Tufos de intolerancia
Francisco Rodríguez viernes 12, Jun 2015Índice político
Francisco Rodríguez
En un restaurante del capitalino barrio de San Ángel, frecuentado constantemente por cierto anarquista austriaco-estadounidense, platicaba don Daniel Cosío Villegas, quien fuera su gran amigo, algunas precisiones sobre él.
Frank Tannenbaum, cierto, había nacido en Austria, pero siendo muy niño sus padres buscaron asilo en Manhattan, lugar donde desarrolló sus inquietudes intelectuales. Coincidentemente, el día que Francisco Villa tomó Torreón, Tannenbaum organizaba un grupo anarcosindicalista para asaltar la iglesia de San Alfonso, del sur de la isla, en demanda de cobijo y pan.
En 1946, Tannenbaum publicó en Estados Unidos Esclavo y ciudadano, una radiografía social del problema, y convenció a Branch Rickey, dueño de los Dodgers de Brooklyn, para que contratara el siguiente año a Jackie Robinson, primer pelotero negro de las Ligas Mayores.
Vino al país. Y de él decía Tannenbaum: “Conocer México es una obligación moral”, y bajo esa divisa, recorrió nuestro territorio hasta en lomo de mula para llegar a conclusiones de oro, sobre sus potencialidades, limitaciones y sus clases dirigentes.
Hasta el FBI de Edgar J. Hoover lo acusó de “actividades comunistas en México” y lo quiso procesar, mientras pudo, en todas las instancias.
De México también decía que necesitaba “una filosofía de las cosas pequeñas”, no pensar en que su camino es la industrialización a cualquier costo, como el modelo norteamericano, explicaba lo que es vigente todavía.
Ochenta años antes de que todo el mundo reconociera que los daneses ocupan el primer lugar en el desarrollo tecnológico, en la economía del conocimiento y como país ejemplar entre los emergentes, ¡Tannenbaum nos dijo que nuestro modelo debía ser el de Dinamarca!
México, recalcaba Tannenbaum, no estaba hecho para las grandes aventuras, pues tenía población dispersa y muy pobre, ni para las obras faraónicas, ni para la competencia transatlántica, sino que, apegándose a la mejor tradición, debía tener un sentido de la proporción en su desarrollo.
Enfocar sus baterías a desarrollar sus regiones productivas, a explotar las artesanías, con un modelo autosuficiente, parroquial, la agricultura, el comercio y las industrias domésticas para desarrollar primero su mercado interno y, claro, emparejar sus disímbolas regiones.
Una vez logrado lo anterior, recomendaba abastecer sus necesidades urgentes, ser autosuficiente y procurar su fortaleza a largo plazo frente a los embates de la dominación exterior.
Celo de los
“rabanitos” a sus ideas
La inversión extranjera que había atraído nuestro proceso criollo de industrialización, extrajo más de lo que aportó y la deuda amenazaba con poner en grave entredicho la capacidad de pago del país, expuso Tannenbaum.
Trataba de decirnos, esencialmente, que debíamos centrar el desarrollo en las pequeñas comunidades, dotándolas de todo el acervo científico y tecnológico capaz de hacerlas autosuficientes.
El libro de Tannenbaum La lucha por el pan y la paz fue publicado primero por la revista Problemas agrícolas e industriales de México y, decía don Daniel, causó estupor en los círculos alemanistas, que se empeñaban en la industrialización a cualquier precio.
Eli de Gortari —tío de ya sabemos quién— opinó que el libro revelador “asume los caracteres de una novela difamante”. Emilio Uranga: “tiene una clara estirpe enajenante”.
Alonso Aguilar: “simplemente demagógico”. Pablo González Casanova: “es rotundamente falso que el campo sea pobre como consecuencia de la industrialización”. ¡Así, como se oye!
El izquierdoso Manuel Germán Parra, asesor principalísimo del presidente Lázaro Cárdenas, al responder al planteamiento sobre la autosuficiencia regional, preguntó con ironía: “¿vamos a comprar motores de combustión interna con jícaras de Uruapan?”.
Decía don Daniel que “el libro de Tannenbaum cayó como bomba en esa atmósfera de optimismo infantil”.
