Ahogados por el “caprichato”
Francisco Rodríguez miércoles 13, May 2015Índice político
Francisco Rodríguez
Después de Nepal, Bután y Suiza, México es el país topográficamente más accidentado del mundo. Tenemos el cuarto lugar. Dos cordilleras gigantescas, las sierras madres, enlazadas con un nudo mixteco lo atestiguan.
En medio de ellas, grandes terraplenes o altiplanos, sostenidos en la cumbre por mesetas gigantescas que forman profundidades abismales, impropias para los cultivos o el florecimiento de alguna cultura desarrollada.
Difícil geografía que durante la historia del país ha contribuido a hacer casi imposible la comunicación entre las 65 diversas etnias y más de un centenar de lenguas diferentes que hablan sus 15 millones de pobladores originales.
Los ríos indómitos bajan con velocidades incontrolables por los precipicios y sierras madres y se estrellan en las costas contra las bocanas de mares pacíficos que con su reflujo provocan serias inundaciones y epidemias sin cuento.
Las corrientes de agua dulce no son propicias para la navegación turística o comercial como en los ríos y cuencas europeas. Por ejemplo, el Danubio, el Rhin, el Vístula, son ríos que han comunicado civilizaciones. Acá, sólo epidemias, azotes y desgracias.
Quizá por ello, los reinos que florecieron en las feraces y magníficas costas mexicanas, nunca pudieron penetrar, subir al altiplano. Totonacas, tariácuris, olmecas, popolucas, huastecos, tuvieron que resignarse a ser tributarios, aunque culturalmente eran más avanzados que los arribeños.
En pésimo momento se les ocurrió a los aztecas asentarse en Tenochtitlán. Era el lugar menos indicado, a pesar de la mitología que rodea al águila y la serpiente. Una tierra volcánica, con erupciones ininterrumpidas durante 50 millones de años, no pronosticaba un buen asiento civilizatorio.
Con una sola erupción, el Vesubio impetuoso había borrado Pompeya y ahuyentó a los romanos de las tierras napolitanas del sur para toda la eternidad.
Una olla altísima, expuesta a todos los exabruptos de la naturaleza, donde no había otra cosa para comer que culebras bajo las piedras del ixtle, donde sólo pudieron sobrevivir miles de años los chichimecas, profetizó que en la actualidad el 50% de la población vivamos arriba de los 2 mil 400 metros de altura.
Inundaciones recurrentes. La prehispánica de 1466, el año en que nació Moctezuma II, ahogó y mató al diez por ciento de la población, atrajo toda clase de pestes sobre ellos y arrasó materialmente a la ciudad propinándole hambre crónica durante varios años. Netzahualcóyotl, rey de Texcoco tuvo que sacar del apuro a los aztecas.
Dentro de su infinita misericordia, El Rey Poeta construyó los diques necesarios para librarnos de la impetuosidad de los lagos, alzó las calzadas a Tacuba e Iztapalapa, para librarnos del agua salobre y levantó el acueducto de Chapultepec a la isla, ciudad de Tenochtitlán.
El peor lugar para vivir
Dos siglos después, en 1649, una gran inundación de cinco años provocó que todos se pusieran de acuerdo para construir el Tajo de Nochistongo, obra que se concluyó otros dos siglos después, junto con el canal del desagüe… y vuelta la burra al trigo.
Se dice que el compendio de poesía, publicado en Madrid, Inundación Castálida. de Sor Juana (“hombres necios que acusáis a la mujer sin razón..) fue redactado por la Décima Musa al recuerdo de la hecatombe.
En los años cincuenta del siglo XX vuelve a inundarse la ciudad y se crea el sistema Lerma. En esas estamos todavía, entre emisores, túneles y drenajes “profundos”. Empeñados en hacer habitable una ciudad que viola todos los preceptos urbanísticos, demográficos y poblacionales. Instalados en el histórico “caprichato”.
Una ciudad que ha sido el ejemplo del despiporre nacional. Emblema de lo inútil de las inversiones para hacerla productiva, cuando hemos sido testigos de que es casi imposible el avituallamiento de energía, transporte, comercio, para echarla a andar.
Consumimos la energía en una epopeya sin sentido, mientras existe un millón y medio de hectáreas de litorales sin explotar. Al tiempo que sólo el uno por ciento de los agricultores posee terrenos cultivables de 20 hectáreas.
