Desapariciones forzadas y amapola negra
Francisco Rodríguez martes 10, Feb 2015Índice político
Francisco Rodríguez
A Mario Vázquez Raña. In Memoriam
Uno de los primeros casos de desaparición forzada conocido en el mundo fue el de Patricio Lumumba, el líder histórico del Congo. Los gringos necesitaban hacer espacio para que Guggenheim, Rockefeller y Morgan explotaran a sus anchas los minerales y recursos naturales del corazón africano. Les estorbaba y lo quitaron de en medio.
“Previsor”, el imperialismo no sólo aseguró el uranio para las bombas atómicas que se soltaron sobre Japón, también el barro del Congo, que produce la tantalita, el material que se encuentra en la base de las modernas industrias telefónicas, armamentistas, cibernéticas y aeroespaciales.
Actualmente, un kilo de coltán, el barro que resguarda la tantalita, vale 300 veces más que un barril de crudo Brent y sólo cuesta sangre para su extracción. El Congo tiene el 80 por ciento de las existencias mundiales.
Todos los actuales aparatos electrónicos que necesiten conducir una gran cantidad de energía están fabricados con tantalita. Celulares, satélites, cohetes, armas de destrucción masiva tienen también la característica de no ser reciclables, lo que vuelve a la tantalita irresistible.
Para coronar el secuestro y la tortura inenarrable de Lumumba —el estorbo— se usaron los oficios de Frank Carlucci, secretario de la Defensa de Ronald Reagan, quien después ordenó disolver sus despojos en ácido sulfúrico, para no dejar huella, con ayuda de Katanga, un asesino congoleño.
Cuando se registraron las torturas y desapariciones de Pinochet y Videla en el Cono Sur, la ONU y la OEA ya tenían las orejas afiladas y sólo actualizaron en la legislación internacional mandatos de garantías de seguridad e inviolabilidad que venían desde la Revolución francesa y las declaraciones de Ginebra.
Se hizo realidad el delito de desaparición forzada de personas, elevándolo a categoría de ilícito de lesa humanidad, cuando en su perpetración participaran elementos armados por el Estado. Se recomendó a los países miembros que legislaran al respecto. Nosotros, en México, nunca lo hicimos.
No obstante, sabíamos desde tiempos inmemoriales, sobre la proverbial tradición de los sicarios mexicanos de cumplir las órdenes sin dejar huella, costumbre que es fácilmente comprobable al escarbar dos metros casi en cualquier baldío. Somos pioneros en las tradiciones salvajes o inciviles. Sobre todo cuando lo que está en juego son negocios de miles de millones de dólares.
Queremos ser dueños absolutos de nuestros secretos, como si los demás fueran autistas y no supieran lo que hacemos, incluso desde antes de hacerlo.
Aunque sepamos en el fondo que la historia de nuestra violencia está irremisiblemente ligada a los bamboleos de las ambiciones norteamericanas y en ese juego siempre pagamos el pato.
Desgraciadamente, para el mutismo ingenuo, el mercado de la amapola negra es tan exclusivo, que sólo existe un puñado de proveedores en el planeta. Afganistán, lrán, Pakistán, Turquía y nosotros, que inundamos el mercado gringo por la excelente calidad.
De todos, sólo los perspicaces turcos tuvieron la visión y la valentía para utilizar los excedentes del opiáceo en liquidar su monstruosa deuda externa, utilizando a la OMS y sus conductos humanitarios. Nosotros fuimos obedientes. Desde los años cuarenta, Sinaloa y, en especial, Badiraguato, ya eran el centro internacional de producción de la famosa adormidera. Fuertes intereses norteamericanos gubernamentales y farmacéuticos financiaron la producción de amapola para producir heroína que calmaran los dolores de la guerra. Allí y en el triángulo dorado, que abarca Durango y Chihuahua.
Fueron conocidas las referencias internacionales acerca de que grandes productores de amapola en la región de Badiraguato durante la segunda guerra, fueron condecorados por Harry S. Truman al finalizar esta conflagración.
Incluso, fueron premiados con la concesión de varios hipódromos ubicados en las costas californianas y mantuvieron durante mucho tiempo el privilegio exclusivo de negociar los términos y condiciones de los convenios mexico-americanos de producción y comercio de enervantes.
Alguno de ellos, descendiente de italianos, ingresó al selecto club de negocios de los Big Masters, llegando con el tiempo a dirigir sus operaciones, consistentes en definir el rumbo de los mayores negocios del mundo.
Desde los campos de golf de Albany, donde residían muchos de ellos, se orientaban decisiones concernientes al tráfico de armas, autopartes, medicamentos, drogas, y un largo etcétera. Llegó a ser el grupo más poderoso en la década de los ochenta.
Rejuego de intereses del más alto nivel
Nosotros nunca tuvimos la chispa para generar algún beneficio de ello para el país, pues nuestros “diplomáticos” y negociadores internacionales andaban muy ocupados en los tiquismiquis caribeños. Pero la aparición de la famosa amapola negra en la calidad que se dio en la montaña guerrerense marcó un hito, un antes y un después en la historia del trasiego. Cerca del 98% del opio que México envía a EU se produce en esas tierras.
Algunos han llegado a calcular el negocio de la tierra caliente de Guerrero en cerca de 20 mil millones de dólares al año. En términos prácticos, más de la mitad de su producto interno bruto.
Son demasiados millones de dólares para no haber concentrado toda la atención, la ambición y la vesania de intereses extranacionales, que para eso se pintan solos. No hay necesidad de recordarlo, los hemos vivido desde que nacimos.
Es un negocio demasiado grande para ser exclusivo y secreto. Si desde siempre se ha sabido la participación de los órganos de inteligencia norteamericanos —la CIA, en especial, pero también la DEA— en el tráfico de drogas para canalizar utilidades como black budgets en guerrillas y golpes de Estado, ¡todo se explica!