Disciplina y democracia
Francisco Rodríguez martes 13, Ene 2015Índice político
Francisco Rodríguez
¿Sabe usted cuál es, en realidad, el mayor problema que enfrenta México? La respuesta se resume a dos palabras: los políticos. Hoy se ve cuando la llamada clase política pone en evidencia a ciudadanos que, dice, no han cumplido con sus obligaciones fiscales.
¿Cuándo veremos, en cambio, una relación en la que aparezcan los políticos y funcionarios gubernamentales corruptos?
Es un problema que arrastramos desde hace siglos, desde Hernán Cortés, cuando menos, pero que ahora está alcanzando niveles de tragedia. Tenemos la desgracia de que, dentro de la política —donde también hay gente honrada y bienintencionada— se hayan impuesto y tomado el poder los peores especímenes de la sociedad.
Algunos políticos que llevan décadas dando mal ejemplo a los ciudadanos, trastocando la escala de valores, apelando a lo peor de la sociedad para acumular poder.
Compran votos y escamotean comicios, —como sucedió en 1988 y el 2006—, buscan los recovecos de la legislación para colocar su grosera efigie en cuanto cartel publicitario esté disponible, ocultan sus riquezas mal habidas bajo la figura de “donativos”…
Lejos están de recuperar el viejo sentido de la política, que se entendía como un servicio generoso a la sociedad. Los partidos han elegido el mal camino: se sirven a ellos mismos, odian al adversario, sólo acumulan poder y lo hacen por cualquier medio, cobrando comisiones, invadiendo hasta los últimos resquicios de la sociedad civil, marginando a los ciudadanos, elevando el odio, la trifulca y el insulto a la categoría de emblemas del quehacer político.
Exhiben a los ciudadanos —algunos, como Miguel Ángel Yunes, más que merecidamente— pero cualquiera se pregunta ¿qué han hecho los partidos políticos por acabar con la corrupción en sus filas?
Los comités disciplinarios no funcionan, pero sí ha funcionado la política de reclutar a los tránsfugas de otros partidos para ganar alcaldías, diputaciones, senadurías.
La corrupción en nuestro país no es un asunto de alcaldes, diputados, senadores, gobernadores o presidentes. Es sistémica.
Es enorme el deterioro que ha acumulado nuestra democracia en apenas un cuarto de siglo. De Salinas a la fecha. Parece un régimen viejo y agotado, cuando dicen en los discursos que es una de las democracias más jóvenes del mundo.
Al ganar Fox la Presidencia, recibió a los políticos demócratas con una ilusión desmedida e imprudentemente, les abrió todas las puertas.
Los panistas aprovecharon la ocasión para acaparar poder y para penetrar por todas partes, incluso donde les estaba prohibido, en los recintos sagrados de la sociedad civil, en los medios de comunicación, sindicatos, bancos, empresas, asociaciones, fundaciones, clubes, religiones, cofradías, etc. Lo dominaron todo y son insaciables.
Hicieron exactamente lo que en siete décadas hicieron los tricolores —y en los ámbitos locales lo que han hecho los perredistas— y ni siquiera han respetado el inalienable derecho ciudadano a elegir en democracia.
Han creado unas listas cerradas y bloqueadas, las de los plurinominales y el mal chiste de la primera minoría, gracias a las cuales son las élites de los partidos las que hacen esas listas y eligen, dejando al ciudadano la triste misión de aceptarlas o rechazarlas.
Los políticos mexicanos han mandado al olvido los valores heredados del pasado, desde el esfuerzo a la honradez, pasando por el respeto y la lealtad, y están haciendo de México un lugar escasamente confortable y poco recomendable para criar hijos. Sólo hay que mirarlos para descubrir que todo lo que digo es cierto.
Verlos cómo destilan odio al adversario cuando hablan. Si les miras (y no tienes otro remedio, porque son los reyes del noticiero de televisión), les verás odiarse entre ellos, insultarse y ponerse zancadillas, olvidando que su primer deber es la búsqueda de la justicia social, que enarbolan los del partido tricolor, o el bien común, que dicen perseguir los blanquiazules.
Los políticos son el peor ejemplo imaginable para nuestros niños y jóvenes, y si los analizas con frialdad y detalles, ningún mexicano decente los invitaría a comer en su casa, o les presentaría a su esposa e hijos.