Figurones de ayer
Francisco Rodríguez miércoles 24, Jun 2015Índice político
Francisco Rodríguez
Cuando Alfonso Corona del Rosal presentó sus Memorias, en 1995, pareció anunciar el fin de una época. La de los que, habiendo emergido de la disciplina militar, construyeron una manera de ser, de vivir y de sufrir la política mexicana.
Todos ellos, furibundos anticomunistas. Surgidos de una cepa intolerante por definición, contra todo lo que no fueran los principios de la Revolución o de los modos y maneras del Ejército nacido de sus reyertas.
Todos ellos, decepcionados de sus jefes supremos, quienes tomaron la decisión de ceder el poder a oportunistas y “valedores” que hicieron sus ascensos en base a intrigas, traiciones, esquinazos y chismes que lograban inocular en los oídos de los jefes.
Ceder el poder a los civiles había sido una condición de la postguerra, porque los Estados Unidos, victoriosos, no querían enfrentar en su traspatio a uniformados veleidosos que, armados hasta los dientes, pudieran contar con apoyo popular para oponerse a sus designios.
Hasta ahí, era una cuestión de política geoestratégica. Pero de eso a cederlo a grillos ambiciosos que establecieron códigos de conducta de baja ralea, se ensañaron con la pobreza y elevaron las intrigas a nivel de los altares de la patria, había una gran distancia.
La política se convirtió en un juego de espejos, de pasiones vulgares, donde lo único que se requería era lealtad personal, poca información del entorno general y reporte absoluto de los “moches”. Disciplina ciega y vigilado silencio.
Contra eso no podía el “archivo” del hidalguense. Nacido en Ixmiquilpan, se enroló en contra de los enemigos de Calles: ex delahuertistas, escobaristas, cristeros, sinarquistas y cedillistas que trataron de estorbarle al de Guaymas.
Keynes y Heller, los inspiradores
En pleno conflicto cristero, cuenta, sus jefes sacaron a culatazos a los curas de las iglesias, les ordenaron que se encueraran en público para que la gente se diera cuenta de las huellas de enfermedades venéreas que tapaban con sotanas. La turba los escupía, al tiempo que lanzaban ¡vivas! a la Revolución.
”En el campo de batalla, creían los cristeros que por ponerse una imagen de su señor Santiago en el pecho, no les iban a entrar las balas lijadas de los batallones callistas…”.
Los generales de esa generación le transmitieron a Antonio Ríos Zertuche la orden de que confesara bajo tortura a León Toral; se hiciera público el romance del asesino de Álvaro Obregón con la “madre Conchita” y ejecutara de inmediato al sicario religioso en el patio de la penitenciaría.
Lázaro Cárdenas y Celestino Gasca acabaron la rebelión de los sinarcas cedillistas y a través de Joaquín Amaro, fondearon, con los “ahorros” de los entorchados de la revolución el Banco de México, en aquel tiempo llamado el “Banco Amaro”. Y Corona se les “pegó”.
Participó, con muchos otros, en la época en que se echaron a andar las instituciones de fomento y desarrollo agropecuario, financiero, hidráulico, asegurador y refaccionario, copiadas de la democracia social alemana y del corporativismo fascista para integrar movimientos de masas al proyecto y crear a la nación (hasta el Ejército como sector del PRM, el abuelo del PRI).
La fusión de la política económica keynesiana con el derecho helleriano fue el basamento de la legislación laboral, agraria, industrial, cultural y mercantil de la “era de las instituciones”. El hidalguense, como actor y espectador privilegiado.
Corona del Rosal: Echeverría armó el ’68
El perfil unidimensional de Corona del Rosal era impecable. Un hombre plano, sin grandes contradicciones internas. Temeroso del castigo. Obediencia y respeto institucional. Hieratismo y frugalidad a prueba de balas. Una especie extinguida.
Abogado y general, gobernador de su estado, presidente del PRI, regente aplicado de la capital nacional. Contra todas las opiniones de los doctos ingenieros de suelos, se aventó la construcción del Metro, inició el drenaje profundo y alimentó a la ciudad con recursos hidráulicos (10 metros cúbicos de agua por segundo, desde el Cutzamala) del renovado Tajo de Nochistongo que había construido Porfirio Díaz.
Sabía que para 1968, Díaz Ordaz vivía engañado por la gente de Bucareli que lo bombardeaban con tarjetas amarillas, día y noche, para acabar con su sistema nervioso y precipitar la sucesión en favor de Luis Echeverría.
