Patología política
Francisco Rodríguez lunes 5, Ene 2015Índice político
Francisco Rodríguez
Las enfermedades físicas y mentales de los políticos son causa de malos gobiernos. Las consecuencias que tienen en el desempeño y la calidad de la toma de decisiones son más importantes de lo que muchas veces se cree.
En su afamado libro En el poder y en la enfermedad. Enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años, el británico David Owen —médico y político— considera que los males físicos, pero sobre todo los mentales, no sólo afectan la valoración que pueda tener la opinión pública sobre un periodo específico, sino a la aprobación o no de la democracia representativa misma.
Lo peor, empero, es el secretismo en torno a esos padecimientos. La información oportuna sobre sus afectaciones podría incluso cambiar el curso de los acontecimientos, y a diferencia de lo que los políticos temían, el cambio habría sido positivo.
Owen pone como ejemplo el caso de aquel sha de Irán, Reza Pahlevi —quien, derrocado y exiliado—, se agravó en Cuernavaca. El secreto mejor guardado era precisamente la leucemia linfocítica que aquejaba al líder autoritario. Era tal el misterio que rodeaba la fatal enfermedad, que al principio sólo ocho personas conocían su existencia, incluyendo tres médicos franceses, al propio sha y a su esposa. Incluso, el tratamiento prescrito se colocaba en cajas con nombres de otro medicamento más inocuo.
En la primera parte de su obra, David Owen analiza las enfermedades que aquejaron a alrededor de 30 políticos durante sus administraciones, en un periodo que consta de 1901 a 2007, desde el asma y la diarrea crónica de Theodore Roosevelt, hasta la hemorragia cerebral del primer ministro israelí, Ariel Sharon, que le impidió continuar con su mandato, pasando por las depresiones de Winston Churchill y de Willy Brandt, el trastorno bipolar de Lyndon Johnson y el temperamento paranoide y el alcoholismo de Richard Nixon.
Resalta el caso del presidente Woodrow Wilson, quien, debido a una trombosis progresiva en el hemisferio derecho desarrolló síndrome de inatención, que lo llevó a perder sensibilidad de un lado entero de su cuerpo. Su conciencia también se vio disminuida. Durante los siete meses que duró su crisis, su esposa Edith tomó su lugar y empezó a ocuparse de los asuntos presidenciales de su marido. Curiosamente, mientras Edith Wilson se convertía en “la primera presidenta de Estados Unidos” como muchos la llamarían posteriormente, en Francia la esposa del vicepresidente Paul Deschanel tomaba decisiones y firmaba documentos en sustitución de su marido, debido a la demencia frontotemporal que éste padecía y que lo obligaba a actuar de manera desinhibida, hasta que no tuvo más opción que presentar su dimisión. La intervención de las esposas de los políticos en los asuntos gubernamentales no se hizo pública, sino hasta años después.
La migraña de Adolfo López Mateos y el problema de columna vertebral de Vicente Fox fueron tema de cotilleo político en nuestro país. No obstante, el peor de los males del que han sido víctimas muchos de nuestros últimos dirigentes ha sido el del Síndrome de Hibrys que Owen desarrolló en su texto y a partir del cual se han escrito decenas de ensayos más.
Para Owen, el Síndrome de Hybris posee una trayectoria que inicia con la obtención del reconocimiento, debido a un logro inesperado. Este éxito lo lleva a pensar que puede lograrlo todo, lo cual lleva al político a desconfiar de las opiniones de los demás y a cometer errores. Al final, sus imprudencias lo llevan a enfrentar a su némesis, con lo que vuelven a la condición previa a la hybris.
Entre los síntomas más interesantes que plantea el autor se encuentran la preocupación desmedida por la imagen; la identificación de los intereses del líder con los del Estado, hasta considerarlos exactamente los mismos; una confianza excesiva en las propias capacidades y desprecio de las opiniones de los demás y, finalmente, la creencia de ser responsables solo ante la historia o Dios, y que en ese tribunal se le absolverá.
Nuestros últimos dirigentes políticos —sobran pruebas y evidencias— han padecido el hybris. Son todopoderosos. Ni nos ven ni nos oyen. A capricho, hacen su santa voluntad. Están enfermos, sí. Pero por desgracia, más enferma está nuestra sociedad que los endiosa, ¿no cree usted?