Destrucción y protesta
Roberto Vizcaíno martes 23, Dic 2014Tras la puerta del poder
Roberto Vizcaíno
- No faltan grupos, sectores sociales que ven en los vándalos expresiones que reivindican sus propios sentimientos y exigencias
- Bajo el lema de soy estudiante y reclamo lo de Ayotzinapa, se puede hacer cualquier cosa
- Su agenda no es de ninguna manera la de los familiares de los estudiantes desaparecidos
En las pasadas semanas, desde el levantón y asesinato de los 43 normalistas de Ayotzinapa, el país pasó del estupor a la indignación, el reclamo social masivo y el horror personal, para llegar hoy al secuestro de la rabia de los familiares de las víctimas por parte de los profesionales de la destrucción y el caos.
Montados sobre las justas y muy comprensibles exigencias y dolor de los padres y familiares de los 43 normalistas sacrificados por una fracción del cártel Guerreros Unidos, los anarquistas de aquí y allá, junto a los maestros de la CNTE guerrerense bajo quienes se esconden entre otros los del EPR, se dedican a sembrar la violencia, la destrucción y el caos.
Su agenda no es de ninguna manera la de los familiares de los estudiantes desaparecidos. Ni la del reclamo de justicia. Ni la del combate a la impunidad. No es tampoco por la mejora de las condiciones de la Normal Raúl Isidro Burgos de la que eran alumnos los 43 normalistas muertos.
No, nada de eso forma parte de su agenda… todo eso son sus pretextos para atacar, destruir y robar cobardemente en establecimientos comerciales, oficinas de partidos, edificios legislativos, centros de gobierno, monumentos históricos, aeropuertos, casetas de peaje y para obstruir carreteras e intentar meter a México en una escalada sin regreso.
Sabedores de que ningún funcionario o gobernante va a dar en estos momentos ninguna orden para contenerlos, fijan objetivos y se lanzan contra todo lo que signifique “sistema” o “estado institucional”, en medio de la mayor impunidad.
Así, las protestas y manifestaciones iniciales, que se multiplicaron dentro y fuera de México, pronto dieron paso a las escenas de violencia y fuego.
Hoy no faltan quienes crean y aleguen que este vandalismo es propiciado desde el mismo gobierno para desvirtuar la protesta social surgida como consecuencia de la indignación por los 43 estudiantes sacrificados.
Es lo que el extraordinario caricaturista Abel Quezada calificaba como el peor de los mundos posibles donde todo es culpa del gobierno, del mandatario en turno, quienes no merecen ninguna concesión.
En momentos como éste, no faltan grupos, sectores sociales que ven en los vándalos expresiones que reivindican sus propios sentimientos y exigencias.
Es a ellos, a estos ciudadanos de buena fe, a quienes se dirigen los llamados a no dejarse arrastrar por el caos y la violencia.
Los otros, los anarquistas y los de la CNTE (o como quiera que se autodenominen en Guerrero los de la coordinadora del magisterio, pero que en el fondo son lo mismo en todos lados), no saben de llamados sino de consignas.
En este contexto sobresale sin duda el análisis de periodistas que, como Carlos Ramírez, recuperan acontecimientos e historia de otros países para contextualizar lo que ocurre en el nuestro.
Su texto de ayer es extraordinario en este esfuerzo.
Ramírez entra con el rescate del momento en que se da “el golpe de Estado de los militares contra el gobierno peronista de María Estela Martínez, Isabelita (cuando) una de las revistas de la ultraderecha le dedicó su portada a una orden política que desató la violencia: “rompan todo”.
Y lo rescata para advertir que las consecuencias de la crisis de Ayotzinapa “ha entrado en la zona de la destrucción sin razones políticas”.
De entrada, indica:
“Los normalistas se niegan a exigirle cuentas al PRD que impuso a Ángel Aguirre y al alcalde José Luis Abarca y se había comprometido a entregarle la candidatura a su esposa”. El columnista precisa que los violentos que se han apoderado de la inconformidad producida por el caso Iguala, no sólo crean caos y destrucción, sino una irracionalidad estúpida.
Pero Ramírez aclara que si eso fuese cierto, “los normalistas habrían visto cerrar sus normales, el Estado ya no le daría capacitación y educación gratuita a los mexicanos y millones de estudiantes se quedarían a merced de la educación privada”.
Lo otro, es que todos reclaman reiteradamente sin otras demandas, que sus compañeros aparezcan vivos, cuando todos ellos han sido informados que ya están muertos.
Adicionalmente, quienes “paradójicamente cantan la muerte del Estado o piden la liquidación del Estado, son los que dependen de los recursos y programas del Estado”.
No sé por qué este punto me recuerda a mi ex amigo Pereyra.
Ramírez eleva el nivel al indicar que es evidente que “los normalistas de Ayotzinapa han sido incapaces de analizar sistémicamente la crisis estallada en Iguala, (simplemente) porque su nivel de estudios no llega a esos niveles de preparación teórica. Por eso, sus formas de participación política se miden por el grado de violencia y destrucción. Lo grave de todo es que esa mentalidad fascistoide, estalinista y violenta es la que luego se usa para educar a los niños”.
En su análisis, con el cual coincido plenamente, Carlos Ramírez concluye que “los normalistas (al menos los de Ayotzinapa) carecen de ideas, de agenda y de pliego petitorio.
“Los líderes saben que sus compañeros fueron asesinados por un grupo criminal y la policía municipal de Iguala pero se niegan a exigirle responsabilidades al PRD que impuso al gobernador Aguirre y al alcalde Abarca y a su esposa.
Tramposamente, los normalistas quieren quemar al PRI que no gobierna Guerrero y no se atreven a exigirle cuentas al PRD.
“En este sentido, la lucha de los normalistas es por la violencia por sí misma que no es otra que la violencia fascistoide, destructiva, la violencia por la violencia.
Quieren dañar al país, pero paradójicamente viven de la política educativa del Estado. La bandera de los 43 normalistas desparecidos vía la policía perredista de Iguala es un mero pretexto para sus movilizaciones.
“En las casetas de autopistas los que dejan el paso libre son jóvenes lumpen, violentos, drogados, unos diez paralizan el paso y exigen una cuota. La policía sólo mira a unos metros porque si interviene la acusan de represora. Son vándalos subidos al camión de Ayotzinapa, pero sin que los normalistas deslinden responsabilidades.
“Violentos, sin agenda, sin pliego petitorio, exigiendo que aparezcan vivos los que ya están muertos, los miembros del movimiento de Ayotzinapa se encaminan hacia el choque final con la policía. Y como en Oaxaca 2006, cambiarán pronto el grito de “revolución” por el de “presos políticos, libertad”, y añadirán otra derrota a los movimientos sociales. Y el PRD ya se olvidó de los muertos de su alcalde en Iguala y se dispone a seguir en el poder y sus privilegios”, finaliza.
En este contexto no hay quizá nada que agregar. En eso están ellos, y en eso vamos nosotros.