Homenajes en vida
Francisco Rodríguez lunes 2, Feb 2015Índice político
Francisco Rodríguez
En México, los cadáveres ilustres, de civiles y políticos, nunca han concitado emociones populares desbordantes. Nada en comparación con figuras de otros países, como Gandhi, Kim Il Sung, Mao, Getulio Vargas, Eva Perón, quienes a su deceso causaron gran conmoción colectiva.
Como que aquí somos más prácticos, y seguimos al pie de la letra las consejas: “el muerto al hoyo y el vivo al pollo”, lo mismo que “a otra cosa, mariposa”. Así somos, ¿para qué buscarle chiches a las culebras? No forma parte de nuestras costumbres.
Es diferente cuando se observan homenajes como el que rindió Francia a la memoria de Jean Moulin, salvajemente torturado y asesinado por la Gestapo en Lyon, sin haber podido arrancarle siquiera un balbuceo de delación.
El discurso del célebre ministro de Cultura, André Malraux al pie de la lámpara votiva de la tumba erigida en memoria del Soldado Desconocido —bajo el Arco del Triunfo de la Plaza de la Estrella, en el corazón de París— se ha convertido en patrimonio nacional y, acaso, mundial.
Yo creo que tal fue un poco para diluir la memoria francesa reciente de unos meses atrás, cuando el cadáver de la cantante belga Edith Piaff había congregado en los Campos Elíseos a un millón de personas… ¡más que los asistentes a la entrada triunfal de Charles de Gaulle, después de la derrota nazi. ¡No podía permitirse!
En algún período de nuestra historia rezumamos elegancia para con los despojos de enemigos políticos. Don Porfirio gustaba de enterrar sus cadáveres en el exclusivo panteón de San Fernando, con la pala y el pico del suegro, Manuel Romero Rubio, y las insuperables oraciones fúnebres de Francisco Bulnes.
Ni cuando murió Benito Juárez, en pleno ejercicio presidencial, el héroe civil por excelencia, mereció más que el acompañamiento de un montón de acarreados y las proverbiales palabras del severo oficiante José María Iglesias, orador fúnebre oficial. Y vuelta a la hoja.
Ambiciones desatadas y hasta el siempre fiel Sebastián Lerdo de Tejada, el “soltero celeste”, corrió raudo a buscar la mano de “doña Leonor”, ya sin ningún recato. Asumió el interinato, para ser después derrotado ominosamente por Porfirio Díaz.
La memoria de don Sebastián y su benéfica lealtad al indio de Guelatao, ha estirado para dar protección a una cauda de generaciones de descendientes, directos y oblicuos, ¿no cree usted?
La mexicana adoración a la muerte
Ningún despojo humano ha sido venerado con el homenaje y el luto nacional. A fuerza de desengaños históricos, los mexicanos nos hemos vuelto cautelosos, sobrios, y echamos mano de nuestras grandes tradiciones que, paradójicamente, honran más a la muerte que a la vida.
Será que, como decía el poeta José Gorostiza, la de los mexicanos es una muerte sin fin que nunca se reconcilia con el prójimo, ni con su destino. La muerte nunca nos abandona. Siempre está en nuestra sala o ante nuestra mesa.
Se disfraza de cacique o gerifalte atrabiliario; poderoso coyote; señor de horca y cuchillo; confesor religioso; mercachifle taimado, arrastrado o mendaz. Sea como sicario, traidor o desvergonzado.
Constantemente agasajamos a la muerte en la explosiva festividad de Todos Santos, en los panteones entre flores de cempasúchil, sahumerios de eróticos olores y altares de tepejilote. La muerte es más nuestra que la vida.
Siempre platicamos con ella, cuando le pedimos a las “ánimas que no amanezca, porque estoy como quería”, agarrando la jarra con mezcal, sotol, xtabentum, marranilla, bacanora o tequila, toda nuestra apretada vida.
Nunca deja de acompañarnos, ni en los momentos miserables cuando empeñamos hasta los retratos de la familia, con objeto de comprar el cajón y la fosa para enterrar a nuestros seres queridos en su última estancia. Le pedimos a “Xantolo”, a “La Catrina”, a “La Huesuda” y a “La Calaca” que acompañen a nuestros difuntos.
