Interregno de 1982, el peor
Francisco Rodríguez lunes 15, Jun 2015Índice político
Francisco Rodríguez
Cuando vivía el dictador Francisco Franco, era común encontrarse en el café Tupinamba, en el Caserío Vasco, en el Casino Asturiano y en el Club España con cientos de viejos españoles que juraban “por ésta” que ese mismo año caería el dictador.
Debía muchas el también casi dueño del Real Madrid, el que había hecho a Santiago Bernabeu, merecedor de que la catedral del futbol de la capital española, el estadio del barrio de Chamartín, sobre La Castellana, llevara su nombre. Franco era el gran aficionado de los “merengues” y con dinero público erigió el coliseo.
Una gran cantidad de refugiados que habían establecido la embajada de la República española en el corazón del Centro Histórico de la CDMX, visitaban el famoso restaurante Orfeo Catalá, de la calle Bolívar, para unir esperanzas con los refugiados de todas las edades.
Finalmente, cuando murió el déspota, un 20 de noviembre de 1975, el pueblo español se enlutó. El Caudillo demostró que, aún muerto, seguía mandando sobre la mitad de la población. Cientos de miles desfilaron ante su ataúd en Madrid.
Pero, durante su convalecencia de una fuerte neumonía, el gobierno español supo de qué se trataba el auténtico interregno. Un período en el que fue difícil mantener la unidad entre monárquicos y parlamentarios; entre borbones de Cataluña y franquistas; entre validos del gabinete y partidarios del retorno de la República, y del socialismo, etc.
Fue necesario aplicar la Ley de Sucesión de 1947 para despejar todo tipo de incertidumbres. En ella se establecía que a la muerte de Franco se coronara un rey. Ese fue Juan Carlos, a petición que le hizo Victoria Eugenia de Battenberg, viuda de Alfonso XIII a Franco, durante el bautizo de su bisnieto Felipe. Cosas de la realeza y la tiranía.
En el interregno falta el soberano
Los primeros monarcas del Imperio romano eran nombrados a título vitalicio por el Senado. Cuando sobrevenía la falta de rey, y hasta que se hacía la elección de nuevo monarca, el Senado designaba un magistrado.
El nombrado recibía la denominación de ínter rex, cuyas funciones duraban un puñado de días; había tantos como fueran necesarios, mientras llegaban a acuerdos y la vacante se cubría definitivamente.
Encargado precario del poder, el vocablo ínter rex provocó que entre las monarquías europeas de la Edad Media se llamara interregno al período en que faltaba el soberano. Se llegó a hablar de “interregno parlamentario” al receso del parlamento moderno.
El interregno, considerado como el vacío de poder, el espacio en el que no hay quien mande, lo vivió el Sacro Imperio Romano Germánico durante 20 años de la Edad Media, cuando peleaban güelfos y gibelinos, unos del lado del Papado y otros del Imperio, para saber quién era el dueño del pandero.
De ahí deriva, entre otras, la conocida leyenda del “Flautista de Hamelin”, parodiando a los gibelinos que “levantaban” jóvenes para hacer la guerra e impedir que el norte de Italia se separara de los alemanes y se uniera finalmente al Papado.
Platón utilizó el simbolismo del “mito de la inversión de los ciclos” para explicar los vacíos entre uno y otro. Según el giro de los tiempos, llega un momento en que se invierten: los ancianos se vuelven jóvenes; los jóvenes, niños; los niños desaparecen, y los muertos renacen.
Sobre la alegoría de Platón, varios estudiosos como Julián de Marías han querido establecer teorías de ciclos históricos y de generaciones políticas, que lo único que han logrado es enfrentar entre sí a las dinastías del poder cuando sienten que “el tren ya se pasó”.
Las etapas de tránsito entre un gobierno y otro han ocasionado, en diversos grados, falta de certidumbre en materia de política interior, hacendaria y política económica, que no siempre son afines. Responden a distintos intereses, muchas veces contrapuestos.
Nuestro peor interregno, en 1982
Para quienes lo vivimos, el período de interregno más difícil que ha pasado México, fue el de la transmisión del poder entre José López Portillo y Miguel de la Madrid, en el otoño de 1982.
La crisis internacional de liquidez, provocada por la urgente impertinencia de los financieros internacionales por cobrar los créditos de la zona latinoamericana, provocó una parálisis económica de enorme magnitud.
Lo que nos hicieron creer en aquel tiempo, era que sólo se trataba de una crisis financiera, de “flujo de caja”, pero jamás pudieron explicarnos por qué nadie le quería prestar a nuestro secretario de Hacienda, el llamado “Diamante Negro” (Jesús Silva-Herzog) cuando iba ante los bancos centrales a pedirles para resolverla.
Siempre se ocultó que lo que había detrás era la ambición de los financieros por adquirir, a precios regalados, sin intereses y a plazo muerto, los recursos naturales latinoamericanos, y ofrecer a cambio que se iban a atemperar las codicias de los dueños del dinero. ¡Eran los mismos!
En vez de hacérnoslo saber, por cualquier medio, el gobierno procedió a entregarles lo que querían, en términos petróleo, petroquímica, agua, bosques, gas y otras concesiones de segunda y tercera vuelta, enigmas que hasta ahora se descifran.
El viejo PRI desenfundó su patrioterismo a modo y en actitud masiosaresca nos hizo tragarnos la aldaba para proponer la famosa nacionalización bancaria, como llave maestra para destrabar el problema del cash flow.
Ni ese era el problema, ni esa la solución. Como siempre que quiso actuar en serio, López Portillo lloró en la Cámara de Diputados, pidió perdón y la agarró contra los banqueros mexicanos, que al enterarse pusieron cara de what?
El interregno está en nuestro ADN
Nuestros banqueros locales eran unos empleadillos de quinto talón de los grandes financieros internacionales, que con este irigote quedaban a salvo y lejísimos del debate nacional. Pero el Presidente causó un grave problema de interregno.
Se decretó una reforma constitucional —la cercana al número 300— para que el servicio bancario se convirtiera en monopolio estatal y para que el Estado fuera el rector de la economía nacional, como quien lanza bastonazos de ciego.
En lugar de responder airadamente a los centros financieros internacionales, desplegando una política nacional de defensa de nuestros recursos naturales de tierra, agua y aire, se nacionalizó la pobre banca, sin liquidez y con grandes nóminas de empleados de cuello blanco. Se quedaron para los favoritos.
Somos expertos en hacer de una solución, un mayor problema. Recordemos que en ese sexenio la solución éramos todos, López Portillo dixit.
Durante el lapso de septiembre a diciembre de 1982 se produjo la circunstancia de un presidente que concluía su mandato y que ya no tenía el poder completo, y otro que no tenía poder alguno. Los efectos devastadores para la economía y para la política priísta no se hicieron esperar.
Desde entonces, se nos quedó en el ADN el virus del interregno. No es bacteria, porque no come ni muere. El virus es como un robot, subsiste sin necesidad de nada y ataca en la forma que menos se espera. Cuando lo combate un enemigo, cambia de posición. No se pueden predecir sus movimientos.
Se comenta que no sólo existe nerviosismo entre el gabinete, pues aseguran no actuar porque nadie les dice cómo y hacia adónde hacerlo.
Y por otro lado, se asegura por viejos conocedores de las entretelas en Washington, Nueva York y Chicago, que si no se hacen cambiose, esto no va a poder transitar hacia algún puerto seguro, pues se necesitan orden y estabilidad.
Se habla de un nuevo interregno, que se ubica entre los meses previos a la entrada de la nueva legislatura, votada el domingo 7. Precisan que entre julio y agosto, fechas de judicialización electoral, de definición de comisiones, de aprobación del nuevo presupuesto. ¿Qué mejor momento para un interregno?
La orden está dada: atacar a fondo a los saboteadores que voltean de cabeza al país, en las regiones donde se han originado los conflictos, Oaxaca y Guerrero . Para tal efecto, se le han destinado a las fuerzas armadas y policías federales tanques antimotines, lanzafuegos, y demás artefactos para que las respuestas sean esta vez contundentes.
Si ni con eso quieren actuar las autoridades, la solución no podrá ser otra que hurgar entre los mecanismos que ofrece el proceso de interregno para no aferrarse a algo que no funciona y buscar una solución efectiva.
¿Habrá llegado el momento? ¿Usted, que cree?
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