“Gustavo ya no quería ejercer el gobierno, pues le había entrado temor desde que Marcelino le contó en Los Pinos lo del golpe de Estado que le pidieron los gringos, a través de su embajador Fulton Freeman… vivía desengañado y sin energía…”
Y también: “…¿Cómo iba yo a ordenar el fuego en Tlatelolco o las torturas a los muchachos en el Campo Militar y en Lecumberri, si el 30 de julio anterior había platicado con los líderes de la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, previo ‘amarre’ con Enrique Ramírez y Ramírez..?”.
Once operativos militares de fusileros paracaidistas, con José Hernández Toledo, apoyado por los elementos de la Dirección Federal de Seguridad, Inteligencia Militar y policías judiciales federales, daban la impresión de que todo estaba ordenado por altos figurones del Ejército. Pero no.
La realidad es que todos estaban infiltrados en aquella “operación” de Estado. Llegó el momento en que eso era una feria de desconfianzas, acusaciones mutuas y aguas revueltas.
Según Corona del Rosal, la masacre estudiantil fue obra de Luis Echeverría. Como regente, él había convenido con el Partido Comunista y con los politécnicos, para que aquel 26 de julio tomaran rumbos distintos en las marchas por la Revolución cubana, para no chocar. Sucedió lo contrario.
Después de eso, vino la debacle. Díaz Ordaz le llamó para ordenarle se presentara con Martínez Manautou en Televicentro -luego del bazucazo a la puerta de la Prepa Uno- para que se luciera, por encima de los tres, el secretario de Gobernación, como gran negociador. Esa noche empezó la carrera hacia Los Pinos.
Todos trabajaban para la CIA
Formado entre la “fajina” de la tropa, el general había sido un ejecutor obediente, respetado primero en las barracas, luego en la academia, el poder y la gloria… ahora, en su senectud, con fiereza reprimida, a fuerza de una reverencia institucional aceptada y asumida.
Para resolver la sucesión, Díaz Ordaz actuó como un reflejo de lo que siempre había sido toda su vida, desde tinterillo y MP en Zacapoaxtla, a las órdenes de los Ávila Camacho. Corona del Rosal se la había jugado con los generales “pelotudos” de la revolución.
El día del destape de Echeverría, el general abogado tenía 61 años, sólo 12 más que el candidato oficial. Acusaba a Echeverría de ser “oreja” al servicio de la CIA, “Litempo 8, a las órdenes de Washington”. Pero decía Winston Scott, el delegado de los gabachos, que Corona del Rosal también estaba en esa lista. Y Scott sabía de lo que hablaba.
“Nos desplazaron a los militares… llegaron los tecnócratas, se convirtieron en entreguistas, ahora viene un polko (Zedillo) y nosotros no decimos nada. Destruirán el Estado, hasta que no quede huella”, le dijo en 1994 a un reportero de su tierra.
Todo eso “tronó” por sentar en la silla a niños bien de pantalones cortos y escuelitas de paga, que nunca olieron la pólvora, que hicieron su carrera a base de genuflexiones, no de actos valerosos y desinteresados, decía.
Hoy, bobalicones de la prensa rosa
Recordando a Corona del Rosal, uno llega a conclusiones actuales sobre el fin del sistema, de su utopía, de la terminación del ukase del proceso institucional armonioso y equilibrado, del milagro económico, estabilidad de precios, crecimiento del 8% del PIB.
Cuando pasa el tren, es mejor ponerse a trabajar en cualquier cosa, en otro giro. Los figurones en su melancolía vieron desfilar a figurines variopintos: generales mofletudos, civiles embaucadores, “gatos” de esos civiles, “litempos”, polkos, progringos, panistas de misal y sagrario, ignorantes.
Presenciaron no sólo un relevo de generaciones, sino hasta la llegada de seres de otros mundos, muy diferentes a ellos y a lo que representaban. Figurines anclados a la publicidad de las revistas rosas y de papel cuché, impensables, indescifrables.
Gente con otros apetitos, otros placeres y otros sentidos de la obediencia. Sumisos ante la voz del norte. Hoy se le tiene más miedo a los vándalos de la CNTE que a las balas de a de veras.
Algún insulto le habrán hecho los figurones a los dioses de la guerra. Están enojados con ellos. Hasta aquí llegamos, han de haber dicho. Ya no más figurones y entorchados.