, Benito Juárez tuvo que mover piezas importantes de su equipo, porque la gallera se alteraba debido a su reiterada permanencia en el poder.
Así sucedió con los imprescindibles Francisco Zarco, Ignacio Ramírez El Nigromante, Manuel González Ortega, Ignacio M. Altamirano y Guillermo Prieto, quienes cuando eran removidos por pretender la mano de “doña Leonor”, causaban verdaderas tempestades en las pretensiones de Juárez por conservar el apoyo de Abraham Lincoln contra los grupos internos de presión y las ambiciones imperiales europeas de penetrar la zona hegemónica del vecino del norte.
El periodo cuatrienal de Sebastián Lerdo de Tejada —”El soltero celeste”, Ralph Roeder dixit— se conformó con hacer descansar su período en el apoyo incondicional a Lafragua y Romero Rubio en Relaciones Exteriores e Ignacio Mejía y Mariano Escobedo, sus generales consentidos, en Guerra y Marina.
José María Iglesias en su breve interinato, reincorporó al poder político a los disidentes de Juárez, ya muy alejados de las ansias “presidenciables”. Pero cuando llegó Don Porfirio, ese fue otro cantar. Apoyado, en sus 30 años de dictadura, por hombres como Vallarta, José María Mata, Protasio Tagle, Vicente Riva Palacio, Matías Romero, Manuel González Cosío, Felipe Berriozábal, Justo Sierra, Jorge Vera Estañol, y el encargado de Hacienda, Limantour, pudo capear todas las presiones, hasta su renuncia el 25 de mayo de 1911.
La época revolucionaria
Del triste período de Francisco I. Madero sólo se recuerdan las figuras de Manuel Calero en Relaciones Exteriores y Abraham González en Gobernación. Todos los demás casi eran rescoldos del viejo porfirismo. Contra lo que se pensaba, el equipo del traidor Huerta, fue políticamente más sólido, aconsejado por Henry Lane Wilson. Con él colaboraron desde Federico Gamboa, Querido Moheno, José López Portillo (cuatro meses en Relaciones), Aureliano Urrutia, Toribio Esquivel Obregón y Manuel Mondragón.
Venustiano Carranza formó un gabinete para la eternidad. Los nombres de Plutarco Elías Calles, Fabela, Urueta, Palavicini, Pani, Aguirre Berlanga, Zubirán, Cándido Aguilar, Pastor Rouaix, Luis Cabrera y José Natividad Macías, hacían un equipo que el “rey viejo”, Fernando Benítez dixit, no merecía. Al interinato de Adolfo de la Huerta, lo salvó una sola figura: Salvador Alvarado. Obregón formó todo un linaje en su gabinete de lujo: Colunga, Sáenz, Calles, Pani, Benjamin Hill, Estrada, Alessio Robles, Vasconcelos, Pérez Treviño. ¡Toda una baraja!
Calles, lo mismo, con Joaquín Amaro, Adalberto Tejeda, Morones, Puig Casauranc, más los de Obregón. Pero después del asesinato de El Manco, se sirvió con la cuchara grande durante el maximato que instauró. Todos los talentos políticos estaban incluidos. Claro, sólo a él obedecían. Hasta Bassols, Marte R. Gómez y Lázaro Cárdenas fueron secretarios con cartera, sin distinción de cuatrienios. En el cardenismo, ni se diga. Después de expulsar a Calles, se quedó con el pilar más fuerte, el ideólogo de la Revolución, Francisco J. Múgica.
Llegaron los civiles
Las presiones estadounidenses no permitieron la unción de Múgica. Le pavimentaron la terracería al Presidente caballero, Manuel Ávila Camacho, quien estaba arrobado por la personalidad de su secretario de Gobernación, Miguel Alemán Valdés. Pero el gabinete alemanista fue lo más cercano a la metamorfosis política de un país. Más que a sus ministros, se recuerda al grupo de personajes sin cartera que avasalló al país: Justo Fernández, Pasquel, Pagliai, Trouyet, Perrusquía. Sí, llegaron los “civiles”, y con ellos, un aparato de depredación que todos los ambiciosos han querido imitar.
Ruiz Cortines llegó a limpiar con “moralina” verbal. Tronó a más de una decena de gobernadores designados por su antecesor, pero al momento de la sucesión tomó la decisión más sensata. Llegó López Mateos y obedeció el orden generacional de ascenso y permeabilidad.
Díaz Ordaz, con un gabinete de profesionales… hasta de la intriga y la simulación —como Echeverría—, que llegó a meterle en la sesera a GDO, sempiterno lamebotas de Maximino, que el enemigo no era él, sino el comunismo internacional. Ya ungido, el mendaz e impostado vascuence tuvo que armar su equipo en base a la cruda moral del “tlatelolcazo”, con chamacos que nunca estuvieron en el movimiento estudiantil. Y continuó la represión, paradójicamente. Muñoz Ledo y Gómez Villanueva le tomaron la medida… ¡Y así nos fue! Empezó el brinco de generaciones.
