Profeta del futuro
Francisco Rodríguez jueves 18, Jun 2015Índice político
Francisco Rodríguez
El filósofo Michelangelo Bovero, maestro de la escuela de Turín, siempre ha dicho: “Vivimos en regímenes políticos aparentes. No es suficiente la celebración de comicios para decir que hay democracia”. El espectro ilimitado de los poderes informales es un despropósito. Siempre elegimos a los peores.
Recomienda el filósofo que estemos atentos a lo que sucede en su país. Italia siempre está a la punta de la estampida. “Es un verdadero laboratorio político que se encuentra frecuentemente a la vanguardia”. Bastan unos botones de muestra.
“Al inicio del siglo XX produjo el fascismo”. Añade: “antes del final del milenio, como prefiguración grotesca del apocalipsis, inventamos un tipo de gobierno ‘plutocrático – demagógico-autoritario’, basado principalmente en la idiotización mediática de grandes masas de electores”.
El primer producto tuvo éxito, señala. El segundo puede considerarse “el modelo político degenerado que he bautizado como kakistocracia, ‘el gobierno de los peores’, hacia el cual se encaminan las llamadas democracias reales”.
Se refería al período de Silvio Berlusconi, el empresario – político, manufacturado a base de televisión y dinero. Una larga noche que apenas está superando la bota itálica. Bovero decía lo anterior, apenas en el año 2001. Es un profeta del futuro, ¿no cree usted?
”¿Y si los electores se dan cuenta de que eligieron a un incompetente, a un aprovechado, o incluso a un delincuente, o más modestamente a un incapaz? Si no hay procedimientos para corregirlo, ¡Gran virtud la de la estabilidad!”, remata Bovero. ¿Dónde habré oído esto?
PRI y PAN, rejegos ante reforma del Estado
A partir de lo escuchado, es importante hablar del tema indeclinable: el Estado. Dicen los estudiosos que normalmente todos los procesos para reformarlo, terminan “constitucionalizando el autoritarismo, no democratizando a los países”. Bien, pero para ello, es preciso que primero haya Estado. En México, las fuerzas políticas resultantes de la primera sustitución del partido en el poder, durante el año 2000, no fueron capaces de pactar una reforma del Estado, ni siquiera la agenda para la discusión de sus temas y la consecuente negociación. Hubo enormes obstáculos para plantearlas. La oposición no pudo presionar y el PAN no quiso.
Nunca se dio la reforma al régimen de gobierno (ni un mínimo de obligaciones frente al Legislativo), aunque era más esperada que agua de mayo. Sin embargo, en el “antiguo régimen priísta”, un pacto de transición a la democracia era visto como si fuera un anuncio de derrota anticipada. Estimulaba a los adversarios del sistema para “juntar las canicas” y combatirlo. Era un mal presagio.
Podía generar suspicacias entre los electores de que, ante la inminente derrota del antiguo régimen, éste buscara protegerse. Esta postura fue suficiente para que sus “líderes de opinión” y corifeos desistieran del empeño.
Nadie quiso abandonar sus “zonas de confort” en el antiguo PRI. Gran error de sus estrategas. Parecían mariscales ingleses declarando con fuete y monóculo la victoria, ante un montón de cadáveres de sus ejércitos regados en el campo de batalla.
Los observadores amistosos concluyeron que era suficiente que hubiera elecciones libres y bien vigiladas para que sentara sus reales la democracia efectiva. Después de que el contrario ganó, comprobaron que ahora eran los panistas quienes se negaban tajantemente a una reforma del Estado pactada.
¿Para qué compartir el poder ganado “legítimamente”?
La lucha por la transición se convirtió en un lugar común de excesos, petulancias y alharacas, en el cual los opositores al sistema dominante desplazado encontraban un espacio para medrar o para pontificar, a la sombra de cualquier miedo. Se erigieron muchos padres de la patria.
Se comprobó que los “ grandes teóricos”, que se refocilaban y atragantaban en el Grupo San Ángel, sólo iban por la foto, los estipendios, las canonjías y los placeres culinarios y báquicos que ofrecía gratis el gobierno, a cambio de no “tocarlo” ni con su aliento.
Se pasó por alto la oportunidad para cambiar correlaciones de fuerzas, controles autoritarios del poder, arbitrios irresponsables y establecer condiciones y consecuencias para reformas institucionales que hicieran posible la gobernabilidad del Estado, buscada por todos. Fue un herradero.
Los dos presidentes panistas que entraron a la casa de Doña Leonor, fijaron sus prioridades, y como es práctica del sistema, todos los actores políticos las hicieron suyas. Por lo general eran caprichos a modo para sus negocios, los de la familia, los de la pareja, los de los hijos de la pareja o los de sus compañeros de parranda electoral.
La pregunta básica siempre fue: ¿Para qué compartir el poder, si lo hemos ganado legítimamente?, decían los que estaban acomodados. ¿Para qué correr el riesgo de que la gente del Presidente se apodere del proceso de reforma constitucional en su beneficio?, se preguntaban los del régimen anterior que empujaban para sustituirlos.
El principio jurídico supremo del confort para los políticos de entonces, de uno y otro signo, parece que fue el tópico aldeano: “no busques, lo que no has perdido”. Se aprendieron dos o tres parrafitos de los libros de moda y salieron a buscar y asaltar improvisados, que de esos sobraban.
El Pacto por México
En efecto, por el lado de los políticos tradicionales, siempre opuestos a cualquier cambio que significara menguar su poder, prefirieron no poner a prueba a un presidente que pudiera utilizar los medios para construir un poder plebiscitario —logrado con menos del 40% de votos efectivos— apoyado por reformas constitucionales y los sahumerios de los medios de comunicación a modo.
El sustrato de los miedos, era la posibilidad de fortalecer a cualquier presidente de derecha, no fuera que, a través de las reformas constitucionales, privatizara la electricidad, el petróleo y el gas, y propusiera la reelección para sí mismo. ¡ Qué horror! ¡Nunca supieron qué tan cerca estaban!
Platicando con algunos de los actores de aquella comedia de birlibirloque, reconocen que nunca pensaron que diez años después pudieran haberse intentado aquellas voladas, se hubieran logrado reformas “estructurales” de una magnitud incalculable, y no hubiera ningún “resulto”.
Ni el gobierno impuso su voluntad, ni las oposiciones aseguraron un proyecto sólido para garantizar su porvenir político y se instaló la parálisis total, disfrazada de “Pacto por México”. La temida reforma fiscal fue un gran fracaso, sólo un buscapiés regresivo que causó inestabilidad y estanflación. La reforma educativa, un fiasco. Las reformas para privatizar electricidad y petróleo son hasta la fecha una quimera, que no trascienden la amenaza.
La inseguridad y la violencia campean en todo el país. Un beodo dio el escobazo al panal y acabó con cualquier posibilidad de arreglo. No obstante, el narcotráfico es la única actividad que crea empleo, genera dinero para el circulante y define la agenda del establishment en todos los terrenos operativos. En el peor escenario, la reforma del Estado es un dato histórico. Casi una anécdota bufa.