Aldea global
Francisco Rodríguez lunes 16, Mar 2015Índice político
Francisco Rodríguez
A Carmen Aristegui, en solidaridad
El concepto aldea global fue acuñado por teóricos occidentales de la comunicación hace 50 años. El canadiense Herbert Marshall McLuhan hablaba de ella en 1965, en Fabricando al hombre tipográfico.
Luego vendría La galaxia de Gutenberg, y señaladamente, Guerra y paz en la aldea global en donde el canadiense explica cómo por medio de los impactos audiovisuales inmediatos de la radio, el cine y la televisión, El mono desnudo (Desmond Morris) había cambiado.
El ancho mundo, afirma McLuhan, se ha convertido para nosotros en una pequeña aldea global y las características de los medios audiovisuales vuelven a imponer en la sociedad comportamientos tribales. Si antes el hombre dominaba las comunicaciones por medio de la palabra escrita, no estaba preparado para asumir otras consecuencias que le transmitían el creer que los impactos audiovisuales eran tan directos, tan automáticos.
No podía metabolizar que el procesamiento digital de la comunicación audiovisual podía lograr que la información fuera parcial y resultara escogida entre una infinidad de contenidos, para causar un impacto determinado.
Radio, cine y televisión se convertían en los reales mensajeros de la sociedad moderna. Muy atrás se quedaban el libro y la prensa, los otros dos que integraban los “cinco sentidos de la persona humana”.
La aparición de estas concepciones revolucionó todos los contenidos de las ciencias sociales y de la política misma. Al mismo tiempo se oían los reclamos de mayo de ‘68 en Nanterre: “que el poder lo tome la imaginación”… “prohibido prohibir”.
Idea de McLuhan fue aplicada tramposamente
Del otro lado del charco, también. Los teóricos norteamericanos de la Universidad de Notre Dame hacían lo suyo elaborando la teoría económica neoliberal, asentada en la “globalizacion”, que acabaría arrasando lo que quedaba del continente progresista y del Estado benefactor.
La idea de McLuhan fue aplicada tramposamente a las ciencias políticas, aprovechando que el desarrollo y perfeccionamiento de los sistemas satelitales de comunicación eran el inicio de una revolución tecnológica.
Ella podía tener como objetivo eliminar las fronteras territoriales de las naciones para unificar el pensamiento humano en una conciencia planetaria común, acerca de la política, la filosofía y la cultura, decían los nuevos colonizadores.
Sin embargo, el planteamiento original sufrió serias modificaciones cuando fue sometido al riesgo de la alienación devoradora de las identidades culturales en los pueblos sometidos, con menor potencial tecnológico.
La posibilidad de aprovechar el desarrollo de los centros dominantes para liberar a los receptores en la periferia hacía identificar de manera maniquea el concepto de aldea global con el nefasto de globalización política y económica.
Globalizar la concepción del mundo a la medida de los centros dominantes se convirtió en una obsesión financiera y militar de mentalidades terroristas, en vez de superar el aldeanismo y el provincianismo mental.
En lugar de anexar indiscriminadamente territorios para propiciar el perverso saqueo de las reservas naturales, debían coadyuvar a lograr la unión estratégica de los pueblos. Sí, de globalización se trataba el asunto, planteado por los teóricos imperiales.
Nunca tuvo nada que ver la globalización de las comunicaciones con el apoyo de la fotografía, la reproducción y grabación del sonido, la prensa gráfica y el procesamiento digital de los avances satelitales a la nefanda teoría imperial de la globalización económica.
Una conciencia ética de la realidad que ofrece la globalización de las comunicaciones, ahora con el internet y las redes sociales, haría posible el aprovechamiento de las ventajas de la revolución tecnológica para ponerla al servicio de los grandes conglomerados.
La implementación de nuevos mecanismos culturales, más imaginativos, podría coadyuvar a detener y en cierta forma controlar la invasión mental, contrarrestar sus efectos en la capacidad crítica, irradiando mensajes liberadores.
Democratizar por vía mediática la comunicación de nuestras culturas no implica forzosamente degradarlas, sino compartirlas con otras de igual peso en el mapa geopolítico. Introducir una política cultural en las gigantescas redes de la comunicación. Irrupción de una nueva cultura digital en las redes sociales
Ya se ha dicho en todos los tonos: la medida de nuestra libertad de elección —hablo de nosotros, los colonizados— es escoger un mensaje del conjunto de emisiones disponibles, aunque muchos de ellos carezcan de significado inmediato.
Convertir al usuario en partícipe crítico del proceso de producción cultural, es apremiante. Igual que masificar este adiestramiento, hacer del acceso a la información cultural un auténtico derecho humano.
El ágora de los nuevos tiempos es la digitalización del mensaje ante los nuevos procedimientos para acceder a él, sin que ello signifique el genocidio de las identidades y de las diferencias.
Aunque las matrices de la cultura de masas quieren seguir siendo impuestas por los grupos de dominación económica a través de los mass media, hoy se dan de frentazos al lado de la irrupción de una cultura digital de las redes sociales.
Debe ser abonada por un esfuerzo estatal que añada el conocimiento histórico, pluri-étnico, pluri-lingüistico y pluri-cultural de las raíces ancestrales, para romper el círculo de dominación y vasallaje.
Mientras tanto, lo que inició como un ejercicio de teóricos en la universidad norteamericana de Notre Dame en los años cincuenta, acabó siendo una amenaza de dimensiones planetarias. El neoliberalismo global de la fiebre privatizadora triunfó.
Se consolidaron las diferencias abismales entre potencias industriales y países agrícolas, diseñando perfectamente zonas de influencia hegemónicas, términos desfavorables de intercambio comercial y una nueva división internacional del trabajo.
El rostro de la pobreza ha cubierto al 95 por ciento del mundo y todas las ilusiones de bienestar fracasaron, en el marco de un fenómeno de recesión más inflación que llegó para quedarse entre nosotros.
Las naciones que no se ajustaron a esos dictados, recibieron flujos financieros en seguros de desempleo, financiamientos colaterales al despido, mejores mecanismos de ahorro y capitalización y la posibilidad de reinsertar a los despedidos en nuevos modelos laborales.
La batalla por el fortalecimiento del mercado interno, es la única posible frente a la idea globalizadora del neoliberalismo. Hoy se encuentra amarrada a la de los medios digitales por hacer prevalecer su identidad frente a los manipuladores de los mensajes de mass media, a pesar del lamentable nivel de los tirajes de nuestros diarios de circulación nacional y de la nefasta programación de los medios electrónicos. El garlito neoliberal les funcionó a los presidentes —desde De la Madrid hasta Calderón— para rematar bienes de la nación.