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Francisco Rodríguez lunes 8, Jun 2015Índice político
Francisco Rodríguez
Las pasiones electorales se habían desbordado en todo el país. Muertos, heridos y rafagueados antes y durante la votación. Cientos de casillas ultrajadas de distinta manera por partidarios de los “Verdes” de Manuel Ávila Camacho y los “Rojos” de Juan Andrew Almazán.
Almazán era un soldado obregonista, de muy cuestionada trayectoria. Había servido bajo las órdenes de Victoriano Huerta y había participado en la batalla de Agua Prieta, donde liquidaron a Villa, con la ayuda del “derecho de paso americano” de Woodrow Wilson. Después, hombre de negocios.
El atractivo popular de Andrew Almazán era ser un opositor eficaz a la posible candidatura de Francisco J. Mújica, secretario de Comunicaciones y Transportes. Millones de mexicanos se hubieran aliado con él, de haber figurado en las boletas el michoacano. El Dedo, empero, no favoreció a Mújica .
Así lo habían previsto los industriales del ya famoso Grupo Monterrey, quienes no sólo se llevaron a Andrew Almazán como jefe de la Zona Militar de la Sultana del Norte, sino que lo apoyaron con un despliegue económico y publicitario inusual en ellos.
Cuando le preguntaron a Cárdenas por qué no había elegido a Mújica, contestó: “era necesario salvar la expropiación petrolera de cualquier amenaza o contingencia”. Hasta la fecha, nadie ha sabido interpretar qué quiso decir con ello “La Esfinge de Jiquilpan”.
Todo mundo sabía que el ideólogo, operador e impulsor de la expropiación petrolera había sido el secretario de Comunicaciones y Transportes. Cárdenas sólo había sido el ejecutor de un designio internacional, que le fue transmitido por el gringo Roosevelt.
Por otro lado, se había hecho popular la broma que le atribuían al divisionario poblano Almazán. Cuentan que en un recorrido de revisión a las tropas acantonadas en Morelia, preguntó por qué olía tan feo, a lo que el comandante de la guarnición le contestó: “es pólvora, sólo pólvora, mi general”.
O la vergüenza sufrida ante su superior, el general Cárdenas, cuando, en medio de la revuelta cristera, fue a pedirle ayuda para localizar a su pareja, que se había fugado del hogar con un sargento de fajina de la plaza. Su fuerte no era el trato con las mujeres.
Los disidentes, aprehendidos o ejecutados
El primer domingo de julio de 1940, todo mundo fue a las urnas, con un entusiasmo superior al de 1929, para que sólo le reconocieran a Almazán un número irrisorio de votos.
El 7 de julio de 1940, la radio reportaba textualmente: “El senador Gonzalo N. Santos anda asaltando las casillas con un grupo de bravos, disparando ametralladoras contra los votantes partidarios de Almazán”.
Lo cierto, es que Ávila Camacho no había prendido el fuego de la participación ciudadana para defender su candidatura. Era un hombre quieto, sin atributos. Esa noche, llorando en la oficina del presidente Cárdenas tuvo que aceptar dejarse ayudar para defender su triunfo.
Si alguien necesitaba a un hombre de coraje como el “Alazán Tostado” era precisamente su compadre de grado Ávila Camacho, que “no calentaba ni un café”. Hasta votos que no se emitieron, como los de la CTM lombardista en el Distrito Federal, fueron sumados por el potosino, que después de esas acciones fue ingratamente olvidado.
Ni el mismo Ávila Camacho hubiera podido votar —la casilla donde le tocaba hacerlo en Lomas de Chapultepec estaba “tomada” por representantes almazanistas—, si “El Alazán Tostado” no le hubiera abierto un espacio decoroso para hacerlo.
Entre julio y noviembre de 1940 fueron aprehendidos o ejecutados en distintas partes del norte de la República, diversos militares acusados de alentar una sublevación almazanista. Y sanseacabó.
Para esas fechas, después de un autoexilio breve en Cuba, el protegido del Grupo Monterrey ya había arreglado con el cardenismo los términos de su rendición, entre los que figuraba el traslado a su peculio de los terrenos donde actualmente se encuentra la capitalina plaza comercial Coyoacán y el viejo hotel Papagayo, en La Quebrada, de Acapulco.
Y es que la gente estaba cansada de los excesos retóricos del cardenismo, de su populismo desbocado. El mismo Ignacio García Téllez, secretario de Educación, tan moderado, había expresado en el Palacio de Bellas Artes unas palabras que atemorizaron a muchas buenas conciencias de las clases media y alta. Había centrado el ideal de don Lázaro en llegar a “cerrar el ciclo de los presidentes y entregar el poder a la dictadura del proletariado”.
Los libros obligatorios en las primarias consignaban frases provocadoras del poder obrero y abiertos llamados a la conciencia juvenil para masacrar al prójimo si de instaurar la justicia se trataba.
Para muestra, en los libros de lectura se glorificaba el homicidio: “Obrero: Si quieres encontrar la libertad/ búscala con el fusil / y a la luz del disparo la verás”. “Minero: ya no saques más oro / para comprar el crimen / arrebata el que existe, mata, cobra / con sangre todo el mal que ha hecho /con el hundido pecho de tu clase, el hambre”.
Reversa a los alcances de Lázaro Cárdenas
El 30 de noviembre de 1940 fueron aprehendidas las señoras María Luisa Merigal, Virginia Fernández de Bishop y Guillermina Hernández Gálvez, entre otras, en una casa de la avenida Madero, acusadas de “preparar un atentado contra Ávila Camacho después de protestar como presidente en la Cámara de Diputados”.
Con el episodio del teniente sinarquista José Antonio de la Lama y Rojas, que dentro de Palacio Nacional le disparó a bocajarro en el tórax al “Presidente Caballero” para darle muerte se acabó el disturbio. Sucede que, “por pura coincidencia” (?) su hermano Maximino le había regalado el chaleco antibalas… “por si las moscas”.
El evento se dio faltando dos años y medio para la sucesión presidencial. Maximino juró ser el más agraviado y, para demostrarlo, condujo al teniente de La Lama a los separos de la penitenciaría, donde lo torturó salvajemente. Obviamente, el proyecto de homicida declaró asuntos políticos en el móvil, nada de envidias fraternas.
Como ya estaba “palomeado”, Ávila Camacho se sentó como pudo en la silla presidencial. Un gobierno de “unidad nacional”. Olvido del modelo socialista y del agrarismo. Crecimiento de las clases privilegiadas. Boom de Fidel Velázquez.
Índice Flamígero: ¿Y cómo vio los comicios El Poeta del Nopal? Él mismo nos da la respuesta: “Muy pocos los convocados / al plebiscito en las urnas, / parecía venta nocturna / de artículos caducados; / hieráticos, agotados, / con la mirada anhelante, / los resignados votantes / sacaban sus conclusiones: / caramba, las elecciones, / ¡ya no las hacen como antes!”