Mitos históricos
Francisco Rodríguez jueves 19, Mar 2015Índice político
Francisco Rodríguez
Un repaso a los pasajes velados o insuficientemente debatidos de nuestra formación como país es siempre un saludable ejercicio civil para analizar ideas y sucesos que operan en contra de la perspicacia y brillantez de la memoria histórica de la nación.
Con razón decía Hannah Arendt: “El pasado supera al narrar lo que sucedió”.
Es necesario, en un soliloquio de este jaez, asumir que Vicente Guerrero, después de fusilar a Iturbide, ofreció el trono al mercenario Joel R. Poinset, enviado por los gambusinos norteños a anexar los territorios texanos y californianos, lo mismo que a explorar los negocios mineros de aquel México posterior a la Independencia.
La ambición norteamericana fue azuzada por el barón de Humboldt que esparció la idea de que tres cuartas partes de la plata que circulaba en el mundo se había producido en el Real de Minas de Zacatecas y fue embarcada por el puerto de Veracruz.
Como buenos malinches, éramos adictos a ofrecer el trono, hasta por evitar el esfuerzo. Al verse reducidos, los valerosos defensores de Churubusco, llamados polkos por la población, durante la intervención norteamericana de 1847, declinaron en favor del salvaje milico Winfield Scott.
Scott, degradado después en tribunales gringos por los propios gobiernos intervencionistas, fue acusado de ejercer el poder con vesania y crueldad durante su infamante protectorado en México, nombrado teniente general, antecedente de Douglas McArthur en Japón.
Lincoln y Juárez, el Istmo de Tehuantepec
No podemos dejar de recordar a un personaje cercano al liberalismo mexicano, Abraham Lincoln, sólo en su ropaje histórico de eterno abolicionista, pues en sus discursos whigs planteó una interrogante existencial: “¿Y luego?, ¿liberar a los negros y hacerlos social y políticamente nuestros iguales?”
“Mis propios sentimientos no lo aceptarían”, acotaba (Springfield, 1857)… el único medio es tomar las medidas para la separación de las razas y mandarlos a Liberia, África, a su propio país natal”.
En abril de 1865, Lincoln envío una carta al general Butler: “…pero, ¿qué ha de hacerse con los negros después de liberados? Apenas puedo creer que el sur y el norte logren vivir en paz si no nos liberamos de los negros…”.
Asimismo, la respuesta de su secretario de Estado, William H. Seward a los liberales juaristas, empeñados en la firma del Tratado Mc Lane-Ocampo, que concedía derechos permanentes de paso —y ocupación factual— a las compañías gabachas sobre el territorio del Istmo de Tehuantepec.
Se lo regreso, presidente Juárez, y vamos a hacer de cuenta que nunca lo vimos, ni lo platicamos, comunicó el leal Seward. Le estoy dando instrucciones a su embajador, Matías Romero, de que ni intentemos pasarlo al Senado… sería contraproducente…
“…es demasiado entreguista, no es conveniente en este momento”, dijo Seward a Romero. Como lo prometió, el secretario de Lincoln se encargó de hacer personalmente los cabildeos en el Senado norteamericano para que ninguna fuerza de la Secesión en conflicto pudiera revivir el asunto en el Capitolio.
La decisión de Seward salvó la figura del Benemérito, del impasible héroe de Guelatao. En ese momento fundacional, de enorme vergüenza republicana, se definió el futuro ideológico del liberalismo, a pesar de los propios juaristas.
Esa sola decisión salvó ante la historia de los siglos la cara de la República liberal. Dejó intocable la honestidad de los seguidores del Patricio, y le reservó la fuerza necesaria para luchar contra la invasión francesa.
Del mismo modo que había tramitado el salvífico pertrecho whig con rifles de repetición automática de 16 cartuchos, para ponerlos a disposición de los ejércitos liberales contra los franceses, Seward autorizó la participación de los buques de la armada norteamericana en Antón Lizardo para acabar con la persecución del indómito Miguel Miramón, y salvó a la República.
Díaz, Madero, los voraces alemanistas
Desgraciadamente, la figura de Juárez se vio empañada por los actos de egoísmo que tuvo el de Guelatao, al no reconocer la decidida aportación de Porfirio Díaz a la causa de la República y preferir la triste figura de Mariano Escobedo, a pesar del tamaño y el peso que tuvieron los ejércitos porfiristas de Oriente y del Sur en el triunfo juarista.
Juárez, presa de exabrupto, licenció al ejército republicano y desató hordas de asaltadores de caminos y bandas de cuatreros, ex militares que voltearon al país de cabeza. El gobierno de Juárez acabó en el descrédito y aunque ganó en 1871, sobre Lerdo y Díaz, no convenció. Murió meses después.