El cuadro del científico Thornthwaite dice que sólo el uno por ciento del territorio puede sembrarse sin riego.
Andrés Molina Enríquez señaló en Los grandes problemas nacionales que cada porción de tierra que se le dio a los capitanes españoles participantes en la conquista hubiera sido suficiente para fundar imperios como muchos de los Habsburgo en Europa.
Pero los capitanes eran extremeños. Acostumbrados a los eriales, no pudieron contenerse para arrasar con las capas vegetales cultivables y convertir las tierras en eriales erosionados. Querían sentirse en casa. Se cree que ahí está el origen del “caprichato”.
El negocio del concreto en Circuito Interior
En el período de máxima inestabilidad nacional, de 1821 a 1881, en sólo 60 años, el país tuvo ¡95 gobernantes! Sólo Guadalupe Victoria y el “Manco” González , compadre proverbial de don Porfirio, cumplieron sus respectivos períodos. Convulsa geografía y convulsa sociedad, igual a convulso poder.
Pestes, terremotos, inundaciones, hambre, saqueo, revueltas, golpes de Estado, guerras intestinas, intervenciones, mentadas de madre y gobernantes que nos dieron atole con el dedo, hablando del cuerno de la abundancia, conformaron el carácter desconfiado de los mexicanos.
Dictadores que construyeron los kilométricos tendidos ferroviarios, las mejores carreteras, las vías más rápidas en función de la comunicación con el norte, con el ombligo norteamericano, para perpetuar el papel de proveedores de materias primas y consumidores de productos gabachos industrializados.
Ninguna comunicación en función de nosotros mismos, los habitantes de la falsa Cornucopia. Cuando tuvimos la ilusión de que habían construido vías de cemento hidráulico para la duración eterna, supimos que sólo era otra engañifa.
Que las bestiales cantidades de cemento compradas en 2006 por “La Beba” Ebrard a Lorenzo Zambrano (para quedar bien con los regios) eran para construir su pase a la gloria, la famosa Torre Bicentenario en las Lomas de Chapultepec; patentizar su paso heroico (?) por este mundo.
Que cuando le negaron la construcción de la megatorre, no supo qué hacer con el cemento y alguien le aconsejó que lo vaciara sobre el Circuito Interior. Le dijo que eso lo hacía inolvidable (¡guau!), pero no le advirtió que iba a acabar de rematar los mantos freáticos de la ciudad y causar una megacrisis ambiental y epidemiológica.
La influenza (sic) y el “bisnes” con Sanofi Aventis
Así lo hizo, pero la mezcla de un invierno corto (2009) más un exceso de obras (distribuidores viales inconclusos, Línea 12, segundos pisos) y un calor infernal, desataron sobre la ciudad todas las bacterias y virus suspendidas en el ambiente.
Cuando se presentó la oportunidad, en abril del 2010, de acogerse al famoso e inexistente virus de la influenza, inventado en complicidad con el nefasto Calderón, se colgaron de él sin pudor, a costa de meter los negocios comerciales y de servicios de la ciudad a una economía de guerra. El truene total.
Para los gobernantes, no. Ellos se encargaron de sacar el mejor partido y junto con los laboratorios Sanofi Aventis, autorizado$ por la OMS para producir en exclusiva vacunas y gels contra la influenza (?) hicieron los grandes negocios de su vida.
Otra vez, entronizaron el “caprichato”. Lo inocularon vía intravenosa, en el fondo del cuerpo social. El capricho, “idea o propósito que uno forma arbitrariamente, fuera de las reglas ordinarias y comunes, sin razón. Determinación inspirada por humor, o por deleite en lo extravagante y original”.
Con un tufo propio de “caballeros refinados”, le proporcionan a los gobernados sus ideas salvíficas y demás “ternuritas” que sólo un estado de humor enajenado puede soportar. Nadie en sus cabales. Nadie en su sano juicio.
Índice Flamígero: “Si tu le apuestas a que pierda, pues todos nos hundimos, igualmente yo voy a ser senadora y me los voy a chingar a todos después, de eso que no quepa la menor duda”: Claudia Pavlovich, candidata del PRI al gobierno de Sonora, anticipando su retorno al redil de Emilio Gamboa, tras su derrota en las urnas.