LEA se decidió por López Portillo, que se la había “jugado” en ‘69 con Martínez Manautou, de Salubridad, médico de cabecera de la esposa de GDO. Gracias a la intervención del papá del frívolo, quien le recordó sus días de la infancia, se la perdonó, lo incluyó en su gabinete y, finalmente lo ungió, con las nefastas consecuencias del desorden administrativo-financiero-político que ocasionó. Se rodeó de puro improvisado y acabó siendo manipulado por sus propias pasiones. A la hora de elegir, escogió a Miguel de la Madrid.
El hombre gris, un figurín que se hizo en los “cuadritos”, las “bolitas” y las “flechitas” de las estadísticas hacendarias, trajo consigo a una claque desenfrenada de ambiciosos y soberbios, que hacían lo que pensaba José Córdoba Montoya, un espía del imperio financiero del FMI y del Banco Mundial, cuya ideología era extinguir al Estado de bienestar. Lo logró, y todavía hoy siguen presumiendo sus admiradores salinistas que hicieron “lo que le convenía al país”. Fueron la primera generación de gringos nacidos en la colonia Narvarte.
La “tecnocracia”, con la bandera del entreguismo en todo lo alto. Los “intelectuales orgánicos” vendiendo sus plumas a precio de oro. El gobierno, comprándolos en lo que creían que costaban. Gente que tenía a la tijera del desempleo y de lo productivo, como el gran método y siguen pensando que la pobreza, el desempleo y el hambre es sólo un “mito genial”.
Ya en franca caída libre del sistema, el abanderado de “ocasión “ fue Zedillo, ungido no por Carlos Salinas, sino por Bill Clinton, una persona sin más chiste que acabar de rematar todo, y luego vendérselo a los gringos como “secretos de Estado”, para que lo contrataran como empleado de los mismos consorcios a los que había servido de rodillas. Elegido gracias al “miedo” que infundieron a la sociedad mexicana los mercadólogos de la paz, ante la “amenaza” de la revuelta de chiapanecos con fusiles de madera. El oso, un birlibirloque mayor que el de la “guerra de los pasteles”. El gran estratega Liébano Sáenz —cuyos “méritos” fueron defenestrados en la elección local de Nuevo León de junio pasado— acabó siendo un codicioso “asesor” de Televisa, donde ya se dieron cuenta, como dicen los gitanos, “que no sirve pa’ná… y pa’ná”.
Después, el fracaso de Pancho Labastida, asesorado por Emilio Gamboa, su “jefe de campaña” a cederle los trastos a la “pareja presidencial”, un dúo de “buenas conciencias” que no sólo se conformó con acabar de perfeccionar el modelo maquilador, sino hizo del país un “protectorado confesional”, en el que los aniversarios de la Constitución y de la Revolución se celebraban con misas de Te Deum en la Catedral Metropolitana. Una bola de personajes integraron con la pareja Fox- Sahagún uno de los gabinetes más nocivos de la historia. Da güeva hasta recordar sus nombres y apellidos cristeros.
El elegido, Felipe Calderón, provocó que el país se ensangrentara. Con una cuota de cien mil muertos y desmembrados, le pagó su promesa al embajador gringo de que si recibía su apoyo, privatizaría todo. Permitió que Genaro García Luna quitara de en medio a sus favoritos, para entronizarse como amo y señor de los negocios, la seguridad y los escenarios televisivos de persecución al crimen. La mentira y la arrogancia estulta, como sellos distintivos.
Hasta que la gente, cansada de tanta desbarrada, votó por los que creían que sabían cómo hacerlo, los “dinosaurios” del PRI, pero ya no eran los mismos.
Prometieron acabar con la corrupción panista en 100 días. El partido que los postuló se vio de repente repleto por chamaquillos, hijos de papi, con trajes y autos deportivos de cientos de miles de pesos y dólares, rodeados de guaruras obsequiosos y fortachones, sin oficio ni beneficio, y entregando negocios productivos del país al nefasto outsourcing, arrasando con la planta del empleo y con las instituciones sociales de seguridad, alimentación, salud, vivienda, empleo y fiscalización del gasto.
Índice Flamígero: De entre las inexactitudes que se escucharon en el Tercer Informe de Enrique Peña Nieto, don Francisco Garaicochea hace énfasis en el dicho de EPN relativo a no aumentar la deuda pública, “pero la realidad lo desmiente: En la economía, la relación deuda-PIB (Public debt to GDP) es el cociente entre la deuda del gobierno de un país y su producto interno bruto (PIB). Una baja relación de deuda a PIB indica una economía que produce y comercializa bienes y servicios suficientes para pagar las deudas sin incurrir en más deuda. La relación deuda–PIB de China, Alemania y Rusia disminuye, la de México aumenta diariamente, como se puede ver mediante el enlace: http://www.usdebtclock.org/world-debt-clock.html.”