Línea 12 y Estela de Luz, un cochinero
¬ Alejo Sánchez Cano lunes 9, Feb 2015Como veo, doy
Alejo Sánchez Cano
Sin ánimo de querer hacer enojar o poner de más mal humor al ex jefe de gobierno, Marcelo Ebrard, respecto al peor de los fracasos que en materia de obra pública exista en la capital de la República mexicana y el aludido dice no tener ninguna responsabilidad e incluso, más por el temor de ir a la cárcel o ver conculcados sus derechos políticos, ha solicitado medidas precautorias ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) para tener un debido proceso con motivo de la investigación que al respecto tiene abierto en la Cámara de Diputados sobre la construcción de la Línea 12 del Metro.
En su defensa, dice el señor Ebrard, que si acaso tiene alguna responsabilidad en el cochinero de la planeación y construcción de dicha obra es “haber confiado o creído en los técnicos”, o sea, los ingenieros mexicanos, y bravucón, como siempre lo han descrito sus cercanos, reta a las autoridades: “si hay alguna decisión que yo haya tomado y sea imputable de algún delito, pues que me lo prueben”.
En su alegato jurídico podrá decir que no firmó contratos; que él no supo de conflictos de interés del director del proyecto Metro; que tampoco supo de cambios de planes a mitad de camino; que nadie lo alertó de las adquisiciones mal habidas en cuanto especificaciones técnicas; que lo de los sobreprecios y estimaciones en dólares es una costumbre, etc., pues sí, lo cierto es que por los rumbos de Iztapalapa y Tláhuac hay una obra inservible y su construcción se pagó con dineros público que Ebrard administraba como titular del gobierno capitalino o entonces por qué tanta presunción de que era el mejor alcalde del mundo.
En fin, como nuestro papel no es encontrar culpables, porque eso toca a la autoridad del Ministerio Público, lo cierto es que en el proyecto de la Línea 12 del Metro hay todo un cochinero que más que ruta de transporte se percibe una larga ruta de impunidad, con características similares a la trazada en lo que coloquialmente la gente ha bautizado como monumento a la corrupción, aquella que en el marco de los festejos del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución se erigió sobre avenida Paseo de la Reforma, y que hoy la ciudadanía también la identifica como la “suavicrema” por su enorme parecido a una galleta.
Y sí, es la misma ruta, pues hay pruebas técnicas que en ambas obras, el monumento al Bicentenario y la L-12, se unieron ineptitud, inexperiencia y mucha corrupción, donde unos constructores la iniciaron y otros la concluyeron; primero se presupuestó una cantidad y al final se fijaron otras. Y lo peor de todo este cochinero es que esto ya está siendo costumbre, como una forma de borrar huellas en la ruta de los dineros públicos, de aquel que se desvía para fines ajenos a los destinados y en esto la numeralia no miente, en ambas hay una danza de cifras exorbitantes.
Por cierto, a lo expresado por MEC en el sentido de que si alguna responsabilidad tiene es “haber confiado en los técnicos” a quienes se les encargó la obra, éstos dicen en estos asuntos “no hay fallas de la ingeniería”, lo que si hay son “actos fallidos de los procesos” y éstos fueron provocados por quienes dizque dirigieron las obras, por quienes interpusieron sus caprichos a los proyectos originales, por quienes de manera inexperta o con fines políticos opinaron y desviaron o le dieron vuelta a las recomendaciones de los expertos, esa es la realidad en todo este cochinero de la también mal llamada “Línea Dorada”. ¿O no?
Qué tanta verdad o mentira hay en estas historias de la construcción de obra pública, tal vez nunca lo sepamos a ciencia cierta, pero de lo que no dudamos es que detrás de estas obras, que iniciaron mal y terminaron peor, falta mucho por escribirse en materia de corrupción, opacidad y transparencia.
VA MI RESTO.- En octubre pasado hicimos el siguiente comentario en torno al movimiento estudiantil del Instituto Politécnico Nacional (IPN) “un grupito de jóvenes identificados con los violentos siguen tomando decisiones por encima de una multitud de estudiantes que reclaman el regreso a las aulas”, luego en diciembre señalamos que “nos da gusto que en el IPN las cosas hayan llegado a buen puerto y que entre los dialogantes al final haya prevalecido la cordura, porque hoy en día ninguna institución pública merece cerrar sus puertas a la preparación de nuestros jóvenes…”.
Pues lamentablemente, duele decirlo, pero de entonces a la fecha, las cosas al interior del IPN no han cambiado mucho, hoy vemos con tristeza que detrás del movimiento -que tuvo su origen en el reclamo estudiantil- hay otros intereses, hay muchas manos que mecen la cuna y algunas son más visibles que otras, donde la intransigencia parece ser la línea a seguir como directriz de mando entre la dirigencia estudiantil.
Del movimiento se dicen muchas cosas, como el de que “activistas e infiltrados políticos se han apoderado del movimiento” o que desde dentro del IPN “se quiere acabar con el instituto para privatizarlo”, y así, nada claro, pura verborrea que confunde, pero en todo este asunto lo más lamentable de todo es que los jóvenes son utilizados como carne de cañón y la verdad es que en este conflicto de intereses los únicos perjudicados son ellos, los que estudian y se preparan para hacer frente a su futuro.
Entonces, a los interesados en desestabilizar la vida académica del IPN, les lanzamos un ¡Ya basta!, si a ustedes nos les interesa el poli, dejen que sean los muchachos quienes mantengan y sigan cultivando el prestigio de dicha institución. Háganlo por ellos.