Una de periodistas…
Roberto Vizcaíno viernes 17, Abr 2015Tras la puerta del poder
Roberto Vizcaíno
- Desde que los medios dejaron de ser conducidos por comuncadores se acabó el ejercicio profesional
- En el oficio militante es fácil inducir, sugerir, presentar como verdad algo que no lo es
- Sería interesante que Gil Olmos dijera con quién no está de acuerdo en lo que se escribe o dice
El reportero José Gil Olmos publicó hace 2 días en la agencia APRO (que cuando la fundamos los creadores de la revista Proceso se llamaba CISA), un texto que fue muy celebrado por al menos mi ex amigo Gabriel Pereyra, un lopezobradorista profundo que trabaja para gobiernos y personajes priístas, pero que celebra todo lo que suene antisistema y anti Enrique Peña Nieto.
En ese texto Gil Olmos dice que hoy existe un sector iracundo de la prensa que defiende contra toda razón y dignidad al grupo hoy en el poder.
Se da el caso, dice, que “algunos comentaristas, columnistas y articulistas cuando se han publicado reportajes sobre la opacidad, corrupción y conflicto de interés del presidente Enrique Peña Nieto y algunos de sus secretarios como Luis Videgaray y Miguel Ángel Osorio Chong”, saltan a defenderlos.
Y confiesa que a él le “resulta preocupante que sean ellos los primeros defensores del gobierno peñista”, antes que cualquier vocero gubernamental.
Expone el caso de Carmen Aristegui respecto de su reportaje sobre las casas de Angélica Rivera, esposa de Peña Nieto así como la del secretario de Hacienda, Luis Videgaray, adquiridas al contratista Juan Armando Hinojosa, amigo cercano del jefe del Ejecutivo.
Y rescata lo publicado por Proceso en cuanto a las casas rentadas por el secretario de Gobernación y ex gobernador de Hidalgo, Miguel Ángel Osorio Chong “a su contratista preferido, Carlos Aniano Sosa Velasco”.
Gil Olmos considera que los defensores de Peña y su equipo, asumen “una postura fuera de su papel social de investigar, analizar o cuestionar a los actores políticos y sociales, estos periodistas han reaccionado de manera impronta más allá de los propios personajes inmersos en los escándalos inmobiliarios o en casos donde se muestra su incapacidad para resolver problemas de justicia como la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, sociales como las marchas de los maestros o económicas como la falta de empleos, vivienda y salud dignas.
“Hacen la labor de voceros y no de periodistas. No hablan de la opacidad en las acciones y decisiones que tienen como funcionarios públicos ante la sociedad y la opinión pública, ni de la obligación de transparentar todas y cada una de sus actuaciones. Tampoco de su compromiso de respetar las leyes. Al contrario, defienden a los funcionarios aludiendo a su derecho de viajar en helicóptero, usar aviones para asuntos particulares, invitar a amigos y familias a giras de trabajo, comprar o rentar propiedades millonarias por el simple hecho de ser funcionarios de gobierno.
“En esta defensa ciega, tomando una posición de abogado defensor, estos comentaristas, articulistas o columnistas acusan a la prensa que denuncia los abusos de poder de ser “militante”, de “izquierda”, “rencorosa”, de “consigna”, “sospechosista” y hasta de “farándula política”. Alegan que nada es verdad y que hay una clara campaña de golpear la figura presidencial y al grupo que lo acompaña.
“Dicen con soberbia que esta prensa que denuncia ha caído en el pecado del libertinaje de la expresión y defienden a los funcionarios públicos de algunos “pecados” mínimos en su ejercicio de poder.
“La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”, decía José Martí hace ya dos siglos refiriéndose a aquellos que alcanzan una posición privilegiada y se embrutecen en el ejercicio del poder.
“Los cínicos no sirven para este oficio” sostenía por su parte el periodista Ryznard Kapusinsky en uno de sus libros sobre el periodismo hablando de aquellos que dejan su oficio de denuncia y vigilancia de los grupos de poder y se alían con ellos por ideología o privilegios económicos y políticos”, indica.