El oportunismo político ante la muerte
En colectivo, nos conmueven más las muertes humanas causadas por la corrupción y la negligencia de nuestros “próceres”. Tenemos sobrados ejemplos de monumental impunidad que nos concitan: San Juanico, el terremoto del 85…Hermosillo, Iguala, General Cepeda, San Fernando y demás cementerios en que se ha convertido el país, pesan más en el ánimo nacional que personajes que sólo andan atrás de nuestros centavos.
Siempre desconfiamos de los héroes civiles, que por lo general resultan espantajos fabricados artificialmente para distraer el seguimiento del colectivo sobre asuntos que nos atañen singularmente.
De los héroes políticos, ni hablar. La desconfianza se remonta al callo duro del hipotálamo y al escozor causado por una procesión de gente que se ha llevado hasta nuestros recuerdos y que han levantado el santo y las limosnas.
Y es que nuestros “políticos “ son oportunistas. Aprovechan el momento del dolor ajeno para rendir aparentes homenajes a cuerpos presentes que convocan sólo para justificar derrotas, para evadir culpas o para hacer llamados falsos a la unidad.
No hace mucho se expresó en público la irritación de una poderosa familia panista contra una dama de su linaje, esposa de señalado personaje recién electo y caído en desgracia de salud, que aprovechó sus despojos para pasearlo lastimosamente en prenda de su pensión y los beneficios que reportara su memoria. Así se hizo. Lastimoso. “La lana es la lana”, contestó la afectada.
Y hace apenas unos días se aprovecha un acto de este jaez, en honra de Manuel Camacho Solís, para que el impresentable Marcelito Ebrard se rasgue las vestiduras y diga que lo quieren castigar políticamente, cuando su único delito en el desmadre de la “línea dorada” fue “confiar en la ingeniería mexicana” (¡gulp!).
A los mexicanos no nos gustan las lágrimas de cocodrilo. Respetamos el dolor callado. Criticamos el que se expresa en público porque maliciamos que existe algún interés en exhibirlo.
Máxime cuando todos sabemos qué hay detrás del peculado y la malversación de fondos públicos en el desastre de la Línea 12 del Metro de la ciudad de México.
Ebrard, vuela en círculos sobre Manuel Camacho
Insatisfecho con haber gozado de una vida muelle a las costillas del benefactor al que se homenajea; malagradecido con todos los favores y el dinero que extrajo a la nación, gracias al cobijo y la protección de su único padrino, ahora el “Chelito” irrumpe en el acto en honor de su patrón, el único “dedo” salvífico de toda su vida, para encubrir sus triquiñuelas.
Ese protector no merece tal pelele. Aprovecha la menguada presencia del padrino en un acto del partido amarillo, para reclamar la protección de los perredistas, cuando tiene tiempo que anda buscando otros caminos más seguros, que también se le han cerrado. Por algo será.
A nadie en su sano juicio le conviene cargar con el fiambre de Ebrard tres meses antes de la elección intermedia de diputados federales. Máxime cuando todos sabemos que el desastre que estuvo a punto de causar una tragedia colectiva, se debió a un desaguisado pasional.
Contratos apresurados y apremiantes para beneficiar a un actor cubano de telenovelas, convertido de la noche a la mañana, inexplicablemente, en productor de películas caras, vanas y ridículas en Hollywood.
Contratos y convenios transexenales para beneficiar a un mequetrefe “condenado” por obra y gracia de Ebrard a embolsarse cientos de millones de dólares, de aquí hasta el 2028, cuando acabe el período de las concesiones.
Renta apresurada de vagones incompatibles con las vías tendidas a Tláhuac, a las que finalmente dejó inservibles por su falta de acoplamiento, que requerían de tracción neumática, como en todas las líneas del Metro, que funcionan desde hace 46 años.
Pero “Chelito” es insaciable. No tarda en aparecer detrás de, primero un fideicomiso, después una fundación, en honor de su protector. Cualquier negocio se le hace chico para continuar siendo el único beneficiario de su memoria. Aunque la destruya antes de tiempo.
¡Vaya zopilote! Y de malas mañas.
¡Con razón los mexicanos desconfiamos de los homenajes en vida!