Control de confianza
Francisco Rodríguez viernes 30, Ene 2015Índice político
Francisco Rodríguez
Para cualquier interesado en cuestiones de seguridad es moneda de curso ordinario saber que los exámenes de “control de confianza”, como cedazo de ingreso a cualquier cargo de gobierno o empresa, no sólo están desprestigiados, también son inservibles.
Esos deleznables actos están desechados por gobiernos democráticos, que los han calificado como tramposos, criminalizantes y atentatorios a la dignidad humana. Son inservibles, porque no aportan ningún elemento de valor.
Desde el período de la guerra fría, los aparatos triunfantes de asedio y contraespionaje de las potencias occidentales —CIA, KGB, Mossad, Stasi, etc.— tuvieron que reemplazarlos por instrumentos efectivos que traslucían los intereses y motivaciones de sus aprendices de guardianes y, obvio, de sus observados.
Tiene muchos años que el polígrafo, como prueba madre, pasó a mejor vida. Desde que se descubrió que era un aparato sumamente cándido para descubrir las verdaderas personalidades de los postulantes. Desde que salió a la luz la cauda de negocios e iniquidades que permitía.
Cuando el Estado abandonó responsabilidades esenciales de control y las dejó en manos de los empresarios de la seguridad privada, muchos de ellos se dieron a la tarea de obtener a bajo costo estos aparatos obsoletos y socialmente peligrosos. A través de una efectiva propaganda, los “expertos en seguridad” convencieron a los dirigentes gubernamentales y empresariales la necesidad de su utilización, para “depurar” sus equipos en la toma de decisiones.
Como siempre, aparecieron los “vivos” y monopolizaron el control de miles de exámenes aplicados a sus ejércitos de peticionarios de empleo, previa jugosa “comisión “, y éste es el resultado. Aspirantes a policías, políticos, administradores y meseros, todos son medidos con el mismo rasero.
A partir de la demencial “ley patriótica “ del descerebrado George Bush junior, los aparatos de inteligencia gringos —que repetían a diestra y siniestra las alharacas de éste, que no sólo se fabricó el atentado contra las Torres Gemelas, sino aterrorizó al mundo—, repartieron como agua de mayo esta “medicina” contra la teoría de la conspiración.
Se autorizaron todas las villanías de que era capaz el capitalismo. No hubo un solo rincón de la dignidad humana que no fuera violado. Los aparatos de control de confianza pasados de moda, incluidos los polígrafos, se hicieron indispensables entre los lambiscones de países bananeros.
Criminalizan a quienes aspiran una chamba.
Por ello, saca de quicio el uso demencial que se da en México al polígrafo, planteándolo como el eficaz sustituto de políticas de recursos humanos, de por sí superficiales y poco efectivas. Desaparecieron de un plumazo a los profesionales, sustituyéndolos por aparatos vintage.
Criminalizan ciudadanos, que una vez que son “reprobados” por los estultos manejadores del polígrafo se las ven “negras” para ser aceptados en otro trabajo —pues ya vienen marcados, estigmatizados—, por una obsesión estúpida que beneficia sólo al empleado de rango que obtuvo la “comisión”.
El campo de oportunidades, entonces, queda despejado para que lo ocupen, con una prueba light, los valedores sentimentales y familiares de los dirigentes. ¿Quién alega, con base en qué argumentos, pues los borradores de los “exámenes “no estarán jamás a la vista, ni serán objeto de impugnación alguna? Quienes manejan el negocio, juegan a apostar al error, cualquiera que éste sea. Hay de aquél que lo cometa, sin haber pasado por el polígrafo para obtener su puesto, pues justificará for ever and ever todos sus dislates.
En nuestros días el costosísimo aparato de la famosa Gendarmería ya produjo una primera generación de “iluminados” de polígrafo, que se la pasan en los comedores y recámaras de lujosos hoteles ubicados en zonas de conflicto.
Cientos de esforzados jefes de la Gendarmería se la viven plácidamente, tomando café todo el día, luciendo elegantes ternos repletos de insignias pulcramente lavados y planchados en las tintorerías cinco estrellas de los inmuebles de descanso, recibiendo los aplausos gubernamentales.
Anuncio a candidatos: oportunidad desperdiciada
Se desperdicia el poco capital político que se tiene, cuando se somete a los suspirantes a una tortura de Tántalo que no tiene justificación. Los agraciados son los últimos que se enteran de las buenas nuevas, igual que sus contrincantes.
Debería haber un poco de más astucia, decoro y protocolo que les permitiera saber el grado de complicidad que un político debe lograr con su ungido, antes de la decisión, porque al momento de darse esta última, se desvanece el agradecimiento y los lazos de lealtad que pudieran tener los elegidos con sus favorecedores. La única explicación posible para que estén tratando con esta displicencia a sus mejores cuadros a los gobiernos de los estados puede hallarse también en las escasas ganas que tienen de permanecer en el poder. Les quedó grande la yegua, decimos en el rancho.