Y recuerda que hace algunos años, “cuando el PRI era el grupo hegemónico en el poder, había unos personajes que amenizaban lo actos de gobierno hablando maravillas de los gobernantes. Se les conocía como “jilgueros” y para eso se les pagaba, eran profesionales en la retórica oficialista y no disfrazaban su tarea como defensores de oficio del gobierno en turno.
“Hoy estaríamos ante nuevos “jilgueros” que no sólo hablan de las facultades y virtudes maravillosas de la clase gobernante desde los periódicos, la radio y la televisión, sino que los defienden desde un supuesto foro de libertad de expresión”, concluye.
Retomado por Pereyra (y quizá por otros muchos), el texto de Gil Olmos se difundió ampliamente por Internet como una revelación de una verdad inexcusable, irrebatible.
PRENSA MILITANTE
Con 45 años en este oficio he visto cómo han desaparecido medios y personajes, sistemas y nuestros pequeños y grandes universos personales y colectivos.
El mundo periodístico en que nacimos allá por los 70, y el México al que servía entonces, ya no existen.
Pasamos del linotipo al Fax y de las computadoras al Internet y las redes sociales y los grandes personajes del periodismo de entonces –sólo menciono 4 de ellos: Julio Scherer, Manuel Becerra Acosta, Pepe Pagés y Manuel Buendía-, murieron.
Y detrás de ellos se fue su mundo. Los medios dejaron de ser dirigidos por periodistas para ser controlados y conducidos por empresarios.
El interés comercial se sobrepone al editorial. El dinero a la búsqueda de la verdad y el ejercicio de la razón.
Quizá por eso han desaparecido los géneros periodísticos de esos medios: ya no hay reportajes, no hay entrevistas, no existe la crónica, las informaciones noticiosas se confunden con editoriales y el ingenio y la ironía de Abel ha sucumbido ante lo grotesco.
Pero sobre todo la prensa mexicana se encuentra hoy inmersa en la militancia ideológica o partidista.
Surgidos ellos mismos de un mundo de cultura de la ilegalidad, la corrupción y la impunidad, mexicanos como mi ex amigo Pereyra conciben el ejercicio periodístico sólo como un juego de mensajes internos entre las élites del poder.
Todo lo que se escribe o habla ahí está centaveado y es producto de una instrucción superior.
Los periodistas no son dueños de su libertad e imaginación. Si se habla de lo que hace o promete Peña Nieto, entonces Pereyra –y por lo que dice Gil Olmos-, otros también ubican a ese personaje en las filas de los “jilgueros” del régimen.
CONTRAPUNTO
Gil Olmos alude a Kapusinsky y José Martí para apoyar su texto. Yo recordaré aquí a Eugenio Scalfari fundador de la República en Italia y a Jean Daniel creador a su vez de Le Nouvel Observateur en Francia.
El primero define a un periodista como aquel que le dice a la gente lo que le pasa a la gente y advierte que en esa tarea el periodista tiene la obligación siempre de buscar la verdad.
El segundo afirma que en esta época marcada por las redes sociales y los medios digitales se vive en el contrasentido de que la gente busca lo verosímil por sobre la verdad.
Y se duele de que hoy la información periodística, noticiosa, editorial, está marcada por el espectáculo.
El Nobel Vargas Llosa tiene un texto sobre la sociedad del espectáculo.
La época de los 4 periodistas mexicanos antes señalados —Scherer, Becerra Acosta, Buendía y Pagés-, de los 50 a los 90, fue una etapa donde los periodistas que estaban en desacuerdo con lo que escribían otros periodistas no se andaban con rodeos y lo decían.
Recuerdo grandes debates en medios de Monsiváis con Granados Chapa. Los encabezados por Salvador Novo. Otros como los abiertos por el mismo Julio Scherer contra Regino Díaz Redondo y otros periodistas.
¿Por qué Gil Olmos no dice con qué otro periodista no está de acuerdo, y permite que le expongan sus razones? ¿Por qué no entra en debate?
Acusar, calificar, sugerir de pagos por escribir cosas, inducir sin comprobar lo que se afirma es, no sólo anti periodístico, sino indigno.