Resentido, Porfirio Díaz, el héroe del 5 de mayo, de La Carbonera, del 2 de abril y de la recuperación de la ciudad de México, juró acabar con todo, con el Imperio, con la historia de reelecciones de Juárez, con la República y erigirse en el poder omnímodo.
De igual modo, ocultar que Francisco I. Madero quiso abusar con los moches petroleros que su familia recibía de Henry Lane Wilson, sería tratar de desconocer la causa esencial del cuartelazo y el devenir de los primeros años de la Revolución.
No puede pasarse por alto la enorme corrupción desatada por el grupo Sonora al triunfo del movimiento social. Claro, nada, en comparación con el arrase a flor de tierra que llevó a cabo el grupo alemanista, sin necesidad de haber vencido en un episodio armado.
No puede taparse el sol con un dedo y negar la decisiva intervención del embajador Morrow ante el Vaticano y los sediciosos para solucionar de cuajo el conflicto cristero, dejando intacta la influencia de la Iglesia y la dignidad de la revolución triunfante.
No es posible negar los oficios del embajador Josephus Daniels, transmitiendo los consejos y las orientaciones de Franklin Delano Roosevelt para que El Tata pudiera “expropiar” el petróleo, sin modo ni manera de prever los malos manejos posteriores en materia energética.
Así como la inocultable simpatía de los regímenes revolucionarios con el nacionalsocialismo de Hitler. La venta de petróleo barato y oportuno al Führer, para facilitar el bombardeo a posiciones estratégicas de los Aliados, que llevó a éstos a la decisión de hundir dos buques petroleros y forzarnos por la vía diplomática a declarar la guerra al Eje.
El mito imborrable de la fiebre aftosa. Poner el “rifle sanitario” en manos de Nazario Ortiz Garza, Raúl Salinas Lozano y Carlos Abedrop, para destrozar el ganado mexicano de alto registro cebuíno y perpetuar los hatos gringos de ganado de menor calidad. Toda una masacre premonitoria.
Analizar la masacre del ‘68 como una ficha en el tablero geopolítico, adelantada por el régimen priísta para evitar ser defenestrado por Fulton Freeman, quien ofreció la presidencia, tras un golpe militar, a Marcelino García Barragán, es indispensable.
LEA, MMH, CSG, EZP entreguistas, se salva JLP
La participación decisiva de Luis Echeverría en el asesinato de Salvador Allende y en todas las ocurrencias anticomunistas de Nixon en América Latina, es un hecho innegable. Parece mentira, fue más sensato López Portillo al romper con el somocismo y protestar por la infiltración de la guerrilla derechista en la Contra nicaragüense.
Hacer cabeza latinoamericana de turco en la firma anticipada del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT), antecedente inmediato del Comando Norte, la Fuerza Interamericana de Paz y la famosa Iniciativa Mérida, son decisiones que soportamos cotidianamente.
La estancia permanente de fuerzas policíacas y militares estadounidenses en nuestro país, así como el establecimiento domiciliario de las mismas frente a nuestras narices, es fruto del engaño, es un resultado de los acuerdos tomados a espaldas de la población.
Plegarse a los deseos del “Tío Sam” para puentear el traslado de dominio del PRI al PAN y dar una imagen de América democrática, al gusto de los demócratas de Clinton, es de reconocimiento necesario.
El nefasto Zedillo, como miembro de la sociedad secreta de Huesos y Calaveras de Yale, fue apuntalado por Clinton para suceder a Colosio y propiciar la “transición”, o la transferencia si usted prefiere. A él benefició la sucesión de crímenes.
Índice Flamígero: Conocí al abuelo de Gabino Fraga Peña. Me llevo muy bien con su padre. De ellos no conocí nunca un acto de cobardía como el que le oí ayer al imputado de “lavar” dinero en el Banco Madrid, al acusar repetidas veces a Carmen Aristegui de montarle un numerito, cuando la conductora presentó evidencias irrefutables de su participación en el malhadado caso Monex. En su ausencia. En el espacio que le fue usurpado. ¡Qué cobardía!, repito. + + + Y El Poeta del Nopal apunta correctamente que Todos Somos Carmen: “Para aliviar mi conciencia, / desmesurada y ardiente, / con el carácter de urgente / quiero apelar la sentencia; / ¿quién soborna a la congruencia / y enarbola la censura? / ¿qué insólita desventura / nos prohíbe alzar la voz? / ¿qué clase de personaje / gobierna con tal usura?”