Ideología de la exclusión
Francisco Rodríguez miércoles 1, Jul 2015Índice político
Francisco Rodríguez
Si hubo un constitucionalista que dio forma y contenido a la ideología nazi fascista en Alemania, ese fue el maestro Carl Schmitt, un hombre todavía venerado por las ultraderechas y pensamientos neoconservadores de la actualidad en todos los continentes.
Desde luego, por la época turbulenta que le tocó vivir, el centro del debate ideológico que planteó el científico alemán se ubica en hacer una clara diferenciación entre el amigo y el enemigo en la arena política.
Para Schmitt lo político no existiría sin la figura del enemigo y sin la posibilidad de una verdadera guerra que lograra hacer la diferencia. La desaparición del enemigo marcaría el comienzo del fin de lo político.
Insistía el estudioso en que perder al enemigo no significaría reconciliación o progreso y mucho menos recuperación de la paz y de la fraternidad humana, sino por el contrario, traería consigo la violencia “desterritorializada”. La ideología de la exclusión.
El enemigo, en efecto, permite la identificación de la violencia, el reconocimiento del peligro y, por lo tanto, la posibilidad de la defensa, de la protección y de la tranquilidad. “El reconocimiento del enemigo, permite la construcción de la identidad política”, decía.
Es muy importante para la ciencia moderna el criterio amigo – enemigo de Schmitt, porque en él se reconoce implícitamente que la construcción del enemigo es fundamental para la reproducción histórica, cultural y moral del amigo.
Por lo tanto, el amigo está dispuesto a reconocer las diferencias del enemigo en la medida en que permanezcan dentro de su dominio, de su conocimiento y de su control. Sus aportaciones fueron claves para el nazismo, hasta que el enemigo fue él. El mismo teórico que los había formado.
En su concepto político del amigo- enemigo y en los fundamentos constitucionales, Schmitt rebasó todas las teorías jurídicas que fundaban la obligatoriedad del Derecho en la soberanía. Para él el Estado está legitimado para actuar ante la posibilidad de “situaciones” susceptibles de generar un conflicto crítico.
Lo anterior no puede resolverse a partir de un sistema de normas jurídicas preexistente, sino gracias a una decisión nueva y específica. La política, por lo tanto, se funda en la excepción, en el riesgo permanente de la guerra, donde se distingue el amigo del enemigo.
“Los diferentes deben ser excluidos o eliminados”
Jacques Derrida, un investigador social prestigiado, lo reconoció en su conocido libro Políticas de la amistad. Las amenazas de la SS, que consideraban un advenedizo a Carl Schmitt, le apartaron del primer plano de la vida pública.
Schmitt elaboró las líneas políticas y los principios jurídicos del nuevo régimen hitleriano. Es, hasta la fecha, la inspiración de los hombres providenciales, de los dictadores, de aquellos que emergen para sacrificarse por la patria y, de paso, ¡arrasan con todo!
Su concepción, sobre todo del Estado fuerte, del Estado total, es origen de diversos planteamientos teóricos totalitarios. No admite la idea de “pluralismo”, ya que sostiene que a la democracia le es propia la homogeneidad, por lo que la unanimidad es su característica.
Por lo tanto, “los diferentes deben ser excluidos, o en todo caso, eliminados al interior de los grupos y de las dirigencias políticas”, sostenía el que después fue víctima propiciatoria de la Gestapo del Tercer Reich.
La concepción de lo político y de lo constitucional, logró influir tanto en Leo Strauss, que el judío alemán radicado en Estados Unidos, fue el ideólogo del neoconservadurismo gabacho, una respuesta a la “contracultura” de izquierda de los 60s.
Este movimiento de derecha promovió una política exterior estadounidense más agresiva, y sanguinaria, especialmente bajo la administración de George Bush II, como la injusta invasión a Irak.
Los aliados de “El Yunque”
Los prominentes panistas, miembros de “El Yunque”, se alinearon con el neoconservadurismo.
Es libro de texto obligatorio entre los panistas neonazis de la delegación Benito Juárez, por ejemplo, igual que lo fue entre próceres mexicanos de los 30s, aquellos que adoraban a Hitler.
La ilusión enfermiza de contar con mayoría simple en la Cámara de Diputados “para el segundo trienio del régimen “ ha llevado a los teóricos más obcecados del tricolor a definir un terreno hegemónico, excluyente, que sería el lindero entre amigos y enemigos.
A falta de una guerra que se precie de serlo, esta guerra de unanimidades y homogeneidades se centra en la arena política. Alrededor de ella, se escenifica ahora la eliminación de los opuestos, la exclusión de los diferentes en política.
Los amigos son aquéllos que, como en el pasado 2012, los ayuden a obtener la mayoría. Los Verdes ya los hicieron ganar con el 24% de los 19 millones de votos recabados hace tres años. Los enemigos son todos los demás. Por lo que el ciudadano común se pregunta si hablan de un compañero de viaje o de un socio para siempre.
Y es que de la elección presidencial del 2000 para acá, el PRI se debe ceñir a un techo de 30 puntos, siempre y cuando la participación electoral no rebase el 65% del padrón nominal. Gracias a esa cifra, es la “primera minoría no nos confundamos. Ya no es la aplanadora de antaño.
Su probada y sufrida estructura no constituye una maquinaria “aceitada” de Masseratti. Se forma por abnegados militantes y “fans” que han aguantado hasta a los hígados más grandes que ha producido este país, sin chistar y sin reclamar lo que les corresponde. Es una población política agraviada.
La alianza PRI-Verde se remonta a la postulación de Arturo Montiel como candidato a gobernador del Estado de México, en 1999. Ahí se probó que funcionaba. De entonces, para acá, se ha celebrado como un acto de fe.
Cuando Arturo Montiel aspiró a “La Grande” y fue reventado por las huestes de Roberto Madrazo y sus gobernadores, Arturo perdió el apoyo de los verdes.
Sin embargo, el talante de esa alianza excluyente con el PRI no puede llegar hasta más allá que empiece la ambición desatada de los verdes. No hay un pacto vinculante que obligue a las partes a llegar hasta donde tope, llueva o truene.
Cuando los verdes se den cuenta lo que pesa en la Cámara una bancada de 48 diputados, van a resquebrajarse las agarraderas de su voluntad.
Todos van a querer manejar el pastel. Por lo pronto, quieren quitar a Ricardo Canavati de la coordinación parlamentaria que le corresponde por ser el número uno en la lista plurinominal.
Lo que sigue, seguramente será doloroso para los planes de los tricolores.
Es como tener como amante a una vedete cara, de lujo, que no tiene llenadera. Igual levantan la polvareda por querer impulsar la pena de muerte que por legislar, sin recato, a favor del peligroso fracking, aunque se ostenten como ecologistas.