A grandes males…
¬ Augusto Corro miércoles 10, Dic 2014Punto por punto
Augusto Corro
Lo repetimos: a grandes males, grandes remedios.
Me refiero a las reformas legales en materia de seguridad para desaparecer las policías municipales y su sustitución por cuerpos estatales.
Esa iniciativa del presidente Enrique Peña Nieto ya se encuentra en el Congreso para someterla a discusión y posible aprobación.
La autoridad federal plantea la necesidad de contar con leyes nuevas para combatir la infiltración de la delincuencia organizada en las policías.
Es decir, llegar a la base del problema delincuencial en los municipios. Lo anterior se deriva de la tragedia registrada en Iguala, en la que uniformados y narcos desaparecieron a 43 normalistas de Ayotzinapa.
Se trató de la gota que derramó el vaso. Si ya se tenían antecedentes de la asociación delictuosa entre policías y sicarios, la tragedia de Iguala lo confirmó. Son innumerables los hechos cruentos registrados en los municipios en los que participan representantes del orden y sicarios. En esas condiciones, la sociedad no tiene el camino seguro para exigir justicia, si los propios encargados de brindarla trabajan para el bando contrario.
En Iguala se evidenció el maridaje entre policías locales y criminales, que unidos cometieron la atrocidad de detener a los normalistas, incinerarlos y arrojar sus cenizas al río.
Ese hecho llevó a las autoridades a promover leyes que terminen de una vez por todas con esas policías municipales que cobran en la nómina oficial y en las oficinas de la narcodelincuencia.
NECESARIO, EL ORDEN
Claro que es necesario poner orden en los cuerpos de seguridad. Contar con una policía confiable que nos permita vivir con seguridad, lejos del narcoterrorismo y la impunidad. De ahí, la necesidad de meterle mano al problema de los policías municipales, que en su gran mayoría, salvo casos excepcionales, milita en las filas de la corrupción.
Desde tiempos lejanos, los policías municipales son los representantes de la ley peor preparados, mal pagados y sin una idea real de su trabajo y responsabilidades.
Los uniformados, antes del florecimiento del narco, se dedicaban a asaltar borrachos. Llevar a la cárcel a los rijosos y dedicarse a la dolce vita.
Llegaron los cárteles de la droga y ocuparon la mano de obra de los uniformados: barata y dispuesta a lo que fuera. Estos empezaron a desempeñar chambas de espías.
Por ejemplo, avisaban a sus “socios” sobre los lugares y horas de los operativos. Colaboraban en los secuestros, o detenían a las personas para entregárselas a los sicarios.
Las policías municipales, como en Iguala, obedecían a su jefe y al alcalde. Con la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, las autoridades realizaron su búsqueda en Iguala y sus alrededores.
En decenas de tumbas clandestinas fueron encontrados restos humanos. ¿Qué saben los policías municipales de esa cantidad de osamentas? ¿Cuál fue la participación de los representantes de la ley para hacer de Iguala un infierno?
SIN RODEOS
Ante las circunstancia de la espiral de violencia que nos agobia, se presenta la urgencia de reformar la ley para atacar a fondo la problemática de la criminalidad. Cerrarle el paso a la delincuencia organizada.
Una de las medidas para iniciar esa lucha, se encuentra en la desaparición de las policías municipales. Todo mundo sabe que urge hacerlo, menos algunos legisladores panistas o perredistas.
Esos congresistas se ven muy mal ante la opinión pública, porque para ellos lo importante es protestar para mejorar su imagen política, luego del descrédito en que cayeron. El PRD y el PAN apoyaron la candidatura del amarillo Ángel Aguirre Rivero a la gubernatura de Guerrero. ¿Pero qué es realmente lo que buscan los diputados que no ven con buenos ojos la iniciativa del gobierno federal?
Pues el negocio del presidente municipal y sus uniformados. Las partidas económicas de los presupuestos para mantener a los cuerpos policiacos. ¿Qué otra cosa podría ser el obstáculo?
Es más, sólo debía existir una sola policía controlada a nivel federal, para que la fuerza pública respondiera con resultados positivos a la sociedad. En México se viven momentos complejos por la presencia del crimen organizado y no se vale la demora de leyes para combatirlo.
¿Y LOS GOBERNADORES?
Si la policía se transforma en un mando único controlado por los gobernadores se corre el riesgo de que se caiga en el “gatopardismo”, que consiste en que todo cambie, para que todo siga igual.
¿Qué confianza podría brindar un mandatario estatal como ocurrió con Ángel Aguirre, que en ningún momento se preocupó del manejo de la fuerza pública en Guerrero?
¿O como el gobernador panista de Puebla, Rafael Moreno Valle Rosas, de tendencias dictatoriales que manda golpear a quienes protestan? Con la fuerza de la policía a sus órdenes no lo pensará dos veces para ejecutar sus prácticas represivas.