“Financieros”, creadores de crisis
Francisco Rodríguez jueves 27, Ago 2015Índice político
Francisco Rodríguez
Hay en el horizonte un tornado financiero que amenaza con dejarnos en medio de un páramo, sujetos a las ambiciones desmedidas de falsos profetas, oportunistas y demagogos que pueden destruir los cimientos de cualquier país.
Desafortunadamente, los encargados de vigilar las variables, la dirección y la fuerza de impacto de estos desastres financieros, son los menos capacitados para entenderlos, aunque presuman de lo contrario.
Se pasan la vida ufanándose de “controlar las fuerzas del mercado”, de ”sujetar las variables macroeconómicas”, de “predecir y calcular los porcentajes de crecimiento de los productos internos brutos”, de “propiciar las afluencia de capital externo” y siempre les fallan todos los pronósticos, porque su formación no es la adecuada. Su pulso de la economía es falso.
Aunque siempre se trata de sujetos aprobados por las entidades económicas que supuestamente los supervisarán (FMI, Banco Mundial, OCDE, Bilderberg, etc.) sólo para estar a cargo de sus necesidades y designios, finalmente ni eso pueden hacer, pues su ignorancia, corrupción y mendacidad supina, les impide por principio desarrollar ninguna función.
Una vez desatada su ambición son incontrolables. Se visten de falsos ropajes académicos, adoptan posturas de sabihondos. Pero todo eso resulta falso y sin sentido. Son los últimos en enterarse del curso de los acontecimientos. Los más desvalidos en cuanto a las recetas y las fórmulas teóricas para atacar los males de la economía. Lo que ha pasado en el mundo lo demuestra.
Los mejores financieros en el sistema político mexicano siempre fueron los abogados con aficiones económicas. Políticos sensibles que conocían los ritmos y rumbos del país y las ingentes necesidades de la población. Jamás los cuentachiles de las finanzas, educados en universidades de la Ivy League.
1929 y 2008, sucesos que nos empobrecieron
La era moderna ha sido definida por dos violentos cracks financieros: el de la Bolsa gabacha de 1929, origen de la Gran Depresión y el de los especuladores bursátiles del 2008, creadores de la Gran Recesión. En ninguno de los dos se dejó ver la mano de algún financiero para evitarla o al menos, contenerla.
No me explico cuál sea la base de seguir pensando en la infalibilidad de nuestros profetas, si es que en el panorama mundial, con mayor bagaje y mayor equipamiento intelectual, han sido un verdadero desastre.
En los dos grandes problemas financieros, los que han resuelto han sido los políticos, los teóricos de la economía, jamás los financieros, menos los sujetos encargados de la hacienda y los tesoros.
Los dos acontecimientos han empobrecido al mundo, no sólo a sectores sociales específicos. El del ‘29, el primer desajuste de repercusión mundial, causó la ruina de las economías, la desaparición de los grandes magnates y la irrupción de las dictaduras nacionalsocialistas.
El ejemplo alemán es insustituible para el análisis. Como consecuencia de la gran crisis del ‘29, Estados Unidos redujo drásticamente las importaciones de productos primarios agrícolas y minerales alemanes y procedió a repatriar los préstamos a la patria de Wagner.
Alemania, que había sido vencida en la guerra de trincheras, fue humillada por el Tratado de Versalles, que le impuso además el pago de una indemnización de guerra por 132 mil millones de marcos. Fue tan oneroso, que ¡acabó de pagarlo en 1983!
En esa virtud, Alemania fue declarada insolvente por la comisión de reparaciones de las potencias y en enero de 1923, tropas belgas y francesas ocuparon la región industrial de la Selva Negra del Ruhr.
La promesa del nazismo de reconstruir la gran Alemania, humillada por los tratados de posguerra y la campaña en la que se responsabilizara a judíos y comunistas por la crisis económica fue arrasante sobre la clase media.
Ejerció tal poder de atracción sobre el votante alemán que éste otorgó, en una segunda oportunidad electoral, todo el poder a Hitler para instaurar, así como suena, el sistema económico y político que quisiera, con tal de hacer a un lado al viejo Hindenburg.
¿En qué nos parecemos a los alemanes?
Cuando los gabachos empezaron a repatriar los préstamos que habían hecho a las empresas y al Estado alemán, la nación agobiada no pudo resistir la retirada de capitales y la falta de créditos. Se empolló el huevo de la serpiente. Para 1932, seis millones de alemanes estaban sin empleo, enfrentando reducciones al gasto público, aumentos de impuestos, reducciones de salarios, propaganda abusiva y todo lo demás, que por padecerlo aquí bien conocemos los mexicanos.
Un dólar llegó a valer 16 billones por libra esterlina, que era un factor de referencia, el marco ni contaba en esas estratosféricas divisiones monetarias. Llegó el momento en que no había quien vendiera, porque no había quien comprara. ¿Dónde habré oído esto?
El papá de los Kennedy, Joe, entonces embajador en Berlín —y, desde luego, miembro de la mafia, como contrabandista de whiskey escocés— solicitó a su gobierno no percibir salario, pues el palacio que ocupaba en la capital alemana ya no alcanzaba para embodegar tantos billetes sin ningún valor real.
Hjalmar Schacht, nacido en la Dinamarca actual, delegado de la moneda en el Partido Democrático Alemán, fue nombrado por Hitler presidente del banco del Tercer Reich. El renacimiento alemán no se entiende sin él. Lo asombroso es que era médico y politólogo de formación, no financiero.
Schacht solicitó a los aliados una investigación seria sobre la economía alemana y el estudio de nuevas fórmulas para el pago de la indemnización de guerra. El resultado fue el Plan Young que recomendó fijar los pagos anuales en dos millones y medio de marcos – oro y conceder a los alemanes créditos internacionales por 800 millones de marcos-oro.
Francia y Bélgica se retiraron de la cuenca del Rhur y la economía alemana abrazó con fervor la teoría keynesiana del pleno empleo, mediante la intervención absoluta del Estado en los procesos productivos.
Situación que aprovechó Hitler para aparecer como el salvador de Alemania y proclamar un imperio que durara mil años. Es impresionante todavía observar los documentales que retratan los rostros de inocencia e imbecilidad del culto pueblo alemán alrededor de estas ordalías.
Urge un Plan Marshall
Al caer Berlín y rendirse Hirohito, la dupla Eisenhower-Truman, obligada a frenar la influencia soviética en Europa y reafirmar su papel de liderazgo mundial obtuvo del Congreso la aprobación de la ley de cooperación económica.
Concebida por el secretario de Estado y conocida como el Plan Marshall, la ley entró en vigor el 3 de abril de 1947. Es escalofriante que, a precios actuales, el programa para la reconstrucción de Dinamarca, primera economía del mundo emergente, costara dos veces menos que el Proyecto de acueducto del Pánuco a Monterrey.
Entre 1948 y 1952 el gobierno estadounidense “donó” a los países devastados de la Europa occidental la cantidad de 13.2 billones de dólares con el fin de reconstruirlo y relanzar sus economías y afianzar la democracia.
El Plan Marshall fue rechazado por la URSS, impidiendo que la ayuda llegara a los países del Pacto de Varsovia, lo que contribuyó a la división ideológica, económica y política de la Europa de la postguerra.
Lo real es que el Plan Marshall resultó un éxito. En sólo una década todos los países beneficiados aumentaron en un 35% sus niveles de vida y de bienestar. Dinamarca, que es el primer país de los emergentes, gastó en su reconstrucción lo que nosotros en el terremoto de 1985.
Y no es un problema de magnitudes, ni de tamaños de países; es un problema de corrupción.
Como en 1929, los causantes de la crisis más grande que ha visto el mundo los últimos setenta años, se originó en la especulación financiera y se toleró por funcionarios de formación financiera.
El problema de 2008, que sigue y seguirá definiendo el mundo actual y el del futuro próximo, se gestó en la codicia de unos cuantos financieros de origen judío, que decidieron todo el desbarajuste planetario desde las corredurías de Wall Street.
Supuestamente, la pantomima de lo que después se documentó fue que el autoatentado a las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre del 2001, iba a causar un retraimiento en la inversión.
Por lo que la Oficina del Tesoro estadounidense decretó una reducción al 1.5% de interés en el costo del dinero para actividades de todo género. Se registró una avalancha de inversiones inmobiliarias, que dio al traste con el valor de las viviendas.
Para proteger su valor, en 2005, la Reserva Federal decretó un aumento súbito de la tasa de interés que provocó una pavorosa especulación con el dinero de las garantías inmobiliarias. El resultado tóxico de esas operaciones con “derivados” (hedge funds), constituyeron especies nunca vistas.
Armas financieras de destrucción masiva, con las cuales se creó una burbuja especulativa que causo la quiebra de bancos centrales, empresas, gobiernos, y una espantosa recesión internacional que todavía padecemos.
Lo peor de la “crisis sub prime” es que todavía no ha llegado. Los actuales problemas del pueblo mexicano de desempleo, resequedad, aumento de impuestos, miseria, injusticia en la distribución de la riqueza, hambre, hiperinflación y recesión aguda, tendrán que capear un tornado peor. Nuestros problemas tienden a elevarse a la enésima potencia por la incapacidad de la administración. ¡Creen que somos masoquistas!
Índice Flamígero: Rodrigo Gómez Gómez fue un banquero mexicano, director general del Banco de México de 1952 hasta su muerte en 1970, durante el periodo denominado “desarrollo estabilizador”. No cursó estudios económicos ni financieros. Ni aquí ni, mucho menos, en el extranjero. Aún así, fue maestro de muchos. De él dice la Wikipedia: “Ingresó al Banco de México en 1933, fue director general del mismo de 1952 a1970, durante la época de “desarrollo estabilizador”. Rodrigo Gómez fue uno de los artífices de un envidiable periodo de progreso y estabilidad que se extendió de 1954 a 1970. Todo ello fue, en buena medida, resultado de la aplicación de una política monetaria prudente, la cual coadyuvó a obtener una estabilidad de precios semejante a la de Estados Unidos. De ahí que también pudiese conservarse un tipo de cambio fijo (12.50 pesos mexicanos por dólar) dentro un régimen de irrestricta libertad cambiaria y que la reserva monetaria mostrase una tendencia creciente a lo largo del periodo”.