La rémora de un crédito
Francisco Rodríguez martes 17, Mar 2015Índice político
Francisco Rodríguez
Otra más para el anecdotario. Hasta ahora supimos el verdadero costo del famoso “préstamo” por 50 mil millones de dólares que la sociedad secreta Skulls & Bones (Huesos y Calaveras) de la Universidad de Yale le asestó al traidor Ernesto Zedillo.
Por boca de uno de los amanuenses de esa casta gabacha, nos enteramos que el salvamento dizque “de cuates” para la crisis del ‘95, a contrapelo de los congresistas republicanos, costó mucho más que dinero.
El esposo de Hillary, tan campante como Johnny Walker, en una plática dentro del auditorio de la Universidad del Valle de México, se atrevió a decir que “ellos”, los gringos, nos condicionaron ¡a hacerl trasiego del narco en esta tierra!
Cerraron las aduanas de puertos y aeropuertos “gabachos” para que los republicanos no se horrorizaran y se les voltearan. A cambio, ordenaron al gobierno convertir sus caminos rurales y federales en ruta de tránsito obligada para llevarles los opiáceos y todos sus derivados a la puerta de su hogar.
A partir de entonces, México dejó de ser un país de tránsito, como había sido desde que tenemos memoria. “Ellos” redujeron sus dosis, en la medida que detectaban que sus generaciones de relevo, eran recluidas, por “pasarse”, en resorts de rehabilitación.
Como “a confesión de parte, relevo de pruebas”, ahora ya tenemos a quienes señalar pública e internacionalmente, no sólo de convertirnos en libreas de sus berlinas del vicio, sino de habernos convertido en drogadictos.
Obvio, los “excedentes” de la producción nos los teníamos que inhalar nosotros, ante la amenaza de la baja de precio al consumo. Los cárteles vieron cómo, pero fomentaron todas las formas de adquisición. Ahora, ya estamos adentro. La lucha encarnizada por controlar el mercado, se escenifica en nuestra sala. Aquí se cultiva, cosecha, se elabora, trafica y se consume.
Clinton confiesa
Lo inédito de la declaración y el mea culpa de Clinton es el silencio sepulcral y los montones de tierra que los medios nacionales y extranjeros le descargaron. Ni el roce de un cabezal, un editorial, una nota curiosa, un comentario televisivo importante, nadie lo tocó. Ello, a pesar que la declaración venía precedida de la acusación de un centenar de analistas y activistas que se reunieron en Washington para responsabilizar a los demócratas y a Clinton del crecimiento del flujo de las drogas. Aquí lo dejamos pasar.
Como en el último siglo, no tuvimos la visión para afrontar y dirigir adecuadamente el problema del narco. Los capos yanquis manipulan el gran mercado global de la droga.
Republicanos y demócratas le vendieron al Felipe Calderón el “Plan Mérida”, una trampa para hacer de nuestro país una tumba clandestina donde no se sabe si el cadáver que yace es militar o civil, levantado o sicario, mercenario o guerrillero. La República no convocó a los interlocutores en esta negociación. Nunca supimos a cambio de qué se dio; no habíamos identificado las fórmulas legales útiles para desenredar los nudos.
Como en los peores momentos de nuestra historia, lo único que supimos fue la rendición que exigía el enemigo y lo que mandaba el patrón: que pase la frontera sólo la cantidad de polvo, hoja y flor que alcance para un consumo adecuado de las clases y los sectores pertinentes.
Ya no la inundación de los años recientes que llegó a reventar los cerebros de los hijos de sus clanes, de sus clases políticas y los arrinconó en la tesitura de postular candidatos viejitos, como John McCain, mientras los jóvenes dirigentes potenciales iban a los siquiátricos.
El imperio cuenta con la conciencia de clase que le otorga el archivo de sus aliados de Albión -de la Guerra del Opio-, a través de la cual quiso reventar a los cachorros del enorme y viejo mandarinato. Los sabios chinos del Mekong los pararon en seco.
Ellos regulan
Pero “¡como México no hay dos!”, nosotros embestimos con la testuz por delante, no somos toros marrajos, nos tragamos todo el capote de que la sibilina guerra panista contra el narco era “para que la droga no llegue a nuestros hijos”.
Una visión de Estado, certera como un balazo —dice el trovador sotaventino— sería frenar a los traficantes antes de emprender camino. Pero el cedazo no sirve, la pichancha está abocardada y no hay muralla que resista un fajo de billetes verdes.
Una vez localizados los interlocutores, vendría el problema de juzgar el manejo y los tamaños, la cuantía de la negociación. Todo se puede, sin que haya lastimados o se llegue al límite del error. Quien conoce los rebotes de un problema, los extremos de las puntas, decía el gran Clemenceau, tiene el 90% del problema resuelto.
Pero no. Somos muy machos. Nos gusta presumirle al patrón de la bandera de los huesos y las calaveras, quién es el que se muere en la raya.
Por ese camino se va a la locura. En el iter criminis se entra al túnel de la enajenación competitiva. ¿Por qué en vez de permitir o reglamentar adecuadamente el consumo y la venta, como en los países nórdicos, nosotros nos andamos matando, invocando a la patria con advocaciones que no entendemos?