Decía Leopoldo Solís que el nombre de Tannenbaum fue tabú para cualquier mención de los economistas al servicio del poder. Los estudiantes de Derecho en la UNAM tacharon al autor de non grato. Manuel Suárez organizó en el restaurante “Tampico”, de la capitalina calle Balderas, una comida de desagravio y los dejaron plantados a él y a Tannenbaum.
Aplicar el 33
Sin embargo, las ideas de Tannenbaum siguieron levantando polémica. En el Congreso Latinoamericano de Escritores, celebrado en Chile, en 1962, unos meses después de la frustrada invasión gringa a Bahía de Cochinos, al calor de la inauguración de la OLAS y de la Conferencia de la OEA de Punta del Este, se escenificó otro espectáculo vergonzoso.
Invitado Tannenbaum a la reunión austral, propuso a los ahí reunidos que se creara una Federación de Estados Americanos para luchar por el desarrollo, junto con los pobres de Estados Unidos.
Carlos Fuentes, en el cenit de sus glorias, ensoberbecido, lo maltrató, aduciendo que cómo se atrevía a hablar por el pueblo de Estados Unidos si ese país había fracasado por la falta de colaboración entre el norte y el sur (?).
Alejo Carpentier y Tannenbaum abandonaron la reunión, so pena de ser linchados.
Quince días después, en una carta abierta a aquella revista Siempre!, Tannenbaum se quejó de que Carlos Fuentes, Augusto Roa Bastos y José Donoso lo habían “bombardeado con clichés propagandísticos repetidos diez mil veces”. Tannenbaum había sido víctima, otra vez, de la invectiva de los “rabanazos”.
Los defensores de la industrialización alemanista fracasaron de cabo a rabo. Para empezar, descuidaron la agricultura y la alimentación. El pomposo “desarrollo hacia afuera”, sostenido por los lenguaraces economistas al servicio del Estado, sólo favoreció a un núcleo reducido de capitalistas “nylon”.
A los pensadores europeos que se atrevieron a opinar, se les aplicó el 33 por andarse metiendo en política. Y la tragedia de fondo fue un presidente absolutamente frívolo, atrevido hasta los límites del ridículo y bautizado por los agradecidos gabachos como “Míster Amigou”.
Las amenazas
Algunos grupos en el poder siguen utilizando el espantajo del artículo 33, una rémora del autoritarismo decimonónico y de sus dictaduras militares, que no tiene parangón en el mundo civilizado.
No admite ni proceso legal, ni juicio de impugnación alguno. Cuando se da el caso de que la autoridad ejecutiva decide que un extranjero se ha metido en política interior, se le expulsa automáticamente por las vías de hecho. Insólito para nuestros tiempos.
El reciente caso que nos tocó ver fue cuando el cantautor franco-español Manu Chao, criticó en el concierto de la Feria de Guadalajara las violaciones a mujeres activistas.
La sangre no llegó al río en ese 2009 porque el mismo Nobel Saramago, sintiéndose amenazado, protestó y preguntó por qué no habían tomado la misma decisión para reprimir a los ídolos panistas Aznar, Solá y Dick Morris que, en 2006, habían apoyado la campaña del funesto Calderón.
Siempre que un pensador político visita México, lo hace con la desconfianza de que pueda sufrir una aplicación de este tipo. “El 33” pende siempre como espada de Damocles sobre sus cabezas. No es para menos. Varios transterrados del exilio republicano en México, de entre lo más granado de su estirpe, han sido amenazados con ese garlito.
Algunos le echan la culpa a que nuestra larga lucha por la independencia nos ha condicionado a estar siempre a la defensiva. Pero ya es demasiado tiempo, ¿no cree usted?
Tannenbaum y las amenazas. Seguimos siendo el mismo país atrasado, que el austriaco-estadounidense pretendió aconsejar.
Índice Flamígero: + + + Desde ya, la edad mínima para trabajar es de 15 años. Antes era de 14. Tal obligatoriedad a partir de que el secretario de Trabajo y Previsión Social, Jesús Alfonso Navarrete Prida, depositara hace dos días, en la sede de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el instrumento de ratificación del Convenio 138 sobre la edad mínima de admisión al empleo. México, en su calidad de actor con responsabilidad global, se convierte así en el primer país de América del Norte en ratificar dicho instrumento, dijo el